CATEQUESIS DEL PAPA: LOS HUMILDES Y LOS POBRES DAN TESTIMONIO DEL NACIMIENTO DE JESÚS (12/02/2025)

En su serie de catequesis sobre «Jesús, nuestra esperanza», el Papa Francisco se centró este 12 de febrero en el nacimiento de Jesús en Belén, destacando la humildad de Dios, que eligió nacer en un tiempo y lugar particulares, y en las circunstancias más humildes. En su catequesis, que pidió leer al P. Pierluigi Giroli I.C., el Santo Padre explicó que la forma del nacimiento de Cristo fue «inaudita» para un rey e invitó a los fieles a buscar la gracia de ser capaces de «asombro y alabanza ante Dios», como lo fueron los pastores, «y de ser capaces de valorar lo que Él nos ha confiado: los talentos, los carismas, nuestra vocación y las personas que pone a nuestro lado». Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 5. «Les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2, 11). El nacimiento de Jesús y la visita de los pastores.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

En nuestro camino jubilar de catequesis sobre Jesús, que es nuestra esperanza, hoy nos detenemos en el acontecimiento de su nacimiento en Belén.

El Hijo de Dios entra en la historia haciéndose nuestro compañero de viaje y comienza a viajar cuando aún está en el vientre materno. El evangelista Lucas nos cuenta que, apenas concebido, fue desde Nazaret hasta la casa de Zacarías e Isabel; y luego, al final del embarazo, de Nazaret a Belén para el censo. María y José se vieron obligados a ir a la ciudad del rey David, donde también había nacido José. El Mesías tan esperado, el Hijo del Dios Altísimo, se deja censar, es decir, contar y registrar, como un ciudadano cualquiera. Se somete al decreto de un emperador, César Augusto, que se cree el amo de toda la tierra.

Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en «un tiempo que se puede determinar con precisión» y en «un ambiente geográfico indicado con exactitud», de modo que «lo universal y lo concreto se tocan recíprocamente» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, 2012, 77). Dios, que entra en la historia, no desestabiliza las estructuras del mundo, sino que quiere iluminarlas y recrearlas desde dentro.

Belén significa «casa del pan». Allí se cumplen para María los días del parto y allí nace Jesús, pan bajado del cielo para saciar el hambre del mundo (cf. Jn 6, 51). El ángel Gabriel había anunciado el nacimiento del Rey mesiánico en el signo de la grandeza: «He aquí que concebirás un hijo, lo darás a luz y lo llamarás Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33).

Sin embargo, Jesús nace de una forma totalmente inédita para un rey. De hecho, «mientras estaban en aquel lugar, se le cumplieron los días del parto. Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue» (Lc 2, 6-7). El Hijo de Dios no nace en un palacio real, sino en la parte trasera de una casa, en el espacio donde están los animales.

Lucas nos muestra así que Dios no viene al mundo con proclamas sonoras, no se manifiesta en el clamor, sino que comienza su viaje en la humildad. ¿Y quiénes son los primeros testigos de este acontecimiento? Son algunos pastores: hombres con poca cultura, malolientes por el contacto constante con los animales, viven al margen de la sociedad. Sin embargo, practican el oficio con el que Dios mismo se da a conocer a su pueblo (cf. Gen 48, 15; 49, 24; Sal 23, 1; 80, 2; Is 40, 11). Dios los elige como destinatarios de la noticia más hermosa que jamás haya resonado en la historia: «No teman: he aquí que les anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2, 10-12).

El lugar al que hay que ir para encontrar al Mesías es un pesebre. Sucede, de hecho, que, después de tanta espera, «para el Salvador del mundo, para Aquel en vista del cual todas las cosas fueron creadas (cf. Col 1, 16), no hay sitio» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, 2012, 80). Los pastores se enteran así de que, en un lugar muy humilde, reservado a los animales, nace el Mesías tan esperado y nace para ellos, para ser su Salvador, su Pastor. Una noticia que abre sus corazones a la maravilla, a la alabanza y al anuncio gozoso. «A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación es entregada. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la Encarnación» (Carta ap. Admirabile signum, 5).

Hermanos y hermanas, pidamos también nosotros la gracia de ser, como los pastores, capaces de asombro y alabanza ante Dios, y capaces de custodiar lo que Él nos ha confiado: los talentos, los carismas, nuestra vocación y las personas que pone a nuestro lado. Pidamos al Señor que sepamos captar en la debilidad la fuerza extraordinaria del Dios Niño, que viene para renovar el mundo y transformar nuestras vidas con su designio lleno de esperanza para toda la humanidad.

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