ENSANCHEMOS LA PASIÓN POR EL HOMBRE: MENSAJE DEL PAPA AL MEETING DE RIMINI (19/08/2022)

Este 19 de mayo, el Card. Pietro Parolin envió un mensaje, a nombre del Santo Padre Francisco, con ocasión de la apertura de la 43ª edición de la Feria de Comunión y Liberación del 20 de agosto, titulada “Una pasión por el hombre. El texto contiene un llamado a los cristianos para que alimenten la amistad social, no dando lecciones desde el balcón, sino saliendo a la calle para compartir la fatiga cotidiana del vivir, sostenidos por una “esperanza confiable. Transcribimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

A Su Excelencia Reverentísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rimini

Excelencia Reverentísima:

El Santo Padre le saluda de corazón y le envía, a través mío, este mensaje por el próximo Meeting por la amistad entre los pueblos, titulado «Una pasión por el hombre». En el centenario del nacimiento del Siervo de Dios Mons. Luigi Giussani, los organizadores intentan hacer memoria agradecida de su celo apostólico, que lo impulsó a encontrar a muchas personas y a llevar a cada una la Buena Noticia de Jesucristo. Dijo de hecho en su discurso en el Meeting de 1985: «El cristianismo no nació para fundar una religión, nació como pasión por el hombre. [...] el amor al hombre, la veneración por el hombre, la ternura por el hombre, la pasión por el hombre, la estimación absoluta por el hombre».

A veces parece que la historia haya vuelto la espalda a esta mirada de Cristo sobre el hombre. El Papa Francisco lo ha subrayado en muchas ocasiones: «La fragilidad de los tiempos en que vivimos es también esta: creer que no existe posibilidad de rescate, una mano que te levante, un abrazo que te salve, te perdone, te levante de nuevo, te inunde de un amor infinito, paciente, indulgente; te vuelva a poner en camino» (El nombre de Dios es Misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, Ciudad del Vaticano-Milán 2016, 31). Es este el aspecto más penoso de la experiencia de muchos que han vivido la soledad durante la pandemia o que han tenido que abandonar todo para huir de la violencia de la guerra. He aquí entonces que la parábola del buen samaritano es hoy más que nunca una palabra-clave, porque es evidente cómo «los hombres en lo más íntimo esperan que el samaritano venga en su ayuda, que se incline sobre ellos, derrame aceite en sus heridas, cuide de ellos y los lleve a un sitio seguro. En un último análisis saben que necesitan la misericordia de Dios y su delicadeza [...], un amor salvífico que sea entregado gratuitamente» (Entrevista a S.S. el Papa emérito Benedicto XVI, en Por medio de la fe, a cargo de Daniele Libanori, Cinisello Balsamo 2016, 129).

El Evangelio señala al buen samaritano como modelo de una pasión incondicional por cualquier hermano y hermana que se encuentra a lo largo del camino; y por eso tiene una resonancia profunda con el tema del Meeting: «Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano» (Enc. Fratelli tutti, 79).

No se trata solo de generosidad, que algunos tienen más y otros menos. Aquí Jesús nos quiere poner ante la raíz profunda del gesto del buen samaritano. El Papa Francisco la describe así: «Reconocer a Cristo mismo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro porque quien cree, puede llegar a reconocer que Dios ama a todo ser humano con un amor infinito y que le confiere con ello una dignidad infinita. A ello se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y por cada uno, y por tanto nadie queda fuera de su amor universal» (ibid., 85).

Este misterio nunca deja de sorprendernos, como precisamente Don Giussani testificó en presencia de San Juan Pablo II el 30 de mayo de 1998: «“¿Qué cosa es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo del hombre para que cuides de él?”. Ninguna pregunta me ha impactado jamás, en la vida, como esta. Ha habido solo un Hombre en el mundo que me podía responder, planteando una nueva pregunta: “¿Qué ventaja tendrá el hombre si gana el mundo entero y después se pierde a sí mismo? ¿O qué cosa podrá el hombre dar a cambio de sí mismo?”. [...] Solo Cristo le da la mayor importancia a mi humanidad» (Dejar huellas en la historia del mundo, Milán 2019, 78).

Es esta pasión de Cristo por el destino de cada creatura la que debe animar la mirada del creyente hacia cualquiera: un amor gratuito, sin medida y sin cálculos. Pero – nos preguntamos – todo ello ¿no podría parecer una intención piadosa, con respecto a cuánto vemos ocurrir en el mundo de hoy? En el enfrentamiento de todos contra todos, donde los egoísmos y los intereses particulares parecen dictar la agenda en la vida de los individuos y las naciones, ¿cómo es posible mirar a quien está a nuestro lado como un bien que hay que respetar, custodiar y cuidar? ¿Cómo es posible zanjar la distancia que separa a unos de otros? La pandemia y la guerra parecen haber ensanchado el foso, haciendo retroceder el camino hacia una humanidad más unida y solidaria.

Pero sabemos que el camino de la fraternidad no está trazado en las nubes: atraviesa los muchos desiertos espirituales presentes en nuestras sociedades. «En el desierto –decía el Papa Benedicto XVI – se redescubre el valor de lo que es esencial para vivir; así en el mundo contemporáneo son innumerables los signos, a menudo expresados de manera implícita o negativa, de la sed de Dios, del sentido último de la vida. Y en el desierto hay necesidad sobre todo de personas de fe que, con su misma vida, señalan el camino hacia la tierra prometida y así mantienen firme la esperanza» (Homilía en la Santa Misa de apertura del Año de la Fe, 11 de octubre 2012). El Papa Francisco no se cansa de mostrar el camino que atraviesa el desierto trayendo vida: «Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu pone en movimiento no es un exceso de activismo, sino ante todo una atención dirigida hacia el otro considerándolo como una única cosa con sí mismos. Esta atención de amor es el inicio de una verdadera preocupación por su persona y es a partir de ella que deseo buscar efectivamente su bien» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199).

Recuperar esta conciencia es decisivo. Una persona no puede hacer sola el camino del descubrimiento de sí mismo, el encuentro con el otro es esencial. En este sentido, el buen samaritano nos señala que nuestra existencia está íntimamente conectada a la de los demás y que la relación con el otro es condición para convertirnos plenamente en nosotros mismos y dar fruto. Dándonos la vida, Dios se entregó de alguna manera a sí mismo para que nosotros, a nuestra vez, nos entreguemos a los demás: «Un ser humano está hecho de manera tal que no se realiza, no se desarrolla y no puede encontrar la propia plenitud si no es a través de un don sincero de sí mismo» (Enc. Fratelli tutti, 87). Don Giussani agregaba que la caridad es don de sí mismo “conmovido”. En efecto, es conmovedor pensar que Dios, el Omnipotente, se haya inclinado sobre nuestra nada, haya tenido piedad de nosotros y haya amado a cada uno con un amor eterno.

¿Cuál es el fruto de quien, imitando a Jesús, se entrega a sí mismo? «La amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos» (ibid., 94). Un abrazo que derriba los muros y va al encuentro del otro en la conciencia de cuánto vale cada persona individual y concreta, en cualquier situación en que se encuentre. Un amor al otro por lo que es: creatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza, por tanto dotada de una dignidad intangible, de la cual nadie puede disponer o, peor, abusar.

Es esta amistad social la que, como creyentes, estamos invitados a alimentar con nuestro testimonio: « la comunidad evangelizadora se mete a través de obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, acorta las distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo» (Evangelii gaudium, 24). ¡Cuánta necesidad tienen los hombres y las mujeres de nuestro tiempo de encontrar personas que no impartan lecciones desde el balcón, sino que bajen a la calle para compartir el cansancio cotidiano de vivir, sostenidas por una esperanza confiable!

El Papa Francisco insiste en llamar a los cristianos a esta tarea histórica, por el bien de todos, en la certeza de que la fuente de la dignidad de cada ser humano y la posibilidad de una fraternidad universal es el Evangelio de Jesús encarnado en la vida de la comunidad cristiana: «Si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras vísceras, habremos perdido la alegría que surge de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de la reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los lugares de trabajo, en la política y la economía, habremos apagado la melodía que nos provocaba a luchar por la dignidad de cada hombre y mujer» (Discurso en el Encuentro ecuménico, Riga – Letonia, 24 de septiembre 2018).

El Santo Padre desea que los organizadores y los participantes en el Meeting 2022 acojan con corazón alegre y disponible este llamado, y sigan colaborando con la Iglesia universal en el camino de la amistad entre los pueblos, ensanchando en el mundo la pasión por el hombre. Y mientras encomienda tal intención a la intercesión de María Santísima, envía de corazón la Bendición Apostólica.

Formulando mi personal deseo de un Meeting que responda plenamente a las expectativas, me confirmó con sentimientos de distinguido respeto

S.E.R. Pietro Card. Parolin

Secretario de Estado

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