CATEQUESIS DEL PAPA: LA VEJEZ ES UNA PROMESA, QUERER LA ETERNA JUVENTUD ES DELIRANTE (10/08/2022)

Tras la pausa de julio y las reflexiones, de la semana pasada, dedicadas a su viaje apostólico a Canadá, el Pontífice – en el Aula Pablo VI repleta de fieles – desarrolló este 10 de agosto su decimosexta catequesis sobre la tercera edad como “un tiempo proyectado hacia la plenitud”, que es un pasaje a través de la fragilidad de la fe y del testimonio y “a través de los desafíos de la fraternidad”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

“Voy a prepararles un lugar” (cf. Jn 14, 2). La vejez, tiempo proyectado a la plenitud

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Estamos ya en las últimas catequesis dedicadas a la vejez. Hoy entramos en la intimidad conmovedora de la despedida de Jesús a los suyos, ampliamente reportada en el Evangelio de Juan. El discurso de despedida comienza con palabras de consuelo y promesa: «No se turbe su corazón» (14, 1); «Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, vendré de nuevo y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes» (14, 3). Lindas palabras, estas, del Señor.

Poco antes, Jesús le había dicho a Pedro: tú «me seguirás más tarde» (13, 36), recordándole el paso a través de la fragilidad de su fe. El tiempo de vida que les queda a los discípulos será, inevitablemente, un paso a través de la fragilidad del testimonio y a través de los desafíos de la fraternidad. Pero será también un paso a través de las apasionantes bendiciones de la fe: «El que cree en mí hará también las obras que yo hago, y las hará aún más grandes» (14, 12). ¡Piensen qué promesa es esta! ¡No sé si lo pensamos profundamente, si lo creemos en profundidad! No lo sé, a veces, creo que no…

La vejez es el tiempo propicio para el testimonio conmovedor y alegre de esta espera. El anciano y la anciana están en espera, en espera de un encuentro. En la vejez las obras de la fe, que nos acercan a nosotros y a los demás al Reino de Dios, están ya más allá de la fuerza de las energías, de las palabras, de los impulsos de la juventud y la madurez. Pero precisamente así hacen aún más transparente la promesa del verdadero destino de la vida. ¿Y cuál es el verdadero destino de la vida? Un lugar en la mesa con Dios, en el mundo de Dios. Sería interesante ver si en las iglesias locales existe alguna referencia específica, destinada a reavivar este especial ministerio de la espera del Señor – es un ministerio, el ministerio de la espera del Señor – fomentando los carismas individuales y las cualidades comunitarias de la persona anciana.

Una vejez que se consume en el abatimiento por las oportunidades perdidas trae abatimiento para sí mismo y para todos. En cambio, la vejez vivida con dulzura, vivida con respeto por la vida real disuelve definitivamente el error acerca de una fuerza que debe bastarse a sí misma y a su propio éxito. Disuelve incluso el equívoco de una Iglesia que se adapta a la condición mundana, pensando de este modo en gobernar definitivamente la perfección y el cumplimiento. Cuando nos liberamos de esta presunción, el tiempo de envejecimiento que Dios nos concede es ya en sí mismo una de esas obras “más grandes” de las que habla Jesús. De hecho, es una obra que a Jesús no le fue permitido cumplir: ¡su muerte, su resurrección y su ascensión al Cielo la hicieron posible para nosotros! Recordemos que “el tiempo es superior al espacio”. Es la ley de la iniciación. Nuestra vida no está hecha para cerrarse en sí misma, en una ilusoria perfección terrenal: está destinada a ir más allá, a través del paso de la muerte – porque la muerte es un paso. En efecto, nuestro lugar estable, nuestro punto de llegada no está aquí, está junto al Señor, donde Él habita para siempre.

Aquí, en la tierra, se inicia el proceso de nuestro “noviciado”, somos aprendices de la vida, que – en medio de mil dificultades – aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de compartirlo y hacerlo fructificar para todos. El tiempo de vida en la tierra es la gracia de este paso. La presunción de detener el tiempo – de querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto – no sólo es imposible, es delirante.

Nuestra existencia en la tierra es el tiempo de la iniciación a la vida: es vida, pero que te lleva hacia adelante a una vida más plena, la iniciación de esa más plena: una vida que solo en Dios encuentra cumplimiento. Somos imperfectos desde el principio y seguimos siendo imperfectos hasta el final. En el cumplimiento de la promesa de Dios, la relación se invierte: el espacio de Dios, que Jesús prepara para nosotros con todo cuidado, es superior al tiempo de nuestra vida mortal. Entonces: la vejez acerca la esperanza de este cumplimiento. La vejez conoce definitivamente, ya, el sentido del tiempo y las limitaciones del lugar en el que vivimos nuestra iniciación. La vejez es sabia por esto: los viejos son sabios por esto. Por eso ella es creíble cuando nos invita a alegrarnos del paso del tiempo: no es una amenaza, es una promesa. La vejez es noble, no necesita maquillarse para hacer ver la propia nobleza. Quizá el maquillaje viene cuando falta nobleza. La vejez es creíble cuando invita a alegrarse del paso del tiempo: pero el tiempo pasa y esto no es una amenaza, es una promesa. La vejez que redescubre la profundidad de la mirada de fe no es conservadora por naturaleza, como dicen. El mundo de Dios es un espacio infinito, sobre el cual el paso del tiempo ya no tiene ningún peso. Y precisamente en la Última Cena, Jesús se proyectó hacia esta meta, cuando dijo a sus discípulos: «Desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba de nuevo con ustedes en el reino de mi Padre» (Mt 26, 29). Fue más allá. En nuestra predicación, a menudo el Paraíso está justamente lleno de dicha, de luz, de amor. Quizá le falte un poco la vida. Jesús, en las parábolas, hablaba del Reino de Dios añadiéndole más vida. ¿Ya no somos, capaces de esto, nosotros al hablar de la vida que continúa?

Queridos hermanos y hermanas, la vejez, vivida en la espera del Señor, puede convertirse en la completa “apología” de la fe, que da razón, a todos, de nuestra esperanza para todos (cf. 1 Pe 3, 15) porque la vejez hace transparente la promesa de Jesús, proyectándose hacia la Ciudad Santa de la que habla el libro del Apocalipsis (capítulos 21-22). La vejez es la fase de la vida más adecuada para difundir la alegre noticia de que la vida es una iniciación para un cumplimiento definitivo. Los viejos son una promesa, un testimonio de promesa. Y lo mejor está por venir. Lo mejor está por venir: es como el mensaje del viejo y la vieja creyentes, lo mejor está por venir. ¡Que Dios nos conceda a todos nosotros una vejez capaz de esto! Gracias.

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