NO SE DEJEN SEDUCIR POR LAS ARMAS, DEFIENDAN SIEMPRE LA VIDA: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DEL JUBILEO DE LAS FUERZAS ARMADAS, POLICÍA Y CUERPOS DE SEGURIDAD (09/02/2025)

Por la mañana de este 9 de febrero, el Santo Padre Francisco presidió la Santa Misa del Jubileo de las Fuerzas Armadas, Policía y Cuerpos de Seguridad en las Plaza de San Pedro, abarrotada por 40,000 fieles, iluminada a ratos por el sol y en la que destacaban los diferentes colores de los uniformes de varios cuerpos armados, con representantes de un centenar de países. En su homilía, pronunciada sólo en parte debido a la dificultad para respirar y cuya lectura fue luego confiada al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el Arzobispo Diego Ravelli, el Papa recordó, en particular, a quienes están comprometidos en casos de «catástrofes naturales, por el cuidado de la creación, por el rescate de las vidas en el mar, por los más frágiles, por la promoción de la paz», y luego exhortó a todos a no perder de vista la finalidad de sus acciones, que es “promover”, “salvar” y “defender siempre la vida”, a no dejarse seducir por las tentaciones del mal y dar testimonio del amor de Dios. Compartimos a continuación el texto de su homilía, traducido del italiano:

La actitud de Jesús junto al lago de Genesaret es descrita por el Evangelista con tres verbos: vio, subió, se sentó. Jesús vio, Jesús subió, Jesús se sentó. Jesús no se preocupa por mostrar una imagen de sí mismo a las multitudes, no está preocupado por ejecutar una tarea, por ajustarse a un plan de acción en su misión; al contrario, en primer lugar, pone siempre el encuentro con los demás, la relación, la preocupación por esas fatigas y esos fracasos que a menudo abruman el corazón y quitan la esperanza.

Por eso Jesús, ese día, vio, subió y se sentó.

En primer lugar, Jesús vio. Él tiene una mirada atenta que, aun en medio de tanta multitud, lo hace capaz de divisar dos barcas junto a la orilla y de percibir la decepción en el rostro de esos pescadores, que ahora están lavando las redes vacías después de una noche que salió mal. Jesús fija su mirada llena de compasión en ellos. No olvidemos esto: la compasión de Dios. Las tres actitudes de Dios: cercanía, compasión y ternura. No olvidemos: Dios está cerca, Dios es tierno y Dios es compasivo, siempre. Y Jesús fija esa mirada llena de compasión en los ojos de esas personas, comprendiendo su desánimo, la frustración de haber trabajado toda la noche sin recoger nada, la sensación de tener el corazón vacío, precisamente como esas redes que ahora sujetan entre las manos.

Y ahora me disculpo y pido al Maestro [de las Celebraciones Litúrgicas] que continúe la lectura, por dificultad en la respiración.

Y, habiendo visto su malestar, Jesús subió. Le pide precisamente a Simón que aleje la barca de la orilla y sube en ella, entrando en el espacio de su vida, abriéndose paso en ese fracaso que habita su corazón. Esto es hermoso: Jesús no se limita a observar las cosas que no salen bien, como a menudo hacemos nosotros acabando por encerrarnos en el lamento y la amargura; Él, en cambio, toma la iniciativa, va al encuentro de Simón, se detiene con él en ese momento difícil y decide subir a la barca de su vida, que en esa noche volvió a la orilla sin éxito.

Finalmente, habiendo subido, Jesús se sentó. Y esta, en los Evangelios, es la típica postura del maestro, del que enseña. De hecho, el Evangelio, dice que subió y enseñó. Habiendo visto en los ojos y en el corazón de esos pescadores la amargura por una noche de esfuerzo sin resultados, Jesús sube a la barca para enseñar, es decir, para anunciar la buena noticia, para llevar la luz dentro de esa noche de desilusión, para narrar la belleza de Dios en las fatigas de la vida humana, para hacerles sentir que todavía hay una esperanza, aun cuando todo parece perdido.

Y entonces ocurre el milagro: cuando el Señor sube a la barca de nuestra vida para llevarnos la buena noticia del amor de Dios que siempre nos acompaña y nos sostiene, entonces la vida vuelve a empezar, la esperanza renace, el entusiasmo perdido regresa y podemos echar nuevamente las redes al mar.

Hermanos y hermanas, esta palabra de esperanza nos acompaña hoy, mientras celebramos el Jubileo de las Fuerzas armadas, Policía y Cuerpos de seguridad, a quienes agradezco su servicio, saludando a todas las autoridades presentes, a las asociaciones y a las Academias Militares, como también a los Ordinarios militares y a los capellanes. A ustedes se les confía una gran misión, que abraza múltiples dimensiones de la vida social y política: la defensa de nuestros países, el compromiso por la seguridad, la custodia de la legalidad y la justicia, la presencia en las casas de reclusión, la lucha contra la criminalidad y las diferentes formas de violencia que amenazan con alterar la paz social. Y recuerdo también a cuantos ofrecen su importante servicio en las catástrofes naturales, por el cuidado de la creación, por el rescate de las vidas en el mar, por los más frágiles, por la promoción de la paz.

También a ustedes el Señor les pide que hagan como Él: ver, subir, sentarse. Ver, porque están llamados a tener una mirada atenta, que sepa captar las amenazas al bien común; los peligros que se ciernen sobre la vida de los ciudadanos, los riesgos ambientales, sociales y políticos a los que estamos expuestos. Subir, porque sus uniformes, la disciplina que los ha forjado, la valentía que los distingue, el juramento que han hecho, son todas cosas que les recuerdan qué importante es no sólo ver el mal para denunciarlo, sino también subir a la barca durante la tormenta y comprometerse para que no haya un naufragio, con una misión al servicio del bien, de la libertad y de la justicia. Y, finalmente, sentarse, porque su estar presentes en nuestras ciudades y en nuestros barrios, su estar siempre de parte de la legalidad y de parte de los más débiles, se convierte para todos nosotros en una enseñanza: nos enseña que el bien puede vencer a pesar de todo, nos enseña que la justicia, la lealtad y la pasión civil hoy siguen siendo valores necesarios, nos enseña que podemos crear un mundo más humano, más justo y más fraterno, a pesar de las fuerzas contrarias del mal.

Y en esta tarea, que abraza toda su vida, también están acompañados por los capellanes, una presencia sacerdotal en medio de ustedes. Ellos no sirven – como a veces ha pasado tristemente en la historia – para bendecir perversas acciones de guerra. No. Ellos están en medio de ustedes como presencia de Cristo, que quiere acompañarlos, ofrecerles escucha y cercanía, animarlos a remar mar adentro y sostenerlos en la misión que llevan adelante cada día. Como apoyo moral y espiritual, ellos hacen camino con ustedes, ayudándoles a desempeñar sus cargos a la luz del Evangelio y al servicio del bien.

Queridos hermanos y hermanas, les agradecemos por lo que hacen, a veces arriesgándose personalmente. Gracias porque, subiendo a nuestras barcas en peligro, nos ofrecen su protección y nos alientan a seguir nuestra travesía. Pero también quisiera exhortarlos a no perder de vista el fin de su servicio y de sus acciones: promover la vida, salvar la vida, defender la vida siempre. Les pido, por favor, que vigilen: vigilen contra la tentación de cultivar un espíritu de guerra; vigilen para no ser seducidos por el mito de la fuerza y el ruido de las armas; vigilen para nunca contaminarse por el veneno de la propaganda del odio, que divide al mundo en amigos a los que hay que defender y enemigos a los que hay que combatir. Sean, en cambio, testigos valientes del amor de Dios Padre, que quiere que seamos todos hermanos. Y, juntos, caminemos para construir una nueva era de paz, de justicia y de fraternidad.

Al final de la celebración, previo a la oración del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de concluir la celebración, deseo saludarlos a todos ustedes, que han dado vida a esta peregrinación jubilar de las Fuerzas Armadas, de Policía y de Seguridad. Agradezco por su presencia a las distinguidas autoridades civiles y, por su servicio pastoral, a los Ordinarios militares y a los capellanes. Extiendo mi saludo a todos los militares del mundo, y quisiera recordar la enseñanza de la Iglesia a este respecto. Dice el Concilio Vaticano II: «Los que, al servicio de la patria, ejercen su profesión en las filas del ejército, considérense también ellos como servidores de la seguridad y la libertad de sus pueblos» (Const. past. Gaudium et spes, 79). Este servicio armado debe ejercerse sólo en legítima defensa, nunca para imponer el dominio sobre otras naciones, siempre respetando las convenciones internacionales en materia de conflictos (cf. ibid.) y, antes que nada, en el respeto sagrado de la vida y de la creación.

Hermanos y hermanas, oremos por la paz, en la martirizada Ucrania, en Palestina, en Israel y en todo el Medio Oriente, en Myanmar, en el Kivu, en Sudán. ¡Que callen en todas partes las armas y que se escuche el grito de los pueblos, que piden paz!

Encomendemos nuestra oración a la intercesión de la Virgen María, Reina de la Paz.

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