NO PERMANECER INDIFERENTES ANTE UN MUNDO SEDIENTO DE PAZ: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO POR LA PAZ (20/10/2020)

En un mundo que corre el riesgo de “acostumbrarse” al mal de la guerra, la paz es la prioridad de cualquier política. Así lo subrayó el Papa Francisco la tarde de este 20 de octubre, digiriéndose, en la Plaza del Capitolio de Roma, a los participantes en el 34° Encuentro de Oración por la Paz en el espíritu de Asís, promovido por la Comunidad de San Egidio. Algunos representantes religiosos no pudieron asistir al Encuentro, como fue el caso de Gran Imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb. Después de participar, en primer lugar, en un momento de oración ecuménica con otras confesiones cristianas en la Basílica de Santa María en Ara Coeli, el Papa partició en la ceremonia con representantes de las grandes religiones del mundo y autoridades, en la Plaza romana del Capitolio. Aquí, poniendo en evidencia que el mundo que tiene “sed ardiente de paz” recordó también que la paz no se logra por sí solos sino juntos, encontrándonos. Compartimos, a continuación, el texto completo pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Es motivo de alegría y gratitud a Dios poder encontrar aquí en el Campidoglio, en el corazón de Roma, a ilustres líderes religiosos, distinguidas autoridades y numerosos amigos de la paz. Hemos orado, unos junto a otros, por la paz. Saludo al señor Presidente de la República Italiana, el honorable Sergio Mattarella. Y me alegra encontrarme de nuevo con mi hermano, Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé. Aprecio mucho que, a pesar de las dificultades del viaje, él y otras personalidades hayan deseado participar en este encuentro de oración. En el espíritu del Encuentro de Asís, convocado por San Juan Pablo II en 1986, la Comunidad de San Egidio celebra anualmente, de ciudad en ciudad, este evento de oración y diálogo por la paz entre creyentes de diversas religiones.

En esa visión de paz, había una semilla profética que, paso a paso, gracias a Dios ha ido madurando, con encuentros inéditos, acciones de pacificación, nuevos pensamientos de fraternidad. De hecho, mirando hacia atrás, aunque lamentablemente nos encontramos en los últimos años con acontecimientos dolorosos, como conflictos, terrorismo o radicalismo, a veces en nombre de la religión, debemos en cambio reconocer los pasos fructíferos en el diálogo entre las religiones. Es un signo de esperanza que nos incita a trabajar juntos como hermanos: como hermanos. Así hemos llegado al importante Documento sobre la Fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, que firmé con el Gran Imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, en 2019.

De hecho, «el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 284). Los creyentes han entendido que la diversidad de religiones no justifica la indiferencia o la enemistad. Más aún, a partir de la fe religiosa uno puede convertirse en artesano de paz y no en espectador inerte del mal de la guerra y del odio. Las religiones están al servicio de la paz y la fraternidad. Por eso, el presente encuentro impulsa a los líderes religiosos y a todos los creyentes a orar con insistencia por la paz, a no resignarse nunca a la guerra, a actuar con la fuerza humilde de la fe para poner fin a los conflictos.

¡Necesitamos la paz! ¡Más paz! «No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y pobreza» (Discurso en la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Asís, 20 de septiembre de 2016). El mundo, la política, la opinión pública corren el riesgo de acostumbrarse al mal de la guerra, como compañero natural en la historia de los pueblos. «No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de quien sufre los daños. […] Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron radiaciones atómicas y los ataques químicos, a las mujeres que perdieron a sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia» (FT, 261). Hoy, los dolores de la guerra también se ven agravados también por la pandemia del coronavirus y la imposibilidad, en muchos países, de acceder a los tratamientos necesarios.

Mientras tanto, los conflictos continúan, y con ellos el dolor y la muerte. Poner fin a la guerra es deber impostergable de todos los responsables de la política ante Dios. La paz es la prioridad de toda política. Dios le pedirá cuentas, a quien no ha buscado la paz o ha fomentado las tensiones y los conflictos, de todos los días, meses y años de guerra que han pasado y que han golpeado a los pueblos.

La palabra del Señor Jesús se impone por su sabiduría profunda: «Envaina la espada — Él dice —, porque todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt 26, 52). Aquellos que empuñan la espada, quizás creyendo que resolverán rápidamente situaciones difíciles, experimentarán sobre sí mismos, sobre sus seres queridos, sobre sus países, la muerte que viene de la espada. «¡Basta!» (Lc 22, 38), dice Jesús cuando los discípulos le mostraron dos espadas, antes de la Pasión. «¡Basta!»: es una respuesta inequívoca a toda violencia. Ese «¡basta!» de Jesús supera los siglos y llega fuerte hasta nosotros hoy: ¡basta de espadas, de armas, de violencia, de guerra!

San Pablo VI, en las Naciones Unidas en 1965, hizo eco a este llamado diciendo: «¡Nunca más guerra!». Esta es la súplica de todos nosotros, de los hombres y mujeres de buena voluntad. Es el sueño de todos los buscadores y artesanos de la paz, conscientes de que «toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado» (FT, 261).

¿Cómo salir de conflictos estancados y gangrenados? ¿Cómo desatar los nudos enredados de tantas luchas armadas? ¿Cómo prevenir los conflictos? ¿Cómo pacificar a los señores de la guerra o a los que confían en la fuerza de las armas? Ningún pueblo, ningún grupo social puede conseguir por sí solo la paz, el bien, la seguridad y la felicidad. Ninguno. La lección de la reciente pandemia, si queremos ser honestos, es «la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en la misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» (FT, 32).

La fraternidad, que brota de la conciencia de ser una sola humanidad, debe penetrar en la vida de los pueblos, en las comunidades, entre los gobernantes, en los consensos internacionales. Así aumentará la conciencia de que sólo podemos salvarnos juntos, encontrándonos, negociando, dejando de pelear, reconciliándonos, moderando el lenguaje de la política y de la propaganda, desarrollando caminos concretos para la paz (cf. FT, 231).

Estamos juntos esta tarde, como personas de diferentes tradiciones religiosas, para comunicar un mensaje de paz. Esto manifiesta claramente que las religiones no quieren la guerra, al contrario, desenmascaran a quienes sacralizan la violencia, piden a todos que oren por la reconciliación y que actúen para que la fraternidad abra nuevos senderos de esperanza. De hecho, con la ayuda de Dios, es posible construir un mundo de paz y así, hermanos y hermanas, salvarnos juntos. Gracias.

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