SIN ALEGRÍA NO HAY MISIÓN: PALABRAS DEL PAPA A INSTITUTOS MISIONEROS DE ORIGEN ITALIANO (30/09/2019)

El Papa recibió la mañana de este 30 de septiembre en la Sala Clementina del Vaticano a una delegación de Institutos Misioneros de origen italiano. “Ayuden a mantener viva en el pueblo de Dios la conciencia de ser constitutivamente ‘en salida’, enviados a llevar a todos los pueblos la bendición de Dios que es Jesucristo”, fue la invitación del Papa Francisco, en la víspera de la apertura del Mes Misionero Extraordinario, a los Institutos Misioneros de origen italiano. A los 70 misioneros Combonianos, Cabrinianos y Scalabrinianos presentes en el encuentro, el Pontífice les pidió que ayuden a “recordar que la misión no es obra de individuos, de ‘campeones solitarios’, sino comunitaria, fraterna, compartida”. Compartimos aquí el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

¡Queridos hermanos y hermanas!

Estoy contento de encontrarles, y les agradezco por haber pedido esta audiencia juntos, como Institutos religiosos específicamente misioneros nacidos en Italia. Agradezco por el saludo y a introducción. El hecho de encontrarnos en la víspera del Mes Misionero Extraordinario lo considero providencial, porque nos permite reflexionar juntos sobre la misión, y sobre todo, invocar sobre ella la gracia de Dios.

Antes que nada siento la necesidad de expresar reconocimiento a sus Fundadores. En una época histórica problemática – desde mediados del Siglo XIX a mediados del XX – la fundación de sus familias religiosas, con su generosa apertura al mundo, fue un signo de valentía y de confianza en el Señor. Cuando todo parecía llevar a conservar lo existente, sus Fundadores – y se podría agregar a otras figuras, como por ejemplo Santa Cabrini – al contrario fueron protagonistas de un nuevo lanzamiento hacia los demás y los alejados. De la conservación al lanzamiento.

El misionero vive la valentía del Evangelio sin más cálculos, a veces yendo más allá del buen sentido común porque es impulsado por la confianza puesta exclusivamente en Jesús. Hay una mística de la misión, un sed de comunión con Cristo a través del testimonio, que sus Fundadores y sus Fundadoras vivieron, y que los impulsó a entregarse totalmente. Es necesario redescubrir esta mística en toda su fascinante belleza, para que ésta conserve en todo tiempo su fuerza extraordinaria. Como dice San Pablo: «El amor de Cristo de hecho nos posee; y nosotros sabemos bien que uno ha muerto por todos» (2 Cor 5, 14).

También en esto, es nuestra maestra la Virgen María: Ella que, de inmediato, después de haber concebido a Jesús, partió aprisa para ir a ayudar a su prima; y así llevó a Jesús a aquella casa, a aquella familia, y al mismo tiempo lo llevó al pueblo de Israel y lo llevó al mundo. María sale porque está habitada por Cristo y por su Espíritu. Por esto también ustedes salen, porque están habitados por Cristo y por su Espíritu. No existe otra razón más que Cristo Resucitado para decidirse a partir, a dejar los afectos más queridos, el propio país, los propios amigos, la propia cultura. Es hermoso escuchar en sus palabras esta pasión por Cristo y por su Reino; como en el memorable discurso de Pablo VI en Manila que citan en su Documento.

Entonces, sobre esta base, está bien fundada su confirmación de la dedicación a la misión ad gentes. Les agradezco por el testimonio claro que dan de esta su vocación, que es inseparablemente eclesial y carismática. Eclesial en el fondo, enraizada en el Bautismo, y al mismo tiempo ligada al carisma hacia el cual el Señor los ha atraído y en el cual ha tomado forma su vida.

Me ha impactado escucharles reafirmar sin vacilaciones: “Somos misioneras y misioneros ad gentes… ad extra… ad vitam”. Y no lo dicen como un slogan – ¡esto sería peligroso! –, sino con las necesarias motivaciones y especificaciones. Lo dicen sin triunfalismo o sentido de desafío, es más, en la consciencia de la crisis actual, acogida como oportunidad de discernimiento, de conversión, de renovación.

Con la consagración a la misión ad gentes, aportan su contribución específica al compromiso de evangelización de toda la Iglesia. Con la riqueza de los carismas de sus Institutos – que quiere decir corazones, rostros, historias y también sangre de misioneros y misioneras – interpretan el mensaje de la Evangelii nuntiandi de San Pablo VI, el de la Redemptoris missio de San Juan Pablo II, y el de la Evangelii gaudium. Y con esta hermenéutica encarnada en su vida y en la de sus comunidades enriquecen el sentir y el caminar de la Iglesia.

Ayuden a tener viva en el Pueblo de Dios la consciencia de estar constitutivamente “en salida”, enviado a llevar a todas las gentes la bendición de Dios que es Jesucristo. Y que además lo ayuden a recordar que la misión no es obra individual, de “campeones solitarios”, sino comunitaria, fraterna, compartida. En este sentido, es un valor agregado la colaboración entre sus Institutos: ¡sigan adelante así!

Otro aporte típico que ofrecen a la Iglesia es el de hacer ver que la misión no es “de un solo sentido” – de Europa hacia el resto del mundo: estas son los rastros del viejo colonialismo –, sino que vive de un intercambio, que ahora es evidente pero debe tomarse como un valor, un signo de los tiempos. Hoy la mayor parte de las vocaciones sacerdotales y religiosas surgen en territorios que anteriormente sólo recibían misioneros. Este hecho, por una parte, aumenta en nosotros el sentido de gratitud hacia los santos evangelizadores que sembraron con grandes sacrificios en esas tierras; y por otra parte constituye un desafío para las Iglesias y para los Institutos: un desafío para la comunión y para la formación. Pero un desafío que hay que acoger sin miedo, con confianza en el Espíritu Santo que es Maestro en armonizar la diversidad. Recuerdo, en nuestra 32da. Congregación General – estoy hablando de 1974 – recuerdo que se hablaba de la Compañía de Jesús en varios lugares, y alguno decía: “Quizá tendremos un superior general indio, o africano…”. En aquel tiempo era extraño. Todos [los superiores] debían ser europeos. Y hoy cuántos, ¡cuántas Congregaciones religiosas tienen superiores y superioras generales que vienen de esas tierras! También nosotros hoy tenemos a un latinoamericano, como superior general. Se ha invertido la cosa: lo que en el ’74 era una utopía, hoy es la realidad.

Queridos hermanos y hermanas, el partir de su amado país es un signo que da nuevamente fuerza y valor a sus comunidades de origen. Con su partida continúan diciendo: con Cristo no existe aburrimiento, cansancio y tristeza, porque Él es la novedad continua de nuestro vivir. Al misionero le sirve la alegría del Evangelio: sin ésta no se hace misión, se anuncia un evangelio que no atrae. Y el núcleo de la misión es esta atracción de Cristo: es el único que atrae. Los hombres y las mujeres de hoy, en Italia y en el mundo, tienen necesidad de ver personas que tienen en el corazón la alegría del Resucitado, que son atraídos por el Señor. Este testimonio, visible en el diálogo, en la caridad intercambiada, en la recíproca acogida y compartir, dice la belleza del Evangelio, atrae a la alegría de creer en Jesús y anclarse a Él. Es Jesús mismo quien nos atrae. ¡Es Él! Que esta alegría, esta belleza del Evangelio encuentran siempre espacio en su corazón, en sus gestos, en sus palabras, en el modo en que viven las relaciones.

El anuncio de la belleza, de la alegría y de la novedad del Evangelio ya sea explícito o implícito, toca todas las situaciones de la aventura humana. No tengan temor de dar testimonio de Jesús incluso donde resulta incómodo o poco conveniente. Dar testimonio con toda la vida, no con metodologías empresariales que responden más a un espíritu de proselitismo que a una verdadera evangelización. No olviden que el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo. Él, el Señor, sabrá encontrar las maneras para hacer germinar esa pequeña semilla que es su nombre pronunciado en el amor por un misionero o una misionera y transformarlo poco a poco en una planta de fe sólida bajo cuya sombra muchos podrán reposar. La semilla enterrada… Me viene a la mente una cosa que me dijo el Cardenal Hummes: él esta “pensionado” pero es el encargado del Episcopado brasileño para toda la región de la Amazonia, y cuando va a un pueblo, a una ciudad pequeña, una de las primeras cosas que hace es ir al cementerio, a ver las tumbas de los misioneros y de las misioneras. Me contó esto y después agregó: “Todos ellos merecen ser canonizados, por la semilla que han sembrado ahí”. Un bello pensamiento.

También la Iglesia italiana tiene necesidad de ustedes, de su testimonio, de su entusiasmo y de su valentía al recorrer caminos nuevos para anunciar el Evangelio. Tiene necesidad de darse cuenta que las gentes alejadas ahora vienen a vivir en nuestros países, son los desconocidos de la puerta de al lado. También los italianos de la puerta de junto, nuestros conciudadanos. Es necesario redescubrir la fascinante aventura de hacerse cercanos, de convertirse en amigos, da acogerse y de ayudarse. Esta actitud concierne a todos: sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. El tema del octubre misionero extraordinario 2019 es “Bautizados y enviados”, escogido justamente para recordar que la naturaleza intrínseca de la Iglesia es misionera. La Iglesia existe en camino; no está en el sofá, la Iglesia.

Que puedan sus Institutos colaborar cada vez más con las Iglesias particulares «con el fin de revelar mayormente la consciencia de la misión “ad gentes” y de retomar con nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral» (Carta de institución del Mes Misionero Extraordinario 2019). Los acompaño con mi oración y de corazón los bendigo. Y ustedes, por favor, no se olviden de orar por mi. Gracias.

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