MUJERES DE LA PALABRA EN LA SANTIDAD: PALABRAS DEL PAPA AL CAPÍTULO GENERAL DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD CANOSSIANAS (26/08/2022)

El Papa Francisco pidió este 26 de agosto a las Hijas de la Caridad Canossianas que realizan su Capitulo General en Roma, reforzar la dimensión comunitaria en los detalles cotidianos, mantener la oración de adoración y centrarse en Cristo que hace posible un servicio al prójimo que no es pietismo ni asistencialismo, sino caridad. “Mujeres de la Palabra que aman sin medida. Reconfiguración para una vida de santidad en la misión, hoy”, tema del XVII Capitulo General de las Hijas de la Caridad Canossianas, fue la guía inspiradora del discurso que el Papa Francisco dirigió a las más de sesenta religiosas, reunidas esta mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico del Vaticano. Transcribimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridas hermanas, ¡buenos días y bienvenidas!

Agradezco a la Superiora General por el saludo y la presentación de este Capítulo. Y agradezco a la que se va, después de ocho años, y regresa a su país. Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sugeridas por el tema que guía su trabajo.

Ante todo, mujeres de la Palabra. Como María. Porque las mujeres hablan siempre, pero se necesita hablar como María, que es otra cosa. Ella es la mujer de la Palabra, es la discípula. Mirándola, y también dialogando con ella en la oración, pueden siempre aprender de nuevo qué significa ser “mujeres de la Palabra”. Que no tiene nada que ver con “mujeres del chismorreo” por favor, eso no lo confundan, que no exista el chismorreo entre ustedes. Las ancianas pueden dar testimonio a las jóvenes de un asombro que no disminuye, un reconocimiento que crece con la edad, una acogida de la Palabra que se hace cada vez más plena, más concreta, más encarnada en la vida. Y las jóvenes pueden dar testimonio a las ancianas del entusiasmo de los descubrimientos, de los impulsos del corazón que, en el silencio, aprende a resonar con la Palabra, a dejarse sorprender, también a ponerse en discusión, para crecer en la escuela del Maestro. Y aquellas de una edad media, ¿qué hacen? Se encuentran en un mayor riesgo – ¡tengan cuidado! –, tanto porque esa es una edad de paso, con algunas insidias – las crisis de los 40, 45, ustedes las conocen –; pero sobre todo porque es la fase de las mayores responsabilidades es fácil caer en el activismo, incluso sin darse cuenta. Y entonces ya no se es mujer de la Palabra, sino mujeres de la computadora, mujeres del teléfono, mujeres de la agenda, etcétera. Entonces, ¡bienvenido este lema para todas! Para ponerse nuevamente en la escuela de María, centrarse de nuevo en la Palabra es ser mujeres “que aman sin medida”. La Palabra, no el activismo, en el centro.

Este es el segundo elemento del tema: amar sin medida. Hay un dicho que dice que “la medida del amor es amar sin medida”. Es una capacidad que viene del Espíritu Santo; no viene de nosotros, de nuestro esfuerzo; viene de Dios, que siempre ama sin medida. Y siempre nos espera. La paciencia de Dios con nosotros me conmueve. ¡Mira qué paciente es éste padre que tenemos! Esta cualidad de ser sin medida es propia del amor de Dios; sin embargo este amor – dice San Pablo – «fue derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom 5, 5). Entonces es posible amar sin medida haciendo el lugar al Espíritu y a su acción en nuestra vida. Y esa es la santidad. Mujeres del espíritu, como María. Dejar que sea el Espíritu quien te lleve adelante. Corazones abiertos al Espíritu.

De hecho el tema de su capítulo habla de “reconfiguración a una vida de santidad” – reconfiguración: la palabra es hermosa, me gusta – y agrega: “en y por la misión, hoy”. Santidad y misión son dimensiones constitutivas de la vida cristiana y son entre ellas inseparables. Podemos decirlo sintéticamente así: todo santo, toda santa es una misión (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19).

Lo demuestra bien el testimonio de Magdalena de Canossa. Ella se sentía llamada a entregarse completamente a Dios, pero al mismo tiempo sentía también el deber de estar cerca de los pobres. En su corazón de joven mujer estaba esta doble exigencia, esta doble pertenencia: A Dios y a los pobres, que en su caso era la gente de las zonas periféricas a Verona. Cuidado: es el Espíritu quien la guía, a través de situaciones concretas, y ella se deja guiar; busca su camino pero siempre permaneciendo dócil. Docilidad: nada que ver con el capricho, o con la necedad: quiero hacer esto... No, docilidad al Espíritu. ¡Ese es el secreto! Y así la caridad de Cristo moldea su corazón, moldea su vida; sobre el modelo de la Virgen María, que dijo “sí” desde el principio, plenamente, y después hizo su peregrinaje en la fe siguiendo al Hijo y se convirtió plenamente en madre bajo la Cruz. La vida de Magdalena fue “configurada” a la santidad de Cristo, bajo el modelo de María, en la forma misionera concreta dictada por la realidad en que vivía. Y éste su “sí”, dicho no con palabras sino con hechos, fue generador: el señor le mandó a algunas compañeras con quienes compartir el camino de santidad y de misión. Y así han llegado a este momento.

Me dio gusto el número de novicias que tienen: esto indica fecundidad, fecundidad de la congregación. Es un número de la fecundidad. Qué mal que aquí en Europa sean pocas, pero es el invierno demográfico europeo: en lugar de hijos prefieren tener perros, gatos, que es un poco el afecto programado: yo programo el afecto, me dan afecto sin problemas. ¿Y si hay dolor? Bueno, está el médico veterinario que interviene, punto. Y eso es algo terrible. Por favor, ayuden a las familias a tener hijos. Es un problema humano, y también un problema patriótico.

Queridas hermanas, ustedes quieren “reconfigurarse”, hoy, según esta forma de vida. Y el secreto es siempre el mismo: dejarse guiar por el Espíritu Santo para amar a Dios y a los pobres. Pero “hoy”: es el hoy de la Iglesia, es el hoy de la sociedad, mejor aún, de las distintas sociedades en que están presentes. Con esas situaciones de pobreza, con esos rostros que piden cercanía, con pasión y ternura. “¡Ah, qué cosa nueva está diciendo, Padre!”. No, ese es el estilo de Dios. Dios siempre actúa así, con cercanía, con pasión y ternura. Nos acerca, perdona y acaricia. Siempre. El estilo de Dios es cercanía, con pasión y ternura. No se olviden de esto. Esto es muy importante. Les agradezco por su valentía y su generosidad. Les agradezco por la alegría de sus corazones y sus rostros. La alegría es uno de los frutos del Espíritu y es signo claro del Evangelio, especialmente cuando se nota en el compartir con los hermanos y hermanas en condiciones de problemas y marginación. Es la alegría. Y también en el compartir con las hermanas de comunidad. Sí, porque puede ocurrir que uno parezca lleno de entusiasmo en el servicio a los pobres y después en casa esté por su lado y no viva la fraternidad... Ese no es un buen signo, porque se quejan: “Está superiora...”, aquel otro, ese problema... En la diócesis de antes [Buenos Aires] había una hermana que tenía este vicio de quejarse, y todos la llamaban “Sor Quejas”. Ninguna de ustedes es “Sor Quejas”, pero la tentación de quejarse, de criticar... eso hace mal al cuerpo, hace mal. “¡Pero, Padre, a mí me pasa!”. Entonces ve, díselo a la persona: “Tienes este defecto”; o sino díselo a quién puede ponerle remedio. Pero qué ganas yendo con las hermanas y diciendo: “Pero mira esto, esto, esto...”. Eso es chismorreo, que hace mucho más y hace morir la Palabra de Dios. “Es difícil, Padre, resolver el problema del chismorreo, porque te sale, el comentario...”. Sí, es como el dulce, que te sale... Pero hay un buen remedio, contra el chismorreo, y es muy sencillo: si tienes la tentación de chismorrear de las demás, muérdete la lengua, así se hincha bien y no podrás hablar. ¿Entendido? Por favor, nada de chismorreo, esto mata la vida comunitaria.

Quisiera agregar dos cosas. La primera con respecto a la dimensión comunitaria, y la retomo de la Exhortación Gaudete et exsultate. «La santificación es un camino comunitario [...]. Vivir y trabajar con otros es sin duda una vida de crecimiento espiritual. [...] Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos [y hermanas] y nos transforma poco a poco en comunidad santa y misionera» (141-142). No pensemos en grandes cosas, sino sobre todo en los detalles cotidianos. Como en familia, es ahí donde se ve la caridad: «La comunidad que custodia los pequeños detalles del amor, donde los miembros cuidan unos de otros y custodia en un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre» (145). Cuiden eso en las comunidades: una de la otra. Y nada de chismorreo.

El segundo subrayado, con el que concluyo, es el de la importancia de la oración de adoración. Hemos olvidado la oración de adoración: sabemos qué es, pero no la practicamos tanto. Adorar. Adorar. En silencio, ante el señor, ante el Santísimo Sacramento, adorar. Oración de adoración. Y aquí de nuevo pueden hacer referencia al testimonio de su Fundadora, que, como otros Santos y Santas de la caridad, obtenía el impulso apostólico especialmente de permanecer en adoración en la presencia del Señor. No tengan miedo de adorar: vayan allá. “Pero, es aburrido...”. Ve a adorar. Deja que el Señor haga. El movimiento del espíritu que deja de centrarse en sí mismo para centrarse en Cristo – y esa es la adoración: dejar de centrarse en sí mismo – es lo que hace posible un servicio al prójimo que no sea pietismo o asistencialismo, sino apertura al otro, proximidad, compartir; en una palabra: caridad. San Pablo diría: “El amor de Cristo nos cautiva y nos impulsa” (cf. 2 Cor 5, 14).

Queridas hermanas, adelante, con valentía. Les agradezco por esta visita, y sobre todo de aquello que son y hacen en la Iglesia. Pido al Espíritu Santo que les dé luz y fuerza para concluir bien su Capítulo y para el camino del instituto. De corazón las bendigo a ustedes y a todas las hermanas en todas partes del mundo. Y, por favor, no se olviden de orar por mí: ¡oren a favor, no en contra!

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