EL MUNDO SIN MADRES NO TIENE FUTURO: PALABRAS DEL PAPA A LA COMUNIDAD DE LA PONTIFICIA FACULTAD TEOLÓGICA «MARIANUM» DE ROMA (24/10/2020)

La mañana de este 24 de octubre, el Papa Francisco encontró en el Aula Pablo VI a los docentes y estudiantes de la Pontificia Facultad de Teología «Marianum» de Roma. Después de saludar a la concurrencia expresó el deseo de “que cada uno de ustedes viva su servicio siguiendo el ejemplo de María, ‘la sierva del Señor’ (Lc 1, 38). Un estilo mariano, un estilo que será de gran beneficio para la teología y para la Iglesia”. Reproducimos a continuación el texto completo pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Los saludo y los felicito por el 70 aniversario de la fundación de su Facultad de Teología. Gracias, padre Canciller, por sus amables palabras. El Marianum, desde su nacimiento, fue confiado al cuidado de los Siervos de María. Deseo, pues, que cada uno de ustedes viva el servicio siguiendo el ejemplo de María, «la sierva del Señor» (Lc 1, 38). Un estilo mariano, un estilo que será de gran beneficio para la teología, para la Iglesia y para ustedes.

Podríamos preguntarnos: ¿la Mariología, hoy, sirve a la Iglesia y al mundo? Obviamente, la respuesta es sí. Ir a la escuela de María es ir a la escuela de fe y de vida. Ella, maestra pues era discípula, enseña bien el alfabeto de la vida humana y cristiana. Pero también hay otro aspecto, vinculado al hoy. Vivimos en el tiempo del Concilio Vaticano II. Ningún otro Concilio en la historia ha dado a la Mariología tanto espacio como el que le ha dedicado el Capítulo VIII de Lumen gentium, que concluye y en cierto sentido compendia toda la Constitución dogmática sobre la Iglesia. Esto nos dice que los tiempos que vivimos son tiempos de María. Pero necesitamos redescubrir a la Virgen según la perspectiva del Concilio. Así como el Concilio sacó de nuevo a la luz la belleza de la Iglesia volviendo a las fuentes y quitando el polvo que se había depositado sobre ella a lo largo de los siglos, así las maravillas de María se podrán redescubrir mejor yendo al corazón de su misterio. Allí surgen dos elementos, bien destacados por la Escritura: ella es madre y mujer. También la Iglesia es madre y mujer.

Madre. Reconocida por Isabel como «madre del Señor» (v. 43), la Theotokos es también madre de todos nosotros. En efecto, al discípulo Juan, y en él a cada uno de nosotros, el Señor en la cruz dijo: «¡He ahí a tu madre!» (Jn 19, 27). Jesús, en aquella hora salvífica, nos estaba dando su vida y su Espíritu; y no dejó que su obra se cumpliera sin darnos a la Virgen, porque quiere que en la vida caminemos con una madre, más aún, con la mejor de las madres (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 285). San Francisco de Asís la amaba precisamente porque era madre. De él se ha escrito que «rodeaba con indecible amor a la Madre del Señor Jesús, por el hecho de que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la Majestad» (San Buenaventura, Legenda major, 9, 3: FF 1165). La Virgen hizo a Dios nuestro hermano, como madre puede hacer más fraternales a la Iglesia y al mundo.

La Iglesia necesita redescubrir su corazón materno, que late por la unidad; pero lo necesita también nuestra Tierra, para que vuelva a ser la casa de todos sus hijos. La Virgen lo desea, «quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades» (Carta. enc. Fratelli tutti, 278). Necesitamos la maternidad, la que genera y regenera la vida con ternura, porque sólo el don, el cuidado y el compartir mantienen unida a la familia humana. Pensemos en el mundo sin madres: no tiene porvenir. Las utilidades y las ganancias, por sí solas, no dan futuro, por el contrario, a veces acrecientan las desigualdades y las injusticias. Las madres, en cambio, hacen que cada hijo se sienta en casa y dan esperanza.

El Marianum está llamado entonces, a ser una institución fraterna, no sólo a través del bello ambiente familiar que los distingue, sino también abriendo nuevas posibilidades de colaboración con otros institutos, que contribuirán a ampliar los horizontes e mantener el paso con los tiempos. A veces hay miedo de abrirse, pensando que se pierde la propia especificidad, pero cuando se arriesga para dar vida y generar el futuro no se equivoca, porque hace lo mismo que las madres. Y María es madre que enseña el arte del encuentro y del caminar juntos. Es hermoso entonces que, como en una gran familia, en el Marianum, confluyan tradiciones teológicas y espirituales diferentes, que contribuyan también al diálogo ecuménico e interreligioso.

La Virgen — este es el otro elemento esencial— es mujer. Quizás el dato mariológico más antiguo del Nuevo Testamento dice que el Salvador «nació de mujer» (Gal 4,4). En el Evangelio, además, María es la mujer, la nueva Eva, que desde Caná hasta el Calvario interviene para nuestra salvación (cf. Jn 2,4; 19,26). Finalmente, es la mujer vestida de sol que cuida de la descendencia de Jesús (cf. Ap 12, 17). Así como la madre hace de la Iglesia una familia, así la mujer hace de nosotros un pueblo. No es casualidad que la piedad popular se incline con naturaleza hacia la Virgen. Es importante que la mariología la siga atentamente, la promueva, a veces la purifique, prestando siempre atención a los “signos de los tiempos marianos” que atraviesan nuestra época.

Entre ellos, está precisamente el papel de la mujer: esencial para la historia de la salvación, no puede menos que serlo también para la Iglesia y el mundo. ¡Pero cuántas mujeres no reciben la dignidad que se les debe! La mujer, que trajo a Dios al mundo, debe poder llevar sus dones a la historia. Se necesitan su ingenio y su estilo. Lo necesita la teología, para que no sea abstracta y conceptual, sino delicada, narrativa, vital. La Mariología, en particular, puede contribuir a llevar a la cultura, también a través del arte y la poesía, la belleza que humaniza e infunde esperanza. Y está llamada a buscar espacios más dignos para las mujeres en la Iglesia, partiendo de la dignidad bautismal común. Porque la Iglesia, como dije, es mujer. Como María, es madre, como María.

El Padre Rupnik hizo un cuadro, que parece ser un cuadro de la Virgen, y no lo es. Parece que la Virgen está en primer plano, y en cambio el mensaje es: la Virgen no está en primer plano. Ella recibe a Jesús, y con sus manos, como si fueran peldaños, lo hace descender. Es la synkatabasis de Cristo a través de la Virgen: la condescendencia. Y el Cristo se presenta como un niño, pero Señor, con la Ley en la mano. Pero también como hijo de mujer, débil, agarrándose al manto de la Virgen. Esta obra del Padre Rupnik es justamente un mensaje. ¿Y quién es María para nosotros? La que, para cada uno de nosotros, hace descender a Cristo: Cristo plenitud de Dios, Cristo hombre que se hizo débil por nosotros. Cristo hombre que se hizo débil por nosotros. Veamos a la Virgen así: la que hace entrar a Cristo, la que hace pasar a Cristo, la que dio a luz a Cristo, y siempre permanece mujer. Es tan sencillo... Y pidamos que la Virgen nos bendiga. Ahora les daré la bendición a todos ustedes, pidiendo que siempre podamos tener en nosotros ese espíritu de hijos y de hermanos. Hijos de María, hijos de la Iglesia, hermanos entre nosotros.

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