CATEQUESIS DEL PAPA: LOS ANCIANOS SON EL “NUEVO PUEBLO” CONDENADO AL DESCARTE (23/02/2022)

La exaltación de la juventud ha sido un icono de los totalitarismos dominantes del siglo XX. Esta contundente afirmación del Papa Francisco en su catequesis de este 23 de febrero, revela cómo la cultura dominante, hoy, tiene un único modelo en el joven-adulto, ensimismado en su propia juventud, mientras el “nuevo pueblo” de los ancianos es descartado como “un peso” por la sociedad. En su Audiencia General de este día, en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre inició así un nuevo ciclo de catequesis dedicadas al sentido y el valor de la vejez, inspirado en el pasaje bíblico del profeta Joel (Jl 3, 1-2.5), que exalta en los sueños de los ancianos la visión de futuro para los jóvenes. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hemos terminado las catequesis sobre San José. Hoy empezamos un recorrido de catequesis que busca inspiración en la Palabra de Dios sobre el sentido y el valor de la vejez. Hagamos una reflexión sobre la vejez. Desde hace algunas décadas, esta edad de la vida se refiere a un verdadero y auténtico “nuevo pueblo” que son los ancianos. Nunca hemos sido tan numerosos en la historia humana. El riesgo de ser descartados es aún más frecuente: nunca tan numerosos como ahora, nunca el riesgo como ahora de ser descartados. Los ancianos son vistos a menudo como “un peso”. En la dramática primera fase de la pandemia fueron ellos los que pagaron el precio más alto. Ya eran la parte más débil y descuidada: no los mirábamos demasiado en vida, ni siquiera los vimos morir. He encontrado también esta Carta de los derechos de los ancianos y los deberes de la comunidad: fue editada por los gobiernos, no fue editada por la Iglesia, es algo laico: es buena, es interesante, para conocer que los ancianos tienen derechos. Hará bien leerla.

Junto a las migraciones, la vejez es una de las cuestiones más urgentes que la familia humana está llamada a afrontar en este tiempo. No se trata solo de un cambio cuantitativo; está en juego la unidad de las edades de la vida: es decir, el real punto de referencia para la compresión y el aprecio de la vida humana en su totalidad. Nos preguntamos: ¿hay amistad, hay alianza entre las diferentes edades de la vida o prevalecen la separación y el descarte?

Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes, adultos y ancianos. Pero la proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado y, en amplias regiones del mundo, la infancia está distribuida en pequeñas dosis. También hemos hablado del invierno demográfico. Un desequilibrio que tiene muchas consecuencias. La cultura dominante tiene como modelo único el joven-adulto, es decir un individuo se hace a sí mismo y permanece siempre joven. Pero ¿es verdad que la juventud contiene el sentido pleno de la vida, mientras que la vejez representa simplemente el vaciamiento y la pérdida? ¿Es verdad esto? ¿Solamente la juventud tiene el sentido pleno de la vida, y la vejez es el vaciamiento de la vida, la pérdida de la vida? La exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, unida al desprecio de la vejez vista como fragilidad, como degradación o discapacidad, ha sido el icono dominante de los totalitarismos del siglo XX. ¿Hemos olvidado esto?

La prolongación de la vida incide de forma estructural en la historia de los individuos, de las familias y de las sociedades. Pero debemos preguntarnos: ¿su calidad espiritual y su sentido comunitario son objeto de pensamiento y de amor coherentes con este hecho? ¿Quizá los ancianos deben pedir perdón por su obstinación a sobrevivir a costa de los demás? ¿O pueden ser honrados por los dones que aportan al sentido de la vida de todos? De hecho, en la representación del sentido de la vida — y precisamente en las culturas llamadas “desarrolladas” — la vejez tiene poca incidencia. ¿Por qué? Porque es considerada una edad que no tiene contenidos especiales que ofrecer, ni significados propios que vivir. Además, hay una falta de estímulo por parte de las personas para buscarlos, y falta la educación de la comunidad para reconocerlos. En resumen, para una edad que ya es una parte determinante del espacio comunitario y se extiende a un tercio de toda la vida, hay — a veces — planes de asistencia, pero no proyectos de existencia. Planes de asistencia, sí; pero no proyectos para hacerles vivir en plenitud. Y esto es un vacío de pensamiento, de imaginación, de creatividad. Bajo este pensamiento, lo que hace el vacío es que el anciano, la anciana son material de descarte: en esta cultura del descarte, los ancianos entran como material de descarte.

La juventud es muy hermosa, pero la eterna juventud es una alucinación muy peligrosa. Ser viejos es igualmente importante — y hermoso — es tan importante como ser jóvenes. Recordémoslo. La alianza entre las generaciones, que restituye al ser humano todas las edades de la vida, es nuestro don perdido y debemos recuperarlo. Debe ser reencontrado, en esta cultura del descarte y en esta cultura de la productividad.

La Palabra de Dios tiene mucho que decir a propósito de esta alianza. Hace poco hemos escuchado la profecía de Joel: «Sus ancianos soñarán, y sus jóvenes tendrán visiones» (3, 1). Se puede interpretar así: cuando los ancianos resisten al Espíritu, enterrando en el pasado sus sueños, los jóvenes ya no logran ver las cosas que se deben hacerse para abrir el futuro. Cuando, en cambio, los viejos comunican sus sueños, los jóvenes ven bien lo que deben hacer. Los jóvenes que ya no interrogan los sueños de los viejos, metiéndose con la cabeza baja en visiones que no van más allá de sus narices, tendrán dificultad en llevar su presente y soportar su futuro. Si los abuelos se repliegan en sus melancolías, los jóvenes se encorvarán aún más en su smartphone. La pantalla puede incluso permanecer encendida, pero la vida se apaga antes de tiempo. ¿La repercusión más grave de la pandemia no está quizá precisamente en el extravío de los más jóvenes? Los viejos tienen recursos de vida ya vivida a los cuales pueden recurrir en todo momento. ¿Se quedarán mirando a los jóvenes que pierden su visión o los acompañarán calentando sus sueños? Ante los sueños de los viejos, ¿qué harán los jóvenes?

La sabiduría del largo camino que acompaña la vejez a su despedida debe ser vivida como una ofrenda de sentido de la vida, no consumida como inercia de su supervivencia. La vejez, si no es restituida a la dignidad de una vida humanamente digna, está destinada a cerrarse en un abatimiento que quita amor a todos. Este desafío de humanidad y de civilización requiere nuestro compromiso y la ayuda de Dios. Pidámoslo al Espíritu Santo. Con estas catequesis sobre la vejez, quisiera animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que ésta lleva consigo y a las otras edades de la vida. La vejez es un don para todas las edades de la vida. Es un don de madurez, de sabiduría. La Palabra de Dios nos ayudará a discernir el sentido y el valor de la vejez; que el Espíritu Santo nos conceda también a nosotros los sueños y las visiones que necesitamos. Y quisiera subrayar, como hemos escuchado en la profecía de Joel, al principio, que lo importante no es sólo que el anciano ocupe el lugar de sabiduría que tiene, de historia vivida en la sociedad, sino también que haya un coloquio, que dialogue con los jóvenes. Los jóvenes deben dialogar con los ancianos, y los ancianos con los jóvenes. Y este puente será la transmisión de la sabiduría en la humanidad. Deseo que estas reflexiones sean de utilidad para todos nosotros, para llevar adelante esta realidad que decía el profeta Joel, que en el diálogo entre jóvenes y ancianos, los ancianos puedan dar los sueños y los jóvenes puedan recibirlos y llevarlos adelante. No olvidemos que en la cultura tanto familiar como social los ancianos son como las raíces del árbol: tienen toda la historia ahí, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no viene la savia, si no viene este “goteo” — digamos así — de las raíces, nunca podrán florecer. No olvidemos a aquel poeta que he citado tantas veces: “Todo lo que el árbol tiene de florido viene de lo que tiene sepultado” (Francisco Luis Bernárdez). Todo lo hermoso que tiene una sociedad está en relación con las raíces de los ancianos. Por eso, en estas catequesis, yo quisiera que la figura del anciano se haga evidente, que se entienda bien que el anciano no es un material de descarte: es una bendición para la sociedad.

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