CATEQUESIS DEL PAPA: SIN EL ESPÍRITU LA IGLESIA NO AVANZA, NO CRECE, NO PUEDE PREDICAR (07/08/2024)

Durante la Audiencia General de este 7 de agosto por la mañana, celebrada en el Aula Pablo VI, el Santo Padre Francisco retomó el hilo conductor de las catequesis anteriores a la pausa de julio, cuyo título general es: «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza». En esta ocasión el tema propuesto fue el Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo, en ella el Papa habló de María, esposa del Espíritu y figura de la Iglesia, que precisamente del Espíritu recibe la fuerza para anunciar la Palabra de Dios después de haberla recibido. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducida del italiano:

Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen. Cómo concebir y dar a luz a Jesús

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con la catequesis de hoy entramos en la segunda fase de la historia de la salvación. Después de haber contemplado al Espíritu Santo en la obra de la Creación, lo contemplaremos durante algunas semanas en la obra de la Redención, es decir, de Jesucristo. Pasamos, entonces, al Nuevo Testamento y vemos al Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.

El tema de hoy es el Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo. En el Evangelio de Lucas leemos: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» – a María –, «sobre ti extenderá su sombra el poder del Altísimo» (1, 35). El evangelista Mateo confirma este dato fundamental que se refiere a María y al Espíritu Santo, diciendo que María «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (1, 18).

La Iglesia ha recogido este dato revelado y lo colocó muy rápido en el corazón de su Símbolo de fe. En el Concilio Ecuménico de Constantinopla, del 381 – el que definió la divinidad del Espíritu Santo –, tal artículo entró en la fórmula del “Credo”, que se llama justamente Niceno-Constantinopolitano, y es el que recitamos en cada Misa. Éste afirma que el Hijo de Dios «por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre».

Se trata, por tanto, de un dato de fe ecuménico, porque todos los cristianos profesan juntos ese mismo Símbolo de fe. La piedad católica, desde tiempos inmemoriales, ha tomado de ello una de sus oraciones cotidianas, el Ángelus.

Este artículo de fe es el fundamento que permite hablar de María como de la Esposa por excelencia, que es figura de la Iglesia. En efecto, Jesús – escribe San León Magno – «así como nació por obra del Espíritu Santo de una virgen madre, así hace fecunda a la Iglesia, su Esposa inmaculada, con el soplo vital del mismo Espíritu» [1]. Este paralelismo es retomado en la Constitución dogmática Lumen gentium del Vaticano II, que dice así: «Por su fe y obediencia María engendró en la tierra al mismo Hijo de Dios, sin conocer varón, pero cubierta con la sombra del Espíritu Santo […] Ahora bien, la Iglesia, contemplando la santidad misteriosa de la Virgen, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, por medio de la Palabra acogida con fidelidad, se hace también madre, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios» (nn. 63, 64).

Concluyamos con una reflexión práctica para nuestra vida, sugerida por la insistencia de la Escritura en los verbos “concebir” y “parir”. En la profecía de Isaías escuchamos: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (7, 14); y el Ángel dice a María: «Concebirás un hijo, y lo darás a luz» (Lc 1, 31). María primero concibió, luego dio a luz a Jesús: primero lo acogió en sí, en el corazón y en la carne, luego lo dio a luz.

Así sucede también para la Iglesia: primero acoge la Palabra de Dios, deja que “hable a su corazón” (cf. Os 2, 16) y le “llene las entrañas” (cf. Ez 3, 3), según dos expresiones bíblicas, para luego darla a luz con la vida y la predicación. La segunda operación es estéril sin la primera.

A María que preguntaba: «¿Cómo ocurrirá esto puesto que no conozco varón?», el ángel respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti». También a la Iglesia, frente a tareas superiores a sus fuerzas, le surge espontáneamente plantearse la misma pregunta de María: “¿Cómo es posible esto?”. ¿Cómo es posible anunciar a Jesucristo y su salvación a un mundo que parece buscar sólo el bienestar en este mundo? También la respuesta es la misma que entonces: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo [...] y serán mis testigos» (Hch 1, 8). Así dice Jesús resucitado a los Apóstoles, casi con las mismas palabras dirigidas a María en la Anunciación. Sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no crece, la Iglesia no puede predicar.

Lo que se dice de la Iglesia en general, vale también para nosotros, vale para cada bautizado. Cada uno de nosotros se encuentra a veces, en la vida, en situaciones superiores a sus fuerzas y se pregunta: “¿Cómo puedo afrontar esta situación?”. Ayuda, en estos casos, recordar el repetirse a uno mismo lo que el ángel dijo a la Virgen antes de despedirse de ella: «Nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37).

Hermanos y hermanas, Retomemos entonces también nosotros, cada vez, nuestro camino con esta reconfortante certeza en el corazón: “Nada es imposible para Dios”. Y si nosotros creemos esto, haremos milagros. Nada es imposible para Dios. Gracias.


[1] Discurso 12º sobre la Pasión, 3, 6: PL 54, 356.

Comentarios