CATEQUESIS DEL PAPA: LA ALIANZA ENTRE LOS VIEJOS Y LOS NIÑOS SALVARÁ A LA FAMILIA HUMANA (17/08/2022)

En su 17ª catequesis dedicada a la vejez, durante la Audiencia General celebrada la mañana de este 17 de agosto en el Aula Pablo VI ante varios miles de fieles y peregrinos, el Papa Francisco subrayó que “la alianza de los viejos con los niños salvará a la familia humana” si restituimos a los niños, que deben “aprender a nacer”, “el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de morir”. Un testimonio que “para los niños es creíble”, más que el de los jóvenes y los adultos, porque la vejez encierra el horizonte de nuestro destino. Compartimos a continuación, el texto completo de la catequesis del Papa, traducido del italiano:

El “Anciano de los días”. La vejez nos tranquiliza sobre el destino de la vida que ya no muere.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Las palabras del sueño profético de Daniel, que hemos escuchado, evocan una visión de Dios misteriosa y al mismo tiempo esplendorosa. Es retomada al principio del libro del Apocalipsis y referida a Jesús resucitado, que aparece al Vidente como Mesías, Sacerdote y Rey, eterno, omnisciente e inmutable (1, 12-15). Pone su mano en el hombro del Vidente y le tranquiliza: «¡No temas! Yo soy el Primero y el Último, y el Viviente. Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre» (vv. 17-18). Así desaparece la última barrera de temor y angustia que siempre ha suscitado la teofanía: El Viviente nos tranquiliza, nos da seguridad. Él también ha muerto, pero ahora ocupa el lugar que le ha sido destinado: el del Primero y el Último.

En este entretejido de símbolos – aquí hay muchos símbolos – hay un aspecto que quizás nos ayuda a comprender mejor la conexión de esta teofanía, esta aparición de Dios, con el ciclo de la vida, el tiempo de la historia, el señorío de Dios sobre el mundo creado. Y este aspecto tiene que ver precisamente con la vejez. ¿Qué tiene que ver? Veamos.

La visión comunica una impresión de vigor y fuerza, de nobleza, de belleza y fascinación. El vestido, los ojos, la voz, los pies, todo es espléndido en esa visión: ¡se trata de una visión! Su cabello, sin embargo, es blanco: como la lana, como la nieve. Como el de un viejo. El término bíblico más difundido para referirse a un anciano es “zaqen”: de “zaqan”, que significa “barba”. El cabello blanco como la nieve es el símbolo antiguo de un tiempo muy largo, de un pasado inmemorial, de una existencia eterna. No hay que desmitificar todo con los niños: la imagen de un Dios anciano con el pelo blanco como la nieve no es un símbolo tonto, es una imagen bíblica, noble e incluso tierna. La Figura que en el Apocalipsis está entre los candelabros de oro se superpone con la del “Anciano de los Días” de la profecía de Daniel. Es tan viejo como toda la humanidad, e incluso más. Es viejo y nuevo como la eternidad de Dios. Pero incluso más, es antiguo y nuevo como la eternidad de Dios. Porque la antigüedad de Dios es así, antigua y nueva, porque Dios nos sorprende siempre con su novedad, siempre viene a nuestro encuentro, cada día de una forma especial, para ese momento, para nosotros. Se renueva siempre: Dios es eterno, existe desde siempre, podemos decir que hay como una vejez de Dios, no es así, pero es eterno, se renueva.

En las Iglesias orientales, la fiesta del Encuentro con el Señor, que se celebra el 2 de febrero, es una de las doce grandes fiestas del año litúrgico. Pone en relieve el encuentro de Jesús con el anciano Simeón en el Templo, pone en relieve el encuentro entre la humanidad, representada por los vigilantes Simeón y Ana, con Cristo el Señor pequeño, el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Un hermosísimo icono de éste puede admirarse en Roma en los mosaicos de Santa María en Trastevere.

La liturgia bizantina ora con Simeón: «Este es Aquel que fue parido por la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, Aquel que se encarnó por nosotros y salvó al hombre». Continúa: «Que se abra hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, habiendo asumido un principio temporal, sin salir de su divinidad, es presentado por su voluntad en el templo de la Ley por la Virgen Madre, y el vigilante lo toma en sus brazos». Estas palabras expresan la profesión de fe de los primeros cuatro Concilios Ecuménicos, que son sagrados para todas las Iglesias. Pero el gesto de Simeón es también el icono más bello para la vocación especial de la vejez: mirando a Simeón miramos el icono más bello de la vejez: presentar a los niños que vienen al mundo como un don ininterrumpido de Dios, sabiendo que uno de ellos es el Hijo engendrado en la misma intimidad de Dios, antes de todos los siglos.

La vejez, encaminada hacia un mundo en el que podrá finalmente irradiarse sin obstáculos el amor que Dios ha puesto en la Creación, debe hacer este gesto de Simeón y Ana, antes de despedirse. La vejez debe dar testimonio – esto para mi es el núcleo, lo central de la vejez – la vejez debe dar testimonio a los niños de su bendición: éste consiste en su iniciación – bella y difícil – en el misterio de un destino a la vida que nadie puede aniquilar. Ni siquiera la muerte. Dar testimonio de la fe delante de un niño es sembrar esta vida; más aún, dar testimonio de humanidad y de fe es la vocación de los ancianos. Dar a los niños la realidad que han vivido como testimonio, pasar la estafeta. Los viejos estamos llamados a esto, a pasar la estafeta para que ellos la lleven adelante.

El testimonio de los ancianos es creíble para los niños: los jóvenes y los adultos no son capaces de hacerlo tan auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como lo pueden hacer los ancianos, los abuelos. Cuando el anciano bendice la vida que viene a su encuentro, dejando de lado todo resentimiento por la vida que se va, es irresistible. No está amargado porque pasa el tiempo y está por irse: no. Está con esa alegría del buen vino, del vino que se ha hecho bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la vida y las mismas dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro, porque ellos son no sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es doloroso – y dañino – ver que se conciben las edades de la vida como mundos separados, en competencia entre ellas, que buscan vivir cada uno a expensas del otro: eso no está bien. La humanidad es antigua, muy antigua, si miramos la hora del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació de mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Quiere decir que nadie cae fuera de su generación eterna, fuera de su espléndido poder, fuera de su amorosa proximidad.

La alianza – y digo alianza – la alianza de los viejos y los niños salvará a la familia humana. Donde los niños, donde los jóvenes hablan con los viejos hay futuro; si no existe este diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no se ve claro. La alianza de los viejos y los niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos, por favor, restituir a los niños, que deben aprender a nacer, el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de morir? Esta humanidad, que con todo su progreso nos parece un adolescente nacido ayer ¿podrá recuperar la gracia de una vejez que tiene firme el horizonte de nuestro destino? La muerte es, sin duda, un pasaje difícil en la vida, para todos nosotros: es un pasaje difícil. Todos debemos pasar por allí, pero no es fácil. Pero la muerte es también el pasaje que cierra el tiempo de la incertidumbre y se deshace del reloj: es difícil, porque ese es el pasaje de la muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no tiene fecha de caducidad, comienza precisamente entonces. Pero comienza por la sabiduría de aquel hombre y aquella mujer, ancianos, que son capaces de pasar a los jóvenes la estafeta. Pensemos en el diálogo, en la alianza de los viejos y los niños, de los viejos con los jóvenes, y actuemos de modo que no se rompa, este vínculo. Que los viejos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes, y que los jóvenes busquen a los viejos para tomar de ellos la sabiduría de la vida. Gracias.

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