CATEQUESIS DEL PAPA: DIÁCONOS, CUSTODIOS DEL SERVICIO DE LA PALABRA Y LA CARIDAD (25/09/2019)

Este 25 de septiembre por la mañana, el Papa Francisco se encontró con los miles de fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General. Ahí continuó su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles, como preparación para el Mes Misionero Extraordinario del mes de octubre. En su catequesis, el Santo Padre recordó como a través del libro de los Hechos de los Apóstoles, estamos siguiendo el viaje del Evangelio en el mundo. San Lucas, con gran realismo, muestra tanto la fecundidad de este viaje como la aparición de algunos problemas en la comunidad cristiana, ya que los problemas – precisó el Papa – han existido desde el inicio, sobre todo en el intento de armonizar las diferencias que coexisten dentro de la comunidad cristiana sin contrastes ni divisiones. Reproducimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

A través del libro de los Hechos de los Apóstoles, continuamos siguiendo un viaje: el viaje del Evangelio en el mundo. San Lucas, con gran realismo, muestra tanto la fecundidad de este camino como el surgimiento de algunos problemas en el seno de la comunidad cristiana. Desde el principio ha habido siempre problemas. ¿Cómo armonizar las diferencias que coexisten en su interior sin que ocurran conflictos y divisiones?

La comunidad no acogía sólo a los judíos, sino también a griegos, o sea personas procedentes de la diáspora, no judíos, con cultura y sensibilidad propias y con otra religión. Nosotros, hoy, decimos “paganos”. Y estos eran acogidos. Esta presencia determina equilibrios frágiles y precarios; y ante las dificultades brota la “cizaña”, y ¿cuál es la peor cizaña que destruye a una comunidad? La cizaña de la murmuración, la cizaña del chismorreo: los griegos murmuran por la desatención de la comunidad hacia sus viudas.

Los Apóstoles inician un proceso de discernimiento que consiste en considerar bien las dificultades y buscar juntos las soluciones. Encuentran un camino en el subdividir las varias tareas para un sereno crecimiento de todo el cuerpo eclesial y para evitar descuidar tanto el “camino” del Evangelio como el cuidado de los miembros más pobres.

Los Apóstoles son cada vez más conscientes de que su vocación principal es la oración y la predicación de la Palabra de Dios: orar y anunciar el Evangelio; y resuelven la cuestión instituyendo un núcleo de «siete hombres de buena reputación, llenos de Espíritu y de sabiduría» (Hch 6, 3), los cuales, después de haber recibido la imposición de las manos, se ocuparán del servicio de las mesas. Se trata de los diáconos que han sido creados para esto, para el servicio. El diácono en la Iglesia no es un sacerdote de segunda, es otra cosa; no existe para el altar, sino para el servicio. Es el custodio del servicio en la Iglesia. Cuando a un diácono le gusta demasiado subir al altar, se equivoca. Ese no es su camino. Esta armonía entre el servicio a la Palabra y el servicio a la caridad representa la levadura que hace crecer el cuerpo eclesial.

Y los Apóstoles crean siete diáconos, y entre los siete “diáconos” se distinguen de modo particular Esteban y Felipe. Esteban evangeliza con fuerza y parresia, pero su palabra encuentra la resistencias más obstinadas. No encontrando otra forma para hacerlo desistir, ¿qué hacen sus adversarios?: Eligen la solución más mezquina para aniquilar a un ser humano: es decir, la calumnia o el falso testimonio. Y nosotros sabemos que la calumnia mata siempre. Este “cáncer diabólico”, que nace de la voluntad de destruir la reputación de una persona, agrede también al resto del cuerpo eclesial y lo daña gravemente cuando, por intereses mezquinos o para cubrir los propios defectos, se entra en coalición para difamar a alguien.

Llevado al Sanedrín y acusado por falsos testigos – lo mismo habían hecho con Jesús y lo mismo harán con todos los mártires mediante falsos testimonios y calumnias – Esteban proclama una re-lectura de la historia sagrada centrada en Cristo, para defenderse. Y la Pascua de Jesús muerto y resucitado es la clave de toda la historia de la alianza. Ante esta sobreabundancia del don divino, Esteban valerosamente denuncia la hipocresía con que fueron tratados los profetas y Cristo mismo. Y les recuerda la historia diciendo: «¿A cuál de los profetas no persiguieron sus padres? Ellos asesinaron a los que anunciaban la venida del Justo, del cual ustedes ahora se han convertido en traidores y asesinos» (Hch 7, 52). No usa medias palabras, sino que habla claro, dice la verdad.

Esto provoca la reacción violenta de los oyentes, y Esteban es condenado a muerte, condenado a la lapidación. Él sin embargo, manifiesta el verdadero “tejido” del discípulo de Cristo. No busca escapatorias, no apela a personalidades que puedan salvarlo sino que vuelve a poner su vida en manos del Señor y la oración de Esteban es bellísima, en ese momento: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59) – y muere como hijo de Dios perdonando: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60).

Estas palabras de Esteban nos enseñan que no son los buenos discursos los que revelan nuestra identidad de hijos de Dios, sino sólo el abandono de la propia vida en las manos del Padre y el perdón para quienes nos ofenden nos hacen ver la calidad de nuestra fe.

Hoy hay más mártires que al inicio de la vida de la Iglesia, y los mártires están por todos lados. La Iglesia de hoy es rica en mártires, está irrigada por su sangre que es «semilla de nuevos cristianos» (Tertuliano, Apologético, 50, 13) y asegura crecimiento y fecundidad al Pueblo de Dios. Los mártires no son “santitos”, sino hombres y mujeres de carne y hueso que – como dice el Apocalipsis – «han lavado sus vestiduras, blanqueándolas en la sangre del Cordero» (7, 14). Ellos son los verdaderos vencedores.

Pidamos también nosotros al Señor que, mirando a los mártires de ayer y de hoy, podamos aprender a vivir una vida plena, acogiendo el martirio de la fidelidad cotidiana al Evangelio y de la conformación a Cristo.

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