LA VIÑA ES DEL SEÑOR, NO NUESTRA: ÁNGELUS DEL 04/10/2020

El Papa Francisco se refirió, durante la oración del Ángelus de este 4 de octubre, al texto evangélico que narra la parábola de los viñadores asesinos y hace notar que el texto es una advertencia a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo que están por emprender un camino errado. Ellos, en efecto, alimentan malas intenciones hacia él (Jesús) y buscan la manera de eliminarlo». El Papa describió el relato evangélico, mostrando a un propietario que cuida de su viña, pero que tiene que ausentarse y se la arrenda a unos labradores. Llegado el tiempo de la cosecha envía a unos siervos a recoger los frutos. A estos, los viñadores los golpean y matan a algunos. Sobre el texto, el Papa Francisco afirmó: “La imagen de la viña representa al pueblo que el Señor ha elegido y formado con tanto cuidado; los siervos mandados por el propietario son los profetas, enviados por Dios, mientras que el hijo es una figura de Jesús. Y así como fueron rechazados los profetas, también Cristo fue rechazado y asesinado”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy (cf. Mt 21,33-43) Jesús, previendo su pasión y muerte, narra la parábola de los viñadores asesinos, para advertir a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo que están por emprender un camino errado. Ellos, en efecto, alimentan malas intenciones hacia él y buscan la manera de eliminarlo.

El relato alegórico describe a un propietario que, después de haber cuidado mucho su viña (cf. v. 33), debiendo partir la confía a unos campesinos. Luego, cuando llega el tiempo de la cosecha, envía a algunos siervos a recoger los frutos; pero los viñadores reciben a los siervos a palos e incluso matan a algunos. El propietario manda a otros siervos, más numerosos, que sin embargo reciben el mismo trato (cf. vv. 34-36). El colmo llega cuando el propietario decide enviar a su hijo: los viñadores no le tienen ningún respeto, al contrario, piensan que eliminándolo podrán adueñarse de la viña, y así lo matan también (cf. vv. 37-39).

La imagen de la viña es clara: representa al pueblo que el Señor ha elegido y formado con tanto cuidado; los siervos mandados por el propietario son los profetas, enviados por Dios, mientras que el hijo es figura de Jesús. Y así como fueron rechazados los profetas, así también el Cristo fue rechazado y asesinado.

Al final del relato, Jesús pregunta a los jefes del pueblo: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con estos campesinos?» (v. 40). Y ellos, llevados por la lógica del relato, pronuncian su propia condena: el dueño — dicen — castigará severamente a esos malvados y confiará la viña «a otros campesinos, que le entregaran los frutos a su tiempo» (v. 41).

Con esta muy dura parábola, Jesús pone a sus interlocutores frente a su responsabilidad, y lo hace con extrema claridad. Pero no pensemos que esta advertencia valga solamente para los que rechazaron a Jesús en ese tiempo. Vale para todos los tiempos, incluso para el nuestro. También hoy Dios espera los frutos de su viña de aquellos que ha enviado a trabajar en ella. Todos nosotros.

En cada época, los que tienen autoridad, cualquier autoridad, incluso en la Iglesia, en el pueblo de Dios, pueden ser tentados de buscar los propios intereses, en lugar de los de Dios. Y Jesús dice que la verdadera autoridad se cumple cuando se presta servicio, está en servir, no en explotar a los demás. La viña es del Señor, no nuestra. La autoridad es un servicio, y como tal debe ser ejercida, para el bien de todos y para la difusión del Evangelio. Es muy feo ver cuando en la Iglesia las personas que tienen autoridad buscan los propios intereses.

San Pablo, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos dice cómo ser buenos trabajadores en la viña del Señor: lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable, todo lo que es virtud y merece elogio, que todo eso sea objeto cotidiano de nuestro compromiso (cf. Flp 4,8). Lo repito: lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable, todo lo que es virtud y merece elogio, que todo eso sea objeto cotidiano de nuestro compromiso. Es la actitud de la autoridad y también la de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros, en su pequeñez, tiene una cierta autoridad. Nos convertiremos así en una Iglesia cada vez más rica en frutos de santidad, daremos gloria al Padre que nos ama con infinita ternura, al Hijo que sigue dándonos la salvación, al Espíritu que nos abre el corazón y nos impulsa hacia la plenitud del bien.

Nos dirigimos ahora a María Santísima, espiritualmente unidos a los fieles reunidos en el Santuario de Pompeya para la Súplica, y en el mes de octubre renovamos el compromiso de rezar el Santo Rosario.

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