SAMARITANOS CON LAS MANGAS ARREMANGADAS: PALABRAS DEL PAPA A LAS RELIGIOSAS HIJAS DE DON ORIONE (25/05/2023)

Al recibir este 25 de mayo en la Sala Clementina a las religiosas Hijas de Don Orione, reunidas en Capítulo General, el Papa Francisco les recordó que deben ser madres de los más pobres, ricas en atención y ternura. Fue a partir de las palabras del fundador que el Santo Padre comenzó a desarrollar sus consideraciones, o más bien a partir de las “tres vías fundamentales”, indicadas por el santo piamontés: “Estar unidas a Jesús, cercanas a los hermanos y activas en el servicio”. Compartimos a continuación, el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Queridas hermanas, buenos días y bienvenidas:

Las encuentro en este momento significativo para su Congregación que es el Capítulo General, un tiempo fuerte de diálogo entre ustedes y con el Espíritu Santo, del cual salir renovadas, en el corazón antes que en las iniciativas y las estructuras.

Cuando San Luigi Orione fundaba su primera comunidad les daba como misión la de «hacer experimentar [a las personas] la Providencia de Dios y la maternidad de la Iglesia». Es decir las llamaba a encarnar la acción misericordiosa de Dios y de la Iglesia con espíritu materno. Para hacerlo después les señalaba tres vías fundamentales: estar unidas a Jesús, cerca de los hermanos y activas en el servicio. Veámoslas juntos.

Estar unidas a Jesús. San Luigi Orione fundó su Congregación – junto con los Hijos de la Divina Providencia, las Hermanas Sacramentarias Adoradoras no videntes y las Hermanas Contemplativas de Jesús Crucificado – bajo la insignia del lema paulino Instaurare omnia in Christo: «Conducir a Cristo, única cabeza, todas las cosas» (Ef 1, 10). Es claro entonces que la unión a Cristo para ustedes debe ser la raíz de toda actividad. El Concilio Vaticano II nos ha recordado esto como un valor fundamental para todos los religiosos, diciendo que ellos enriquecen cada vez más el apostolado y la vitalidad de la Iglesia en la medida en que viven más fervorosamente unidos a Cristo (cf. Perfectae caritatis, 1), como los primeros discípulos. No se trata entonces ni de cultivar, en la vida espiritual y apostólica, en ti mismos nebulosos y estériles, ni de transformarse en “eficientes equipos de negocios” en la administración de las obras. Se trata en cambio de hacer propio el modo de vivir de Jesús, dejando cada vez más que sea Él quien actúe en nosotros, abandonándonos a Él, hasta poder decir como San Pablo: « ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2, 20); y aún más: «Caritas Christi urget nos», «El amor de Cristo nos posee» (cf. 2 Cor 5, 14). Don Orione tenía presente esta realidad cuando afirmaba que «para conquistar a Dios y aferrar a los demás es necesario primero vivir una vida intensa de Dios en nosotros mismos», [1] una fe que queme por dentro y resplandezca en torno a nosotros. Y entonces déjense siempre primero que nada conquistar por el Señor, por su presencia viva en la Eucaristía, en su Palabra, en ustedes mismas gracias al Espíritu Santo. Recuerden que, como madres, el don más grande que pueden hacer a los hijos que Dios les confía es el de transmitirles su amor tierno y apasionado por Jesús, enseñarles a amarlo y conocerlo como ustedes lo conocen y lo aman, y hacerlos partícipes de su fe en Él.

La segunda indicación que les dejó Don Orione es la de estar cerca de los hermanos. Jesús mismo, de hecho, nos dijo: «Todo lo que hicieron a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25, 40). Entonces también su servicio pueden vivirlo como encuentro con Él, animadas por el mismo amor. Es Él el que se hace pobre y pequeño en los pobres y los pequeños; es Él el que en ellos nos pide calor y protección. Tengan entonces siempre, entre ustedes y hacia los demás, un sentido de ternura maternal, nunca de frialdad. Y si alguna vez este mal del corazón se hace sentir, ¡échenlo fuera de inmediato, con pensamientos, palabras y gestos de acogida y gentileza! Sabemos bien que es mejor un trozo de pan compartido con una sonrisa que un plato quizás refinado, pero condimentado con hielo e insípido de amor. ¡Que sus casas y los lugares de su servicio estén llenos de calor maternal! Como decía Don Orione: que todos puedan calentarse e iluminarse a través de «la flama que arde en su corazón y la luz de su incendio interior» [2].

Finalmente, San Luigi Orione les enseñó a “trabajar duro”, a no guardarse nada en el servicio a favor de los más necesitados. Servir a «los pobres, los pequeños, los afligidos por todo mal y dolor», con las «mangas arremangadas», como buenas mamás, con compasión, creatividad y fantasía, en la caridad [3]. Una mamá no se rinde nunca ante las necesidades de sus hijos: nunca permite que les falten atenciones, sorpresas, ternura y también los regaños necesarios; llega a inventarse soluciones y remedios impensados, incluso ante situaciones difíciles o la incomprensión de los demás: es porque una mamá ama, ¡y el amor nos hace libres y creativos! Por lo demás, es sobre todo esto lo que hace sentir a los hijos “en casa”, seguros, aceptados más allá de sus capacidades, de los éxitos, de las condiciones sociales, de las proveniencia y pertenencia religiosa, porque una madre quiere a todos, no hace diferencias. Así ama Cristo, así ama la Madre Iglesia, y así también les deseo a ustedes que sepan amar, con esta maternidad doméstica, ¡con corazón generoso y con “el sudor de su frente”! De esta forma darán alegría y esperanza a muchos, y un ejemplo concreto de vida sana, valioso especialmente para los jóvenes, a menudo desorientados por modelos existenciales frágiles y vacíos.

Ustedes se definen por vocación como una “congregación samaritana”: ¿y quién más que una mamá es “samaritano” para sus hijos? Ve, más aún intuye sus heridas, se detiene, los cura y finalmente los deja partir por su camino. Las exhorto a amar así, como hizo San Luigi Orione, como madres en la caridad. Las bendigo de corazón. Y les pido, no se olviden de orar por mí.


[1] El espíritu de Don Orione, vol. VI, X Esperanza, 10, “Silencio y unión con Dios”).

[2] ibid.

[3] cf. Plan y programa de la Pequeña Obra, n. 3.

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