JESÚS ALIMENTA NUESTRA VIDA CON LA SUYA: ÁNGELUS DEL 18/08/2024

Previamente a la oración del Ángelus de este 18 de agosto, Domingo XX del Tiempo Ordinario, desde la ventana del Palacio Apostólico en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre Francisco señaló que, en el Evangelio de la liturgia del día, Jesús se identifica “con el alimento más común y cotidiano, el pan” e invitó a abrirse al don de la Eucaristía con maravilla y gratitud. Finalmente, el Papa suplicó a la Virgen María “para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan”. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio nos habla de Jesús, que afirma con sencillez: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6, 51). Ante la multitud, el Hijo de Dios se identifica con el alimento más común y cotidiano, el pan: “Yo soy el pan”. Entre los que escuchan, algunos empiezan a discutir (cf. v. 52): ¿cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne? También nosotros nos hacemos hoy esta pregunta, pero con maravilla y gratitud. He aquí dos actitudes sobre las cuales reflexionar: maravilla y gratitud, ante el milagro de la Eucaristía.

Primero: la maravilla, porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Pero Jesús siempre nos sorprende, siempre. Incluso hoy, en la vida de cada uno, Jesús siempre nos sorprende. El pan del cielo es un don que supera todas las expectativas. Quien no capta el estilo de Jesús permanece en la sospecha: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de otro (cf. v. 54). Carne y sangre, en cambio, son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra.

Y esto nos lleva a la segunda actitud: gratitud – primero, maravilla; ahora, gratitud –, porque reconocemos a Jesús allí donde se hace presente para nosotros y con nosotros. Se hace pan para nosotros. «El que come mi carne permanece en mí y yo en él» (cf. v. 56). El Cristo, verdadero hombre, sabe bien que hay que comer para vivir. Pero también sabe que esto no basta. Después de haber multiplicado el pan terrenal (cf. Jn 6, 1-14), Él prepara un don aún mayor: Él mismo se hace verdadera comida y verdadera bebida (cf. v. 55). ¡Gracias, Señor Jesús! Con el corazón podemos decir: gracias, gracias.

El pan celestial, que viene del Padre, es precisamente el Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento nos es más que necesario, porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos nosotros sentimos, no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos es necesaria, a todos.

Jesús se ocupa de la necesidad más grande: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, y esto, para siempre. Y gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros. El pan vivo y verdadero no es entonces algo mágico, no, no es una cosa que resuelve de golpe todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se jactan en detrimento suyo.

Preguntémonos entonces, hermanos y hermanas: ¿tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos y hermanas? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿sé asombrarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?

Pidamos juntos a la Virgen María, para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan.

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