EL VÍNCULO “BAUTISMAL”: PALABRAS DEL PAPA A LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE LODI (26/08/2022)

Al recibir este 26 de agosto a los representantes de la comunidad eclesial y civil de la Diócesis de Lombardía en la Sala Clementina, el Papa Francisco recordó los motivos de su cercanía a ese territorio y a su gente, ante todo el bautismo recibido por el padre Pozzoli, sacerdote de Lodi. En la audiencia estuvieron presentes sacerdotes, consagrados y consagradas, seminaristas y fieles laicos, delegados sinodales y representantes de parroquias y asociaciones, junto con el Obispo emérito, voluntarios y trabajadores de la comunicación, encabezados por el Obispo – Mons. Maurizio Malvestiti –, que dirigió un saludo al Papa en nombre de toda la Diócesis, y luego las autoridades públicas de la Provincia y de la zona de Lodi, con los alcaldes, especialmente los de la zona más afectada en Occidente por la epidemia de COVID-19 en 2020. Reproducimos a continuación, el texto pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Obispo por el saludo que me ha dirigido a nombre suyo y de toda la comunidad de Lodi, que ustedes bien representan tanto en la dimensión eclesial como en la cívica. Y agradezco al Obispo emérito, porque a mí me da gusto que los eméritos sigan participando en la vida de la Iglesia, y no se encierren... ¡Adelante, con valentía! De hecho, son sacerdotes, consagradas, seminaristas y fieles laicos, delegados sinodales y representantes de parroquias y asociaciones, voluntarios y trabajadores de la comunicación, junto a las autoridades públicas de la provincia y del territorio de Lodi, con los alcaldes, en particular los de la primera “zona roja” en Occidente por la epidemia de COVID-19.

Los motivos que los han impulsado a venir son diversos. Me da gusto recordar primero aquello que me une a ustedes con una especie de “parentesco” que llamaría “bautismal”. Como saben, el padre qué me bautizó, el padre Enrico Pozzoli, y que después me ayudó a ingresar en la Compañía [de Jesús] y me siguió toda la vida, es hijo de su tierra, nativo de Senna Lodigiana, en la “baja”, cerca del Po. Atraído por el carisma de Don Bosco, partió de joven hacia Turín y, una vez Salesiano, fue inmediatamente enviado a Argentina, donde permaneció toda la vida. Se hizo amigo de mis padres y les ayudó también a aceptar mi llamada al sacerdocio. Me dio mucho gusto cuando un gran coterráneo suyo – que está aquí presente – reunió documentos y noticias sobre él y escribió su biografía. La tuve de inmediato, naturalmente, pero hoy la recibo en forma, por así decirlo, oficial y con emoción, porque me la traen ustedes, amigos de Senna Lodigiana, compatriotas de Don Pozzoli, que fue un gran salesiano. Un hombre sabio, bueno, trabajador; un apóstol del confesionario – no se cansaba de confesar –, misericordioso, capaz de escuchar y de dar buenos consejos. ¡Gracias de corazón! Aquí porque digo que somos un poco parientes, pero no a través de la sangre, no, el hilo que nos une es mucho más fuerte y sagrado porque es el del Bautismo.

A propósito de vínculos con su tierra de Lodi, no podemos olvidar que hay otro, esta vez a través de una gran santa: Francesca Saverio Cabrini, nativa de Sant’Angelo Lodigiano, que fundó las Misioneras del Sagrado Corazón en Codogno y es la patrona de los migrantes. Yo soy hijo de emigrantes; Argentina se convirtió en la patria de muchas y muchas familias de migrantes, en gran parte italianos, y Santa Cabrini y las Cabrinianas son una presencia importante en Buenos Aires. Hoy quiero expresar a ustedes mi admiración y mi reconocimiento por esta mujer, que – junto con el Obispo Scalabrini – es testigo de la cercanía de la Iglesia con los migrantes: su carisma es más que nunca actual. Pido su intercesión para que su comunidad diocesana esté siempre atenta a los signos de los tiempos y tome de la caridad de Cristo la valentía para vivir la misión hoy.

El padre Pozzoli y sobre todo Santa Cabrini nos recuerdan que la evangelización se hace esencialmente con la santidad de la vida, dando testimonio del amor en los hechos y en la verdad (cf. 1Jn 3, 18). Y así ocurre también la transmisión de la fe en las familias, a través de un testimonio sencillo y convencido. Pienso en los abuelos y abuelas que transmiten la fe con el ejemplo y con la sabiduría de sus consejos. Porque la fe se transmite “en dialecto”, siempre, de ninguna otra manera. Los abuelos, papá, mamá... La fe se transmite en dialecto. Sabemos bien que hoy el mundo ha cambiado, más aún, está en continua transformación. Es necesario buscar nuevos caminos, nuevos métodos, nuevos lenguajes. El camino maestro, sin embargo, sigue siendo el mismo: el del testimonio, el de una vida moldeada por el Evangelio. El Concilio Vaticano II nos ha mostrado este camino, y las Iglesias particulares están llamadas a caminar en él con actitud extrovertida, con una conversión misionera que involucre a todos y todo.

Su Iglesia laudense ha vivido ya dos sínodos después del Concilio Vaticano II: el treceavo y, recientemente, el catorceavo. Ahora, el camino sinodal que estamos realizando como Iglesia universal quisiera ayudar a todo el Pueblo de Dios a crecer precisamente en esta dimensión esencial, constitutiva, permanente de ser Iglesia: caminar juntos, en la escucha recíproca, en la variedad de los carismas y los ministerios, bajo la guía del Espíritu Santo, que crea armonía y unidad a partir de la diversidad. Recibo de ustedes el Libro de su reciente Sínodo diocesano como signo de comunión, y los exhorto a continuar el camino, fieles a las raíces y abiertos al mundo, con la sabiduría y la paciencia de los campesinos y la creatividad de los artesanos; comprometidos en el cuidado de los pobres y el cuidado de la tierra que Dios nos ha encomendado. El camino sinodal es el desarrollo de una dimensión de la Iglesia. Una vez escuché decir: “Queremos una Iglesia más sinodal y menos institucional”: eso no está bien. El camino sinodal es institucional, porque pertenece a la esencia propia de la Iglesia. Estamos en sínodo porque somos institución.

Y llegamos al tercer motivo que los ha traído aquí hoy: la experiencia traumática de la primera fase de la pandemia, que golpeó su territorio, especialmente a la parte sur. Esta pandemia ha sido y es una experiencia compleja, incluso demasiado grande, para que podamos dominarla plenamente. Sin embargo, no podemos y no debemos descuidar una verificación seria, a todos los niveles. Volver a empezar no quiere decir hacer “una limpieza superficial”. Pero ahora no es este el objetivo. Hoy, el signo que dan es el de una comunidad que quiere volver a empezar juntos, atesorando la experiencia vivida, valorando los talentos surgidos en los momentos más duros de la prueba, y ustedes los conocen bien. Quiero decir un gracias grande – ¡un gracias grande! – a los médicos, al personal de enfermería, a los voluntarios, a los capellanes, a los alcaldes, por la forma testimonial en que vivieron esta dolorosa pandemia. Han sido un ejemplo. Y muchos de ustedes se quedaron ahí, sirviendo a los enfermos. Gracias. Gracias por esto que hicieron.

Queridos hermanos y hermanas de Lodi, hace treinta años San Juan Pablo II visitó su Diócesis. Podemos imaginar el trazar un puente entre San Bassiano y San Juan Pablo II. Un puente entre el primer Obispo, el evangelizador de su tierra, y el Papa que introdujo a la Iglesia en el tercer milenio. Precisamente la gran desproporción entre los dos contextos es sugestiva, y estos dos “padres” de la Iglesia se pueden encontrar solamente en lo esencial, es decir en Jesucristo y en la dulce alegría de anunciarlo al mundo. El mundo cambia – el mundo cambia –, pero Cristo no, y mucho menos su Evangelio. El futuro de la Iglesia está en ir a lo esencial, ir a las fuentes, y de ahí tomar lo necesario para caminar... Como hicieron los jóvenes de Lodi en la reciente peregrinación con el obispo a Tierra Santa. Fueron a la fuente, a Jesucristo, nacido de María Virgen, verdadero hombre y verdadero Dios. Por intercesión de San Bassiano, pido que en la tierra de Lodi no falte nunca la sed del Evangelio y no falten hombres y mujeres capaces de entregarlo a todos con alegre testimonio.

Les agradezco por haber venido. De corazón los bendigo a ustedes y a toda la comunidad diocesana, como también a la vida civil del territorio de Lodi. Y les pido, por favor, que no se olviden de orar por mí, porque este trabajo no es fácil. Gracias.

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