COMO SAN FRANCISCO, SEAN HOMBRES DE PAZ CERCA DE LOS POBRES: PALABRAS DEL PAPA A LOS FRAILES MENORES CAPUCHINOS (31/08/2024)

Este 31 de agosto, el Santo Padre Francisco recibió en la Sala del Consistorio, a los participantes en el LXXXVI Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos. A los hijos de San Francisco, el Pontífice los animó “a perseverar en su camino, con confianza y esperanza” y los invitó a aprovechar esta oportunidad extraordinaria para compartir las “cosas maravillosas” que Dios realiza a través de ellos. Transcribimos a continuación, el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Estoy contento. Recuerdo a sus hermanos en Buenos Aires: buenos confesores. Esos vascos que Franco había echado, llegaron allá. Buenos confesores, muy buenos. Y uno todavía está vivo, que es argentino; lo hice Cardenal, ahora. ¡Ese perdona todo! Me contó esto: que a veces siente el escrúpulo de perdonar demasiado – perdona siempre –, y un día fue ante el Señor, a la capilla, para pedir perdón: “Perdóname, Señor, he perdonado demasiado… ¡Pero eres Tú quien me dio el mal ejemplo!”. Así hace oración este buen Cardenal suyo.

Bienvenidos. Estoy contento de encontrarlos en ocasión de su LXXXVI Capítulo General. Dirijo mi saludo a ustedes y en particular al Ministro General, Fray Roberto Genuin.

Lo que están viviendo es un momento importante para ustedes y para la Iglesia. El Capítulo, de hecho, reúne hermanos provenientes de países y culturas distintas, que se reúnen para escucharse y hablar en el único lenguaje del Espíritu. Es una ocasión extraordinaria para compartir las “cosas maravillosas” (cf. Sal 1215, 3) que Dios sigue obrando a través de ustedes, hijos de San Francisco dispersos por el mundo. Espero por tanto que, mientras agradecen a Dios por el desarrollo de la Orden, sobre todo en las jóvenes iglesias, aprovechen este encuentro para cuestionarse sobre lo que el Señor les pide, para poder continuar, hoy, anunciando con pasión el Reino de Dios siguiendo las huellas del Poverello.

Quisiera por ello recordar con ustedes tres dimensiones de la espiritualidad franciscana, que pienso les pueden ayudar en el discernimiento y el apostolado misionero: la fraternidad, la disponibilidad y el compromiso por la paz.

La fraternidad. El lema de su Capítulo es este: «El Señor me dio hermanos» (Test. 14) «para ir por el mundo» (RB 3, 10). Esto recuerda la experiencia de Francisco, subrayando que la misión, según su carisma, nace en la fraternidad para promover fraternidad (RB 3, 10-12; cf. Carta a los miembros de la familia franciscana en el VIII centenario de la aprobación de la Regola Bollata, 9 de noviembre 2023). En la base se encuentra, podríamos decir, una “mística de la colaboración”, por la cual nadie, en el proyecto de Dios, puede considerarse una isla, sino que cada uno está en relación con los demás para crecer en el amor, saliendo de sí mismo y haciendo de su propia unicidad un don para los hermanos. Uno de ustedes que tenga cuidado de su propia unicidad, pero sin transformarla en don para los hermanos, aún no ha comenzado a ser capuchino.

Entonces ustedes no se han reunido para optimizar – como desafortunadamente a veces se escucha decir – los “recursos humanos” de la Orden, ni para mejorar sus servicios o conservar sus estructuras. Más bien vuelven para reconocerse, en la fe, como hermanos elegidos, reunidos y acompañados por la caridad providente del Padre, y para dejarse interrogar por esta verdad, especialmente en lo que se refiere al campo de la formación, sobre lo que están trabajando desde hace tiempo. Y hacen bien, porque sin formación no hay futuro.

En sus encuentros, por ello, los invito a vigilar para que en el centro nunca se coloquen los recursos económicos, los cálculos humanos u otras realidades de este tipo: son todos instrumentos útiles, de los cuales también es necesario preocuparse, pero siempre como medios, nunca como fines. Que al centro estén las personas: esas a las que el Señor los envía y con las cuales les regala vivir, su bien, su salvación. En una palabra: que en el centro esté la fraternidad, de la cual los animo a hacerse promotores en sus casas formativas, en la gran familia franciscana, en la iglesia y en todos los ámbitos en que trabajan, incluso al costo de renunciar, en favor de la fraternidad, a proyectos y realizaciones de otro tipo. La fraternidad está en primer lugar. Sean hermanos. “¡Pero yo soy sacerdote!”. Sí, sí, pero después de aquello. Lo importante es el hermano. Sé sacerdote, diácono, lo que sea, pero hermano: esa es la base.

Y esto nos lleva al segundo punto de nuestra reflexión: la disponibilidad. La fraternidad y la disponibilidad. Ustedes los Capuchinos tienen la fama de estar listos e ir a donde ningún otro quiere dirigirse, y eso es muy hermoso. Su estilo abierto, de hecho, da testimonio a todos de que lo más importante en la vida es la caridad (cf. 1 Cor 13, 13), y que siempre vale la pena, por ella, gastar la propia existencia.

Representan, así, un signo para toda la comunidad, llamada a ser en su conjunto, siempre y donde sea, misionera y “en salida” (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2; Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). Un signo importante, especialmente en tiempos como los nuestros, marcados por conflictos y cerrazones, en donde la indiferencia y el egoísmo parecen prevalecer sobre la disponibilidad, sobre el respeto y el compartir, con consecuencias graves y evidentes, como la explotación desigual de los pobres y la devastación medioambiental.

En este contexto, su disposición a dejarse involucrar en primera persona por las necesidades de los hermanos y a decir con humilde valentía: «¡Aquí estoy, envíame!» (Is 6, 8) son un don carismático que hay que valorar y hacer crecer. Busquen ser siempre así: sencillos, libres y disponibles, listos para dejar todo (cf. Mc 1, 18) para hacerse presentes ahí en donde el señor los llama, sin buscar reconocimientos ni albergar pretensiones, con corazón y brazos abiertos. Y esa será su pobreza.

Y llegamos así al tercer valor que los caracteriza: el compromiso por la paz. Sean pacíficos. De hecho, su saber estar con todos, en medio de la gente, al punto de ser considerados comúnmente los “hermanos del pueblo”, al paso de los siglos los ha hecho expertos “constructores de paz” (cf. Mt 5, 9), capaces de crear ocasiones de encuentro, de mediar la solución de conflictos, de reunir personas y de promover una cultura de la reconciliación, incluso en las situaciones más difíciles.

En la base de este carisma está, sin embargo, como hemos dicho, una condición fundamental: ser, en Cristo, cercanos a todos (cf. Lc 10, 25-37), realmente los más pobres, descartados y desesperados, sin excluir nunca a nadie. San Francisco mismo, como sabemos, llegó a ser el “hombre de paz” que todo mundo reconoce, a partir del encuentro con los leprosos, en cuyo abrazo descubrió y aceptó sus heridas más profundas y en cuya presencia encontró a Cristo, su Salvador. Así, de perdonado se hizo portador de perdón; de amado, dispensador de amor; de reconciliado, promotor de reconciliación. Se sintió perdonado, amado, reconciliado y lleva el perdón y lleva el amor y lleva la reconciliación. Y ustedes deben ser así, hombres de amor, de perdón, de reconciliación. Es la fe quien lo hizo en muchas ocasiones instrumentos de paz en las manos de Dios, y ella, para él como para nosotros, tuvo y tendrá siempre un vínculo vital con la cercanía a los últimos, no lo olvidemos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).

En conclusión, queridos hermanos, los invito a perseverar en su camino, con confianza, con esperanza. Que la Virgen los acompañe. Y les agradezco por todo el bien que hacen en la Iglesia. De corazón los bendiga a ustedes y a la gran familia capuchina. Y les pido por favor orar por mí – ¡a favor, no en contra!

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