EL ARTE NO ES UN LUJO, SINO UNA NECESIDAD DEL ESPÍRITU: HOMILÍA ENVIADA POR EL PAPA PARA LA MISA DEL JUBILEO DE LOS ARTISTAS (16/07/2025)

Debido a la imposibilidad del Papa Francisco para presidir este 16 de febrero la Misa del Jubileo de los Artistas a causa de su hospitalización, el Card. José Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicastero per la Cultura y la Educación sustituyó al Pontífice y leyó su homilía. En la homilía que el Santo Padre tenía preparada para la ocasión, recuerda que vivimos un tiempo de crisis complejas, crisis económicas y sociales, pero sobre todo “crisis del alma”. “Nos planteamos cuestiones sobre el tiempo y la orientación. ¿Somos peregrinos o errantes? ¿Caminamos con una meta o estamos dispersos deambulando?” pregunta en su texto el Pontífice y recuerda que el artista es aquel o aquella “que tiene la tarea de ayudar a la humanidad a no perder la dirección y a no extraviar el horizonte de la esperanza”. Compartimos a continuación el texto de la homilía enviada por el Papa, traducido del italiano:

En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús proclama las Bienaventuranzas frente a sus discípulos y a una multitud de personas. Las hemos escuchado muchas veces y, sin embargo, no dejan de asombrarnos: «Bienaventurados ustedes, los pobres, porque es suyo el Reino de Dios. Bienaventurados ustedes, que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Bienaventurados ustedes, que ahora lloran, porque reirán» (Lc 6, 20-21). Estas palabras invierten la lógica del mundo y nos invitan a mirar la realidad con ojos nuevos, con la mirada de Dios, que ve más allá de las apariencias y reconoce la belleza, aún en la fragilidad y en el sufrimiento.

La segunda parte tiene palabras duras y de advertencia: «Ay de ustedes, los ricos, porque ya recibieron su consuelo. Ay de ustedes, que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre. Ay de ustedes, que ahora ríen, porque estarán en el dolor y llorarán» (Lc 6, 24-25). El contraste entre “bienaventurados ustedes” y “ay de ustedes” nos remite a la importancia de discernir dónde ponemos nuestra seguridad.

Ustedes, artistas y personas de cultura, están llamados a ser testigos de la visión revolucionaria de las Bienaventuranzas. Su misión no sólo es crear belleza, sino revelar la verdad, la bondad y la belleza escondidas en los pliegues de la historia, dar voz a quien no tiene voz, transformar el dolor en esperanza.

Vivimos un tiempo de crisis compleja, que es económica y social y, ante todo, es crisis del alma, crisis de significado. Nos planteamos cuestiones sobre el tiempo y la ruta. ¿Somos peregrinos o errantes? ¿Caminamos con una meta o estamos dispersos deambulando? El artista es aquel o aquella que tiene la tarea de ayudar a la humanidad a no perder la dirección, a no extraviar el horizonte de la esperanza.

Pero, cuidado: no una esperanza fácil, superficial, desencarnada. ¡No! La verdadera esperanza se entrelaza con el drama de la existencia humana. No es un refugio cómodo, sino un fuego que quema e ilumina, como la Palabra de Dios. Por eso el arte auténtico es siempre un encuentro con el misterio, con la belleza que nos supera, con el dolor que nos interroga, con la verdad que nos llama. De otro modo, «¡ay!». El Señor es severo en su llamado.

Como escribe el poeta Gerard Manley Hopkins, «el mundo está cargado de la grandeza de Dios. / Ésta brillará como el destello de una lámina agitada». Esta es la misión del artista: descubrir y revelar esa grandeza escondida, hacerla percibir a nuestros ojos y a nuestros corazones. El mismo poeta percibía también en el mundo un «eco de plomo» y un «eco de oro». El artista es sensible a estas resonancias y, con su obra, realiza un discernimiento y ayuda a los demás a discernir entre los diferentes ecos de los hechos de este mundo. Y los hombres y las mujeres de cultura están llamados a valorar estos ecos, a explicárnoslos y a iluminar el camino por el que nos conducen: si son cantos de sirenas que seducen o bien llamadas de nuestra humanidad más verdadera. Se les pide una sabiduría para distinguir lo que es como «paja que el viento dispersa» de aquello que es sólido «como árbol plantado al borde de las aguas» y capaz de dar fruto (cf. Sal 1, 3-4).

Queridos artistas, veo en ustedes a custodios de la belleza que sabe inclinarse sobre las heridas del mundo, que sabe escuchar el grito de los pobres, de los que sufren, de los heridos, de los encarcelados, de los perseguidos, de los refugiados. Veo en ustedes a custodios de las Bienaventuranzas. Vivimos en una época en la que se levantan nuevos muros, en la que las diferencias se vuelven pretexto para la división más que ocasión de enriquecimiento mutuo. Pero ustedes, hombres y mujeres de cultura, están llamados a construir puentes, a crear espacios de encuentro y diálogo, a iluminar las mentes y a encender los corazones.

Alguno podría decir: “Pero ¿para qué sirve el arte en un mundo herido? ¿No hay quizá cosas más urgentes, más concretas, más necesarias?”. El arte no es un lujo, sino una necesidad del espíritu. No es huida, sino responsabilidad, invitación a la acción, llamada, grito. Educar en la belleza significa educar en la esperanza. Y la esperanza nunca está separada del drama de la existencia: atraviesa la lucha cotidiana, las fatigas de la vida, los desafíos de nuestro tiempo.

En el Evangelio que escuchamos hoy, Jesús proclama bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los mansos, a los perseguidos. Es una lógica invertida, una revolución de la perspectiva. El arte está llamado a participar en esta revolución. El mundo tiene necesidad de artistas proféticos, de intelectuales valientes, de creadores de cultura.

Déjense guiar por el Evangelio de las Bienaventuranzas, y que su arte sea anuncio de un mundo nuevo. Que su poesía nos lo haga ver. Nunca dejen de buscar, de interrogar, de arriesgar. Porque el verdadero arte nunca es cómodo, ofrece la paz de la inquietud. Y recuerden: la esperanza no es una ilusión; la belleza no es una utopía; su don no es una casualidad, es una llamada. Respondan con generosidad, con pasión, con amor.

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