LLEVEN EL EVANGELIO ESPECIALMENTE A LOS LUGARES MÁS POBRES: PALABRAS DEL PAPA AL PONTIFICIO SEMINARIO LOMBARDO (07/02/2022)

El Papa Francisco recibió este 7 de febrero por la mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a la comunidad del Pontificio Seminario Lombardo Santos Ambrosio y Carlos, a quienes exhortó a cultivar un corazón abierto, dispuesto y misionero. “Nos volvemos a encontrar hoy, con motivo del centenario de la elección del Papa Pío XI, un antiguo alumno suyo”, dijo el Sumo Pontífice a la comunidad de este Seminario, fundado en 1854 por los Obispos de Lombardía (Italia), y que está ubicado a un costado de la Basílica Santa María Mayor en Roma. Reproducimos a continuación, el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Agradezco al Rector por las palabras que me ha dirigido y les doy la bienvenida. Me alegra que junto a ustedes sacerdotes estén las personas que con su servicio animan la vida del Seminario y forman la gran familia del “Lombardo”. Nos volvemos a ver hoy, en ocasión de los 100 años de la elección del Papa Pío XI, ex alumno suyo – y uno de los primeros alumnos – que tuvo siempre en el corazón a “su querido” seminario, para el cual proveyó el área en la cual se encuentran, a la sombra de la Salus Populi Romani. Es hermoso que estén ahí y es también la ocasión para mí de pensar a menudo en ustedes. De estas raíces ligadas a Pío XI busquemos tomar alguna inspiración: no para cultivar nostalgias del pasado y cerrarnos a la novedad del espíritu, que nos invita a vivir el hoy, sino para trazar signos proféticos para su ministerio y su misión, en particular al servicio de la Iglesia y del pueblo italiano.

Apenas fue elegido, Pío XI eligió no presentarse al interior de la Basílica de San Pedro, sino desde la Logia externa. Quiso así que su primera bendición se dirigiera Urbi et Orbi, a la ciudad de Roma y al mundo entero. Y con este gesto – creo que trabajaron más de 40 minutos para abrir aquel balcón que desde hacía años no se abría, y también para vaciar ese lugar, que se había convertido en una bodega; y él espero –con este gesto nos recuerda que es necesario abrirse, ensanchar el horizonte del ministerio a las dimensiones del mundo, para llegar a cada hijo, que Dios desea abrazar con su amor. Por favor, no nos quedemos tras las barricadas en la sacristía y no cultivemos pequeños grupos cerrados donde consentirse y estar tranquilos. Hay un mundo que espera el Evangelio y el Señor desea que sus pastores sean conforme a Él, llevando en el corazón y sobre los hombros las esperanzas y los pesos del rebaño. Corazones abiertos, compasivos, misericordiosos.

Y esto me lleva a pensar en la experiencia que hay entre ustedes, como confesores de Santa María Mayor: “Ve con aquél, con aquél... ¡Pero con aquél de allá no, por favor, que te hace la vida imposible!”. Busquen sacerdotes misericordiosos para nosotros, y nosotros seamos misericordiosos con los demás. Así como nosotros queremos misericordia cuando vamos a pedir perdón por nuestros pecados y buscamos al más misericordioso, ustedes sean misericordiosos. Con todos. No olviden que Dios nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón, pero Él nunca se cansa de perdonar. Esa grandeza del perdón, sin causar demasiados problemas: perdón. Corazones abiertos, compasivos, misericordiosos, decía, y manos trabajadoras, generosas, que se ensucien y se hieren por amor, como las de Jesús en la cruz. Así el ministerio se convierte en una bendición de Dios para el mundo.

Ese gesto de Pío XI valió más que mil palabras. En general, los gestos de Pío XI valían más que mil palabras, porque era un Papa con personalidad, para decirlo finamente. En estos años ustedes estudian y profundizan, y esto es un don de Dios. Pero que su saber no se convierta nunca en abstraído de la vida y de la historia. No sirve el Evangelio de una Iglesia que tiene muchas cosas que decir, pero cuyas palabras están privadas de unción y no tocan la carne de la gente. Para tener palabras de vida es necesario plegar la ciencia al Espíritu en la oración y después vivir las situaciones concretas de la Iglesia y del mundo. Se necesita el testimonio de vida: sean sacerdotes quemados por el deseo de llevar el Evangelio por los caminos del mundo, en los barrios, en las casas, sobre todo en los lugares más pobres y olvidados. El testimonio, los gestos, como ese primer gesto de Pío XI.

Una segunda inspiración. En su primera homilía solemne el Papa Ratti habló de las misiones, y más que dar respuestas, invitó a plantearse una pregunta: «¿Qué puedo ofrecer al Señor?» (Homilía en el 300º aniversario de fundación de la Congregación de Propaganda Fide, 4 de junio 1922). Es una bella pregunta, que pueden aplicar a todo lo que están haciendo ahora para prepararse para la misión. Qué puedo ofrecer, es una pregunta que no gira en torno a ustedes, al deseo de aquella cátedra, de aquella parroquia, de aquel puesto en la curia; no, es una pregunta que pide abrir el corazón a la disponibilidad y al servicio. Es una pregunta que nos defiende del carrerismo. Tengan cuidado con el carrerismo, por favor. Al final no sirve, no ayuda.

Preguntémonos “¿qué puedo ofrecer?” al inicio de cada día. A menudo, también aquí en Italia, los discursos eclesiales se reducen a estériles dialécticas internas entre quién es innovador y quién es conservador, entre quién prefiere a aquel político y quién a aquel otro, y se olvida el punto central: ser Iglesia para vivir y difundir el Evangelio. No nos preocupemos de los pequeños huertos de casa, hay un mundo entero sediento de Cristo. Sean pastores del rebaño, y no peinadores de aquellos “exquisitos” [mejores]. Los exhorto a cultivar con entusiasmo en estos años y en esta ciudad, en la dimensión universal romana y del lombardo, un corazón abierto, un corazón disponible, un corazón misionero.

La última inspiración la extraigo de una de las numerosas encíclicas sociales de Pío XI. Leo algunas palabras, escritas hace casi un siglo y sin embargo actualísimas: «Lo que hiere a los ojos es que en nuestros tiempos no hay solamente concentración de la riqueza, sino la acumulación de un poder enorme, de un despótico manejo de la economía en manos de pocos. […] Este poder se convierte en algo más que despótico en aquellos que, teniendo el dinero en la mano, actúan como dueños; donde son de cualquier forma los distribuidores de la sangre misma, de la que vive el organismo económico, y tienen en la mano, por así decirlo, el alma de la economía» (Carta enc. Quadragesimo anno, 105-106). ¡Es duro!

Que verdadero y trágico es todo esto ahora, mientras la brecha entre los pocos ricos y los muchos pobres es cada vez más ancha. En este contexto de desigualdades, que la pandemia ha hecho crecer, se encontrarán viviendo y trabajando como sacerdotes del Concilio Vaticano II, como signos e instrumentos de la comunión de los hombres con Dios y entre ellos (cf. Lumen gentium, 1). Sean por ello tejedores de comunión, anuladores de desigualdades, pastores atentos a los signos de sufrimiento del pueblo. También a través de los conocimientos que están adquiriendo, sean competentes y valientes en elevar palabras proféticas en nombre de quien no tiene voz.

Grandes tareas les esperan. Para realizarlas los invito a pedir a Dios soñar con la belleza de la Iglesia. ¡La Iglesia es bella! Soñar a la Iglesia italiana de mañana más fiel al espíritu del Evangelio, más libre, más fraterna y gozosa al dar testimonio de Jesús, animada por el ardor de llegar a quién no ha conocido al «Dios de todo consuelo» (2 Cor 1, 3). Una Iglesia italiana que cultive una comunión más fuerte que toda distinción y sea aún más apasionada por los pobres, en los cuales Jesús está presente. Que San Ambrosio y San Carlos los acompañen y la Salus Populi los cuide. Yo los bendigo y ustedes, por favor, oren por mí. Gracias.

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