EL ESPÍRITU SANTO NOS LIBERA DE LAS PRESIONES DEL MIEDO: REGINA COELI DEL 28/05/2023

Al mediodía de este 28 de mayo, previamente a la oración del Regina Coeli y después de celebrar la Santa Misa en la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco reflexionó acerca de la cerrazón del corazón. Para ello recordó lo que dice el Evangelio según Juan de este día, que relata cuando los apóstoles se habían refugiado después de la muerte de Jesús en el Cenáculo llenos de miedo y angustia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Solemnidad de Pentecostés, el Evangelio nos lleva al Cenáculo, donde los apóstoles se habían refugiado tras la muerte de Jesús (Jn 20, 19-23). El Resucitado, en la tarde de Pascua, se presenta precisamente en aquella situación de miedo y angustia y, soplando sobre ellos, dice: «Reciban el Espíritu Santo» (v. 22). Así, con el don del Espíritu, Jesús quiere liberar a los discípulos del miedo, este miedo que los mantiene encerrados en casa, y los libera para que sean capaces de salir y se conviertan en testigos y anunciadores del Evangelio. Detengámonos un poco sobre esto que hace el Espíritu: libera del miedo.

Los discípulos habían cerrado las puertas, dice el Evangelio, «por temor» (v. 19). La muerte de Jesús los había conmocionado, sus sueños estaban destrozados, sus esperanzas se habían desvanecido. Y se habían encerrado en sí mismos. No solo en esa habitación, sino en su interior, en el corazón. Quisiera subrayar esto: encerrados en ellos mismos. ¿Cuántas veces también nosotros nos encerramos en nosotros mismos? ¿Cuántas veces, por alguna situación difícil, por algún problema personal o familiar, por el sufrimiento que nos marca o por el mal que respiramos a nuestro alrededor, corremos el riesgo resbalar lentamente en la pérdida de la esperanza y nos falta el valor para seguir adelante? Tantas veces sucede esto. Y entonces, como los apóstoles, nos encerramos en nosotros mismos, atrincherándonos en el laberinto de las preocupaciones.

Hermanos y hermanas, este “encerrarnos en nosotros mismos” sucede cuando, en las situaciones más difíciles, permitimos que el miedo tome el control y haga resonar su “gran voz” dentro de nosotros. Cuando entra el miedo, nosotros nos encerramos. La causa, entonces, es el miedo: miedo a no lograrlo, a estar solos para enfrentar las batallas cotidianas, a arriesgarse y luego decepcionarse, a tomar decisiones equivocadas. Hermanos, hermanas, el miedo bloquea, el miedo paraliza. Y también aísla: pensemos en el miedo hacia el otro, a quien es extranjero, al que es diferente, al que piensa de otra manera. E incluso puede haber miedo a Dios: a que me castigue, a que se enfade conmigo... Si damos espacio a estos falsos miedos, las puertas se cierran: puertas del corazón, las puertas de la sociedad, ¡e incluso las puertas de la Iglesia! Donde hay miedo, hay cerrazón. Y no está bien.

El Evangelio, sin embargo, nos ofrece el remedio del Resucitado: el Espíritu Santo. Él libera de las prisiones del miedo. Cuando reciben el Espíritu, los apóstoles –lo festejamos hoy – salen del Cenáculo y van por el mundo a perdonar los pecados y a anunciar la Buena Noticia. Gracias a Él, los miedos se superan y las puertas se abren. Porque esto es lo que hace el Espíritu: nos hace sentir la cercanía de Dios y así su amor echa fuera el temor, ilumina el camino, consuela, sostiene en la adversidad. Ante los temores y las cerrazones, entonces, invoquemos al Espíritu Santo para nosotros, para la Iglesia y para el mundo entero: para que un nuevo Pentecostés ahuyente los miedos que nos asaltan – ¡ahuyente los miedos que nos asaltan! – y reavive el fuego del amor de Dios.

Que María Santísima, la primera que fue colmada del Espíritu Santo, interceda por nosotros.

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