SUPERAR LAS DESIGUALDADES QUE ALIMENTAN LOS CONFLICTOS: PALABRAS DEL PAPA A LEGISLADORES CATÓLICOS (24/08/2024)

Con ocasión del 15º encuentro anual de la Red Internacional de Legisladores Católicos (ICLN), que se celebra en Frascati y Roma del 22 al 25 de agosto sobre el tema: “El mundo en guerra: crisis y conflictos permanentes – ¿Qué significa para nosotros?”, el Papa Francisco recibió en la Sala Clementina a unos ciento setenta participantes este 24 de agosto. El encuentro fue propicio para que el Santo Padre volviera a hablar sobre el tema crucial y doloroso de la “tercera guerra mundial combatida a pedazos” y advirtió ante los mensajes cínicos, que “¡son terribles!”, y pidió bases jurídicas cada vez más sólidas para defender el derecho internacional humanitario. Compartimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Eminencia, Excelencias, ilustres señoras y señores, queridos amigos:

Les extiendo una calurosa bienvenida a todos ustedes, miembros de la International Catholic Legislator Network De su 15º encuentro anual. Saludo al Cardenal Christoph Schönborn y al Doctor Christiaan Alting von Geusau y le agradezco por sus corteses palabras de introducción, que leí – las habían escrito, porque ahora ya no se hace aquí la introducción, para ahorrar tiempo, y así puedo tener más audiencias.

El tema del encuentro de este año, “El mundo en guerra: crisis permanentes y conflictos – ¿qué significa para nosotros?”, es más que nunca actual. La situación actual de “tercera guerra mundial combatida a pedazos” – pero existe, la tercera guerra mundial – parece permanente e imparable. La crisis en desarrollo amenaza seriamente los pacientes esfuerzos realizados por la comunidad internacional, sobre todo a través de la diplomacia multilateral, con el fin de impulsar la cooperación para afrontar las graves injusticias y los apremiantes desafíos sociales económicos y medioambientales que la familia humana está enfrentando. Y esto es así, no exagero.

¿Cuál es, entonces, la respuesta que se espera, no solo de parte de los legisladores, sino de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, particularmente aquellos inspirados por una visión evangélica de la unidad de la familia humana y de su vocación para construir un mundo – para cultivar un jardín (cf. Gen 2, 15; Is 61, 11) – caracterizado por la fraternidad, la justicia y la paz? Esa es la pregunta. Permítanme proponer algunas ideas para su reflexión.

Primero: el imperativo de renunciar a la guerra como medio para resolver los conflictos y estabilizar la justicia. No olvidemos que «toda guerra deja al mundo peor de como lo encontró – esto es seguro y de ello tenemos experiencia –. La guerra es una falla de la política y de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota ante las fuerzas del mal» (Carta Enc. Fratelli tutti, 261). La rendición no es de un país ante otro, la rendición es la guerra misma. Es realmente una derrota. En efecto, la enorme capacidad destructiva de los armamentos contemporáneos ha vuelto, de hecho, obsoletos los tradicionales criterios que limitan la guerra. En muchos casos, la distinción entre objetivos militares y civiles es cada vez más inconsistente. Nuestras conciencias no pueden dejar de conmoverse por las escenas de muerte y destrucción que cotidianamente tenemos frente a nuestros ojos. Necesitamos escuchar el grito del pobre, de las viudas y los huérfanos de los que habla la Biblia, para ver el abismo del mal que está en el corazón de la guerra y para decidir con todos los posibles medios por la paz.

Segundo: la necesidad de perseverancia y paciencia, la proverbial “virtud de los fuertes”, en la búsqueda del camino de la paz, en toda ocasión oportuna e inoportuna, a través de la negociación, la mediación y el arbitraje. «El diálogo […] debe ser el alma de la comunidad internacional» (Discurso al Cuerpo Diplomático, 8 de enero 2024), facilitado por una renovada confianza en las estructuras de cooperación internacional. No obstante su eficacia, comprobada en el curso de los años, en la promoción de esfuerzos globales por la paz y el respeto del derecho internacional, estas estructuras continuamente necesitan reformas y renovaciones para adaptarse a las circunstancias actuales, a las nuevas circunstancias. A propósito, una particular atención debe colocarse en el apoyo al derecho humano internacional y en proporcionarle bases jurídicas cada vez más sólidas. Esto naturalmente requiere trabajar para una distribución cada vez más equitativa de los bienes de la tierra, asegurando el desarrollo integral de las personas y los pueblos y superando así las escandalosas desigualdades e injusticias que alimentan los conflictos de largo plazo y generan nuevos agravios y actos de violencia en todo el mundo.

En su experiencia cotidiana de legisladores católicos y líderes políticos, ustedes saben también lo que significa enfrentar un conflicto, a escala más pequeña, pero quizá no menos intensa, al interior de las comunidades que representan y a las que sirven. Como cristianos, reconocemos que las raíces del conflicto, de la fragmentación y la disgregación de la sociedad deben buscarse, en último análisis, como subrayó el Concilio Vaticano II, en un conflicto más profundo, presente en el corazón del hombre (cf. Const. past. Gaudium et spes, 10). A veces los conflictos pueden ser inevitables, pero será posible resolverlos con frutos, sólo en un espíritu de diálogo y sensibilidad ante los demás y sus razones, y en un común compromiso por la justicia en la búsqueda del bien común. No olviden esto: del conflicto no se puede salir solos. No. Se sale con los demás. Solo, nadie puede salir del conflicto.

Finalmente, queridos amigos, mientras les extiendo en la oración mis mejores deseos para sus deliberaciones, permítanme sugerir que, quizá más que cualquier otra cosa, nuestro mundo, cansado de la guerra – parece que no puede vivir, sin guerra –, necesita renovar el espíritu de esperanza que llevó a fundar las estructuras de cooperación al servicio de la paz al término de la Segunda Guerra Mundial. Quisiera pedirles a ustedes, cuyo servicio a nuestros hermanos y hermanas está inspirado y sostenido por la paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), que sean testigos de esperanza, especialmente ante las nuevas generaciones. La guerra no es esperanza, la guerra no da esperanza. Que su compromiso por el bien común pueda, apoyado por la fe en las promesas de Cristo, servir como ejemplo para nuestros jóvenes. ¡Qué importante es para ellos ver modelos de esperanza e ideales que contrasten con los mensajes de pesimismo y cinismo – no olvidemos los mensajes cínicos, ¡son terribles! – a los que los jóvenes son expuestos tan a menudo! En definitiva, para nosotros que vivimos en un mundo en guerra, con permanentes crisis y conflictos, se trata de encontrar sabiduría y fuerza para ver más allá de las nubes, de leer los signos de los tiempos y, con la esperanza engendrada por la fe, inspirar a los demás, especialmente a los jóvenes, para trabajar por un mejor mañana.

Y con estos sentimientos, les aseguro mi oración por ustedes, por sus familias y por todos aquellos a quienes prestan su servicio. Los bendigo de corazón y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

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