EL MUNDO NECESITA EL TESTIMONIO DE LA COMUNIÓN: PALABRAS DEL PAPA A LA CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES (18/02/2022)

En un discurso durante la asamblea plenaria de la Congregación para las Iglesias Orientales, este 18 de febrero, el Sucesor de Pedro valoró la riqueza de sus tradiciones y las exhortó a ser promotoras de comunión. El Papa Francisco recordó que esta mañana los asistentes oraron ante la Confesión del Apóstol Pedro, para renovar juntos la profesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. “El mismo gesto que hicimos antes de la Misa al comienzo del pontificado, para mostrar, como dijo el Papa Benedicto XV, que ‘en la Iglesia de Jesucristo, que no es latina, ni griega, ni eslava, sino católica, no hay discriminación entre sus hijos y que todos, latinos, griegos, eslavos y de otras nacionalidades tienen la misma importancia’”, expresó el Pontífice (cf. Encíclica Dei Providentis, 1917). Compartimos a continuación, el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Card. Sandri por las palabras de saludo e introducción; y agradezco a cada uno de ustedes por su presencia, especialmente a quienes vienen de lejos.

Esta mañana hicieron oración ante la confesión del Apóstol Pedro, renovando juntos la profesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. El mismo gesto que hicimos antes de la misa de inicio del pontificado, para manifestar, como decía el Papa Benedicto XV, que «en la Iglesia de Jesucristo, que no es ni latina, ni griega, ni eslava, sino católica no existe discriminación alguna entre sus hijos y que todos, latinos, griegos, eslavos y de otras nacionalidades tienen la misma importancia» (Enc. Dei Providentis, 1 mayo 1917). Precisamente a él, que es el fundador de la congregación para las iglesias orientales y del Pontificio Instituto oriental, se dirige nuestra reconocida memoria, a cien años de su muerte. Él denunció lo incivilizado de la guerra como “inútil masacre”. Su advertencia permaneció sin escuchar por los jefes de las naciones involucrados en el primer conflicto mundial. Como sin escuchar ha sido la llamada de San Juan Pablo II para conjurar el conflicto en Irak.

Como en este momento, en que hay tantas guerras por todos lados, este llamado tanto de los Papas como de los hombres y mujeres de buena voluntad no es escuchado. Parece que el premio mayor por por la paz debería dársele a las guerras: ¡una contradicción! Estamos apegados a las guerras, y esto es trágico. La humanidad, que se envanece de avanzar en la ciencia, en el pensamiento, en tantas cosas hermosas, va en retroceso en el tejido de la paz. Es campeona en hacer la guerra. Y esto nos avergüenza a todos. Debemos orar y pedir perdón por esta actitud.

Habíamos esperado que no sería necesario repetir palabras similares en el tercer milenio; sin embargo la humanidad aún parece tantear en las tinieblas: asistimos a las masacres de los conflictos en Medio Oriente, en Siria e Irak; en aquellas de la región etíope del Tigray; y vientos amenazantes soplan aún en las estepas de la Europa Oriental, encendiendo los fusibles y los fuegos de las armas y dejando helados los corazones de los pobres y de los inocentes, estos no cuentan. Mientras tanto continúa el drama del Líbano, que ahora deja a muchas personas sin pan; jóvenes y adultos han perdido la esperanza y dejan aquellas tierras. Sin embargo éstas son la madre patria de las Iglesias Católicas Orientales: allá se desarrollaron custodiando tradiciones milenarias, y muchos de ustedes, miembros del Dicasterio son sus hijos y herederos.

Su vida cotidiana es entonces como una masa de los polvos preciosos del oro de su pasado y del testimonio de fe heroica de muchos en el presente, pero junto al fango de las miserias de las que también somos responsables y del dolor que les es provocado por fuerzas externas. Existen aún siete semillas colocadas en los tallos y ramas de las plantas seculares, transportadas por el viento hasta con fines impensables: los católicos orientales ahora viven desde hace décadas en continentes lejanos, han surcado mares y océanos y atravesado llanuras. Ya se han constituido eparquías en Canadá, en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, en Oceanía, y muchas otras son confiadas al menos por el momento a los obispos latinos que coordinan la acción pastoral a través de los sacerdotes enviados según los correctos procedimientos por sus respectivos dirigentes eclesiales, Patriarcas, Arzobispos Mayores o Metropolitanos sui iuris.

Por eso sus trabajos se han tratado acerca de la evangelización, que constituye la identidad de la Iglesia en cada una de sus partes, más aún, es la vocación de cada bautizado. Y por la misión debemos ponernos mayormente a la escucha de la riqueza de las diversas tradiciones. Pienso por ejemplo en el itinerario del catecumenado de los adultos, que prevé la celebración de los sacramentos de iniciación cristiana de manera unitaria: una costumbre que en las iglesias orientales es custodiada y practicada también por los niños. En ambos procesos se instituye la importancia de una sabia catequesis mistagógica, que acompañe a los bautizados de toda edad a una madura y gozosa pertenencia a la comunidad cristiana. En la Iglesia Latina nos falta esta catequesis mistagógica. Sobre este camino son preciosas las diversas ministerialidades en la Iglesia, como también la armonía en las relaciones con los religiosos y religiosas que trabajan según el propio carisma también en sus contextos. Sobre todos estos aspectos se han detenido en estos días.

Hay una experiencia en que el “barro” de nuestra humanidad se deja moldear, no por las opiniones cambiantes o por los necesarios análisis sociológicos, sino por la Palabra y el Espíritu del Resucitado. Esta experiencia es la liturgia. Y esto nos hace pensar también en el camino sinodal, más aún, en el proceso sinodal. El proceso sinodal no es un parlamento, no es un decirse las opiniones distintas y después hacer una síntesis o una votación, no. El proceso sinodal es caminar juntos bajo la guía del Espíritu Santo, y ustedes, en sus iglesias, tienen Sínodos, antiguas tradiciones sinodales, y son testigos de esto. Está el Espíritu, en la sinodalidad, y cuando no está el Espíritu existe sólo un Parlamento o una encuesta de opinión, pero no el Sínodo. Esta experiencia – decía – es el cielo en la tierra, y esto se da en la liturgia, como sobre todo el Oriente ama repetir. Pero la belleza de los ritos orientales está muy lejos de constituir un oasis de evasión o de conservación. La asamblea litúrgica se reconoce como tal no porque se convoca a sí misma, sino porque escucha la voz de Otro, permaneciendo vuelta hacia Él, y precisamente por eso siente la urgencia de ir hacia el hermano y la hermana llevando el anuncio de Cristo. También esas tradiciones que custodian el uso del iconostasio, con la puerta real, o el velo que esconde el santuario en algunos momentos del rito, nos enseñan que tales elementos arquitectónicos o rituales no transmiten la idea de la distancia de Dios, sino al contrario exaltan el misterio de condescendencia – de syncatabasi – en el que el Verbo vino y viene al mundo.

El Congreso litúrgico por los 25 años de la Instrucción sobre la aplicación de las prescripciones litúrgicas del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales es una oportunidad para conocerse al interior de las comisiones litúrgicas de las distintas Iglesias sui iuris; es una invitación a caminar juntos para el dicasterio y sus consultores, según el camino indicado por el Concilio Ecuménico Vaticano II. En tal camino hace mucho bien que cada uno de los componentes de la única y Sinfónica Iglesia católica se mantenga siempre a la escucha de las demás tradiciones, de sus itinerarios de búsqueda y reforma, custodiando sin embargo cada una su propia originalidad. La fidelidad a la propia originalidad es lo que hace la riqueza sinfónica de las Iglesias Orientales. Se puede preguntar, por ejemplo, sobre la posible introducción de ediciones de la liturgia en las lenguas de los países donde los propios fieles están difundidos, pero sobre la forma de la celebración es necesario que se viva la unidad según lo que se ha establecido por los Sínodos y se ha aprobado por la Sede Apostólica, evitando particularismos litúrgicos que, en realidad, manifiestan divisiones de otro tipo en el seno de las respectivas Iglesias. Además, no olvidemos que los hermanos de las iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales nos miran: incluso si no podemos sentarnos en la misma mesa eucarística, sin embargo casi siempre celebramos y oramos los mismos textos litúrgicos. Tengamos cuidado, por tanto, con experimentos que pueden dañar el camino hacia la unidad visible de todos los discípulos de Cristo. El mundo necesita el testimonio de la comunión: si damos escándalo con las disputas litúrgicas – y desafortunadamente recientemente ha habido algunas –, le hacemos el juego a aquel que es maestro de la división.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco por su trabajo de estos días. Estoy siempre cerca de ustedes en la oración. Lleven a sus fieles mi ánimo y mi bendición. Y, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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