CATEQUESIS DEL PAPA: ELÍAS, HOMBRE DE FE CRISTALINA (07/10/2020)

Este 7 de octubre el Papa Francisco reanudó sus catequesis sobre la oración, tras haber reflexionado durante las últimas semanas acerca de cómo curar el mundo tras la pandemia. Ante la presencia de numerosos fieles y peregrinos procedentes de diversos países esta Audiencia General tuvo lugar en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, teniendo en cuenta el tiempo otoñal. El Santo Padre comenzó su reflexión en lengua italiana proponiendo al profeta Elías, uno de los personajes más interesantes de la Sagrada Escritura, que “va más allá de los confines de su época” y en el que es posible “vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio”. De hecho, recordó que Elías aparece junto a Jesús y Moisés, en el momento de la Transfiguración y que el mismo Señor “se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan Bautista”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que interrumpimos para hacer las catequesis sobre el cuidado de la creación y ahora retomamos; y encontramos a uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada Escritura: el profeta Elías. Él va más allá de los confines de su época y podemos vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio. Aparece al lado de Jesús, junto a Moisés, en el momento de la Transfiguración (cf. Mt 17, 3). Jesús mismo se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan Bautista (cf. Mt 17, 10-13).

En la Biblia, Elías aparece de improviso, de forma misteriosa, procedente de un pequeño pueblo completamente marginal (cf. 1 Re 17, 1); y finalmente saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego que lo lleva al cielo (cf. 2 Re 2, 11-12). Es por tanto un hombre sin un origen preciso, y sobre todo sin un final, secuestrado al cielo: por esto su regreso era esperado antes del advenimiento del Mesías, como un precursor. Así se esperaba el regreso de Elías.

La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su mismo nombre, que podría significar “Yahveh es Dios”, está encerrado el secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre íntegro, incapaz de compromisos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos, pero no fallan al ideal para el que nacieron.

La oración es la savia que alimenta constantemente su existencia. Por esto es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios. Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del Altísimo. Sin embargo, él también se ve obligado a lidiar con sus propias fragilidades. Es difícil decir qué experiencias le fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cf. 1 Re 18, 20-40), o la pérdida en la que constata “no ser mejor que sus padres” (cf. 1 Re 19, 4). En el alma de quien ora, el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y también por tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en muchas otras vocaciones bíblicas, también en el Nuevo Testamento, pensemos por ejemplo en San Pedro y San Pablo. También su vida era así: momentos de júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento.

Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su tiempo, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña (cf. 1 Re 21, 1-24). Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celosos, que actúen ante personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: “¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!”. Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien ora: se está delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, esto no es oración, esto es oración fingida. La oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el mundo después de estar primero en silencio y haber orado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen muchas injusticias, porque no han ido antes con el Señor a orar, a discernir qué deben hacer.

Las páginas de la Biblia dejan suponer que también la fe de Elías había conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cf. 1 Re 19, 9-13). Se manifiesta no en la tormenta impetuosa, no en el terremoto o en el fuego devorador, sino en el «murmullo de un viento ligero» (v. 12). O mejor, una traducción que refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro. Así se manifiesta Dios a Elías. Es con este signo humilde que Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa brisa gentil, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz.

Esta es la historia de Elías, pero parece escrita para todos nosotros. Algunas noches podemos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del manto su discípulo Eliseo. E incluso si nos hemos equivocado en algo, o si nos sentimos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías.

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