LA LITURGIA, UN CUERPO Y UNA VOZ SIN INDIVIDUALISMOS: MENSAJE DEL PAPA A LA SEMANA LITÚRGICA NACIONAL ITALIANA (26/08/2024)

Una celebración en la que quienes participan se sienten parte de un cuerpo unido, de una oración que se eleva a Dios como un coro que une las voces de todos, necesita un cuidado especial; más que eso, necesita un «arte». Este es el tema central de la 74ª Semana Litúrgica Nacional en Italia que, desde este 26 de agosto hasta el próximo 29 de agosto, acoge la Arquidiócesis de Módena-Nonantola. En un mensaje enviado este 26 de agosto, firmado por el Cardenal Parolin, el Papa Francisco destaca los aspectos del canto coral, el canto sagrado y el silencio que favorecen la oración profunda e íntima, lejos del frenesí, el ruido y la palabrería, subrayando además, la característica principal de la oración litúrgica que, afirma, «rehúye toda forma de individualismo y división». Compartimos a continuación el texto completo del mensaje, traducido del italiano:

A S.E.R. Mons. Claudio Maniago
Arzobispo Metropolitano de Catanzaro-Squillace
Presidente del Centro de Acción Litúrgica

Excelencia Reverentísima:

Me alegra transmitirle el mensaje del Santo Padre para los trabajos de la 74ª Semana Litúrgica Nacional, promovida por el Centro de Acción Litúrgica y acogida por la Iglesia de Módena-Nonantola, rica en historia y dones de santidad. El Papa Francisco, al dirigir su saludo a todos los que participarán en la Semana como organizadores, ponentes, conferenciantes y voluntarios, les asegura un recuerdo especial en la oración, por el mejor éxito de las sesiones de estudio y de los momentos celebrativos.

La Semana Litúrgica que se preparan a vivir tiene como tema «En la liturgia la verdadera oración de la Iglesia. Pueblo de Dios y ars celebrandi. “El fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb 13, 15)». Este tema remite a la especificidad de la oración litúrgica, que rehúye toda forma de individualismo y de división. Ésta, en efecto, es «participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1073); es compartir el soplo amoroso de la Iglesia-Esposa, que hace sentirse parte de la comunidad de discípulos de todos los lugares y tiempos; es escuela de comunión que libera el corazón de la indiferencia, acorta las distancias entre los hermanos y conforma a los sentimientos de Jesús; es vía maestra que nos transforma, educándonos en la Iglesia a la vida buena del Evangelio.

Muy queridos todos, la liturgia – como afirmaba Romano Guardini – «introduce toda la amplitud de la verdad en la oración; más aún, no es otra cosa que el dogma orado, la verdad revivida orando» (El espíritu de la Liturgia). Las palabras del gran teólogo reiteran la evidencia de la dimensión objetiva de la liturgia, que «pide ser celebrada con fervor, para que la gracia derramada en el rito no se disperse, sino que alcance la vivencia de cada uno» (Francisco, Catequesis del 3 de febrero de 2021). Esta necesidad ineludible se transparenta también de su programa de estudios, que retoma el tema del ars celebrandi, compromiso y actitud que todos los bautizados están llamados a vivir para salir de su individualidad y abrirse al “nosotros” de la Iglesia en oración.

En la Carta Apostólica sobre la formación litúrgica, el Papa Francisco recuerda que los gestos propios de la asamblea, como el reunirse, las posturas del cuerpo, el estar en silencio, las expresiones de la voz, la involucración de los sentidos, son los modos en los que ella participa en la celebración (cf. Desiderio desideravi, 51). Después añade que «realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos juntos a una sola voz, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica unicidad de su propia personalidad no en actitudes individualistas, sino en la conciencia de ser un solo cuerpo» (ibid.).

A partir de estas perspectivas, el Santo Padre desea darles algunas prioridades concretas para colocar el acento de su reflexión sobre la Liturgia como “verdadera” oración de la Iglesia.

El primer compromiso, que se nos pide, es el de redescubrir el carácter coral de la oración litúrgica, a través de la cual, uniéndonos a la lengua materna de la Iglesia, nos convertimos en un solo cuerpo y una sola voz. San Agustín nos recordó la profunda relación de nuestra oración con Cristo: cuando oramos hablamos con Dios, es Jesús mismo quien «ora por nosotros, ora en nosotros y es orado por nosotros. [...] Reconozcamos, pues en él, nuestras voces y su voz en nosotros» (Enarr. in ps. 85, 1: CCL 39, 1176). La belleza de la verdad de la oración cristiana reside precisamente en este entrelazamiento de voces, que podríamos llamar justamente carácter coral. Toda oración cristiana es siempre a varias voces, como toda acción litúrgica es siempre a varias manos: estamos unidos a Cristo, y en Cristo encontramos a toda la humanidad. Ahora bien, el valor de este carácter coral de la oración litúrgica no debe simplemente afirmarse, sino que debe experimentarse a través de nuestro celebrar. Uno de los momentos más importantes en que podemos vivir tal experiencia es la Liturgia de las Horas, que sigue mereciendo un esfuerzo para que se convierta efectivamente en la oración del pueblo de Dios. Que nuestras comunidades vuelvan a elevar a coro la oración de los Salmos y aprendan a vivir, en la liturgia y en la vida, el valor de la unidad y de la comunión.

El segundo aspecto propuesto a su compromiso con la pastoral litúrgica es la relación con el canto sagrado. La música en la liturgia no es un elemento ornamental, sino parte integrante y necesaria de ella (Sacrosanctum Concilium, 112), contribuye junto con los demás lenguajes de los que se compone la liturgia a la epifanía del misterio celebrado. En el canto, de hecho, los fieles viven y expresan su fe. San Pablo VI con gran sabiduría escribía al respecto: «Si los fieles cantan, no abandonan la Iglesia; si no abandonan la Iglesia, conservan la fe y la vida cristiana» (Discurso a la Asamblea Plenaria del Episcopado de Italia, 14 de abril de 1964). El Papa recomienda para ello, por tanto, un cuidado especial, de manera particular en la celebración de la Eucaristía dominical, recordando cómo en el canto, mediante la concordancia de voces, se expresa la unión espiritual de los que comulgan, se manifiesta la alegría del corazón y se pone en relieve el carácter comunitario de los que se acercan a recibir la Eucaristía (cf. Instr. Gen. Misal Romano, 86).

La tercera consigna se refiere al silencio al que nos educa la liturgia, como demuestran los constantes recordatorios en la sinaxis eucarística del acto de guardar silencio. El Papa, por tanto, nos pide que contrarrestemos el frenesí, el ruido y la palabrería que nos amenazan en la vida de cada día valorando el silencio sagrado, gesto elocuente, tiempo favorable y espacio fecundo para permanecer en el amor del Señor, cultivar una mirada contemplativa, dar profundidad a la oración del corazón y dejarse transformar por el Espíritu. Esta familiaridad en la acogida del silencio es el verdadero requisito para que la Iglesia pueda ponerse a la escucha de Aquel que se revela en el «susurro de una brisa ligera» (cf. 1 Re 19, 12).

La cuarta y última dimensión que el Santo Padre confía a su cuidado es la promoción de la ministerialidad litúrgica, como fruto de ser la Iglesia de Pentecostés (cf. Desiderio desideravi, 33). En esta óptica, y no desde una perspectiva funcional, es importante leer los ministerios al servicio de la liturgia: en ellos, de hecho, se manifiesta la diversidad de los dones que el Espíritu Santo suscita en la comunidad cristiana. La presencia de una ministerialidad diversificada, alimentada por la comunión en Cristo, alimenta la participación activa de la asamblea y promueve la corresponsabilidad en la misión manifestando, en concreto, la índole sinodal de la Iglesia. Tal conciencia, como nos ha recordado el Papa Francisco (cf. ibid., 38), requiere un compromiso constante de formación, para que se eviten personalismos y manías de protagonismo y se realice un verdadero servicio a la comunión.

El Santo Padre, al enviar su bendición a Su Excelencia, a S.E. Mons. Erio Castellucci, Arzobispo de Módena-Nonantola y Obispo de Carpi, a los demás Obispos y a todos los participantes, desea que estas consignas estimulen a nuestras comunidades cristianas a vivir la oración litúrgica como encuentro con el Señor Resucitado y con su Cuerpo que es la Iglesia.

A la vez que expreso mis buenos deseos personales, aprovecho la ocasión para confirmarme con sentimientos de distinguido respeto

de S.E.R., devotísimo,
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado

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