DANTE, PROFETA DE ESPERANZA: PALABRAS DEL PAPA A UNA DELEGACIÓN DE RAVENA, POR EL AÑO DANTESCO (10/10/2020)

El Papa Francisco, con ocasión del séptimo centenario de la muerte del gran poeta, se reunió este 10 de octubre con una delegación de la ciudad de Ravena encabezada por el alcalde, el prefecto y el Arzobispo, Monseñor Lorenzo Ghizzoni. Aprovechando una resonancia que va más allá de los siglos, “también nosotros — dijo el Papa — podremos enriquecernos con la experiencia de Dante para atravesar las tantas selvas oscuras de nuestra tierra y cumplir felizmente nuestra peregrinación a través de la historia”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

¡Queridos hermanos y hermanas!

Les doy la bienvenida y les agradezco que hayan venido a compartir conmigo la alegría y el esfuerzo de abrir las celebraciones del VII centenario de la muerte de Dante Alighieri. Agradezco en particular al Arzobispo Ghizzoni por sus palabras de introducción.

Rávena, para Dante, es la ciudad del “último refugio” [1] — el primero había sido Verona —; de hecho, en su ciudad el poeta pasó sus últimos años y completó su obra: según la tradición, allí se compusieron los cantos finales del Paraíso.

Así, en Rávena concluyó su camino terrenal; y concluyó ese exilio que tanto marcó su existencia y también inspiró su escritura. El poeta Mario Luzi ha hecho evidente el valor de la turbación y del descubrimiento superior que la experiencia del exilio reservó a Dante. Esto nos hace pensar inmediatamente en la Biblia, en el exilio del pueblo de Israel en Babilonia, que constituye, por así decirlo, una de las “matrices” de la revelación bíblica. De forma análoga para Dante el exilio fue tan significativo, que se convirtió en una clave de interpretación no sólo de su vida, sino del “viaje” de cada hombre y mujer en la historia y más allá de la historia.

La muerte de Dante en Rávena ocurre — como escribe Boccaccio — “el día en que la Iglesia celebra la exaltación de la Santa Cruz”[2]. El pensamiento va a aquella cruz de oro que el Poeta vio ciertamente en la pequeña cúpula color azul nocturno, salpicada de novecientas estrellas, del Mausoleo de Gala Placidia; o a aquella, llena de joyas y con un “resplandeciente” Cristo — por usar la imagen del Paraíso — (cf. XIV, 104), de la semicúpula del ábside de San Apolinar en Classe.

En 1965, con ocasión del séptimo centenario de su nacimiento, San Pablo VI obsequió a Rávena una cruz de oro para su tumba, que había permanecido hasta entonces — como dijo — “desprovista de tal signo de religión y esperanza” (Discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura romana, 23 de enero de 1965). Esa misma cruz, con motivo de este centenario, volverá a brillar en el lugar que conserva los restos mortales del Poeta. Que sea una invitación a la esperanza, esa esperanza de la que Dante es profeta (cf. Mensaje en el 750 aniversario del nacimiento de Dante Alighieri, 4 de mayo de 2015).

El deseo es, pues, que las celebraciones del VII centenario de la muerte del sumo Poeta, estimulen a revisitar su Comedia para que, haciéndonos conscientes de nuestra condición de exiliados, nos dejemos provocar a a ese camino de conversión «del desorden a la sabiduría, del pecado a la santidad, de la miseria a la felicidad, de la contemplación aterradora del infierno a la contemplación beatífica del paraíso» (San Pablo VI, Carta Apost. m.p. Altissimi cantus, 7 de diciembre de 1965). Dante, en efecto, nos invita una vez más a redescubrir el sentido perdido u ofuscado de nuestro recorrido humano.

Puede parecer, a veces, que estos siete siglos han excavado una distancia insalvable entre nosotros, hombres y mujeres de la era postmoderna y secularizada, y él, representante extraordinario de una edad de oro de la civilización europea. Y, sin embargo, algo nos dice que no es así. Los adolescentes, por ejemplo — incluso los de hoy —, si tienen la oportunidad de acercarse a la poesía de Dante de una manera que les sea accesible, inevitablemente reencuentran, por un lado, toda la distancia entre el autor y su mundo; y no obstante, por otro, advierten una resonancia sorprendente. Esto sucede especialmente allí donde la alegoría deja espacio al símbolo, donde el ser humano se transparenta más evidente y desnudo, donde la pasión civil vibra más intensamente, donde la fascinación de la verdad, la belleza y la bondad, en último término, la fascinación de Dios hace sentir su poderosa atracción.

Entonces, aprovechando esta resonancia que supera los siglos, también nosotros — como nos invitaba a hacer San Pablo VI — podremos enriquecernos con la experiencia de Dante para atravesar las tantas selvas oscuras de nuestra tierra y realizar felizmente nuestra peregrinación en la historia, para alcanzar la meta soñada y deseada por todo hombre: “el amor que mueve el sol y las demás estrellas” (Par. XXXIII, 145) (cf. Mensaje con motivo del 750º aniversario del nacimiento de Dante Alighieri, 4 de mayo de 2015).

Gracias de nuevo por esta visita, y los mejores deseos para las celebraciones del centenario. Con la ayuda de Dios, el año próximo me propongo ofrecer una reflexión más amplia al respecto. Bendigo de corazón a cada uno de ustedes, a sus colaboradores y a toda la comunidad de Ravena. Y, por favor, no se olviden de orar por mí.


[1] cf. C. Ricci, L'ultimo rifugio di Dante Alighieri, Hoepli, Milán 1891.

[2] Trattatello in laude di Dante, Garzanti 1995 p. XIV

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