TRANFORMAR EL MAL EN BIEN: ÁNGELUS DEL 20/02/2022

En su alocución previa a la oración mariana del Ángelus de este 20 de febrero, el Papa Francisco reflexionó sobre el Evangelio del día, que hoy muestra al Señor Jesús dar “algunas indicaciones fundamentales de vida” a sus discípulos. El Señor, explicó el Sumo Pontífice, se refiere “a las situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal”. En estos casos, tal como enseña Jesús, el discípulo está llamado “a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy Jesús da a sus discípulos algunas indicaciones fundamentales de vida. El Señor se refiere a las situaciones más difíciles, aquéllas que constituyen para nosotros el banco de pruebas, aquéllas que nos ponen frente a quien es enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal. En estos casos el discípulo de Jesús está llamado a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá. Ir más allá del instinto, ir más allá del odio. Jesús dice: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian» (Lc 6, 27). Y aún más concreto: «Al que te golpee en la mejilla, ofrécele también la otra» (v. 29). Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide lo imposible. Y después, ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es precisamente así? ¿En verdad el Señor nos pide cosas imposibles, incluso injustas? ¿Es así?

Consideremos ante todo ese sentido de injusticia que advertimos en el “poner la otra mejilla”. Y pensemos en Jesús. Durante la pasión, en su injusto proceso ante el sumo sacerdote, en un cierto punto recibe una bofetada por parte de uno de los guardias. ¿Y Él cómo se comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si he hablado mal, demuéstrame dónde está el mal. Pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18, 23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia, es más, con gentileza. No quiere provocar una discusión, sino calmar el rencor, esto es importante: apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable. No es fácil esto, pero Jesús lo hizo y nos dice que lo hagamos nosotros también. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande. Poner la otra mejilla es vencer al mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es dictado por el cálculo o por el odio, sino por el amor. Queridos hermanos y hermanas, es el amor gratuito e inmerecido que recibimos de Jesús el que genera en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza. Nosotros estamos acostumbrados a las venganzas: “Me hiciste esto, yo te haré esto otro”, o a custodiar en el corazón este rencor, rencor que hace mal, destruye a la persona.

Vayamos a la otra objeción: ¿es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos? Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. El Señor nunca nos pide algo que Él no nos dé antes. Cuando me dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo. Sin esa capacidad nosotros no podremos, pero Él te dice “ama al enemigo” y te da la capacidad de amar. San Agustín rezaba así —escuchen qué hermosa oración—: Señor, «dame lo que pides y pídeme lo que quieres» (Confesiones, X, 29.40), porque me lo has dado antes. ¿Qué pedirle? ¿Qué es lo que Dios está contento de darnos? La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el Espíritu Santo. La fuerza de amar es el Espíritu Santo, y con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal. Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra! Es muy triste.

Y nosotros, ¿tratamos de vivir las invitaciones de Jesús? Pensemos en una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en una persona. Es común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa persona. Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor acercamos la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada. Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón. Finalmente oremos por esa persona: orar por quien nos ha hecho mal (cf. Lc 6, 28). Nosotros, cuando nos han hecho algún mal, vamos enseguida a contarle a los demás y nos sentimos víctimas. Detengámonos, y oremos al Señor por esa persona, que lo ayude, y así desaparece este sentimiento de rencor. Orar por quien nos ha tratado mal es lo primero para transformar el mal en bien. La oración. Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos agrada.

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