RELIGIONES DEBEN UNIRSE EN LA CONTEMPLACIÓN Y LA ACCIÓN: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO ECUMÉNICO EN BRATISLAVA (12/09/2021)

El Papa Francisco inició su visita a Eslovaquia, este 12 de septiembre por la tarde encontrando a los miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias en la Nunciatura Apostólica. En la reunión participaron representantes de las once Iglesias miembros del Consejo Ecuménico. El Obispo de Roma les llamó a resistir la tentación de la esclavitud interior con las fuerzas gemelas de la contemplación y la acción. El Santo Padre finalizó su alocución expresando su deseo de que todos los cristianos puedan reunirse un día en torno a la mesa eucarística del Señor y dijo: “Será un signo más evocador que muchas palabras, que ayudará a la sociedad civil a comprender, especialmente en este período de sufrimiento, que sólo estando de parte de los más débiles todos saldremos en verdad de la pandemia”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias en la República Eslovaca:

Los saludo cordialmente y les agradezco por haber acogido la invitación de encontrarme: yo, peregrino en Eslovaquia, ustedes gratos huéspedes en la Nunciatura. Estoy contento de que el primer encuentro sea con ustedes: es un signo que la fe cristiana es – y quiere ser – en este país germen de unidad y levadura de fraternidad. Gracias Beatitud, Hermano Rastislav, por su presencia; gracias querido Obispo Iván, Presidente del Consejo Ecuménico, por las palabras que me ha dirigido y que dan testimonio del compromiso por querer continuar caminando juntos para pasar del conflicto a la comunión.

El camino de sus comunidades ha recomenzado después de los años de la persecución atea, cuando la libertad religiosa estaba impedida o puesta a dura prueba. Después, finalmente, llegó. Y ahora los une un trazo de camino en el cual experimentan que hermoso es, pero al mismo tiempo, qué difícil, vivir la fe, libres. Existe de hecho la tentación a volver a ser esclavos, no ciertamente de un régimen, sino de una esclavitud aún peor, la interior.

Es sobre lo que advertía Dostoevskij en un relato célebre, la Leyenda del Gran Inquisidor. Jesús ha vuelto a la tierra y es encarcelado. El inquisidor dirige palabras muy duras: la acusación que lo mueve es precisamente la de haber dado demasiada importancia a la libertad de los hombres. Le dice: «Tú quieres andar en el mundo y te vas con las manos vacías, con la promesa de una libertad que ellos, en su sencillez y desorden innato, no pueden siquiera concebir, de la cual tienen miedo y terror, ¡porque nada jamás ha sido más intolerable que la libertad para el hombre!» (Los Hermanos Karamazov, Milán 2012, p. 338). Y repite la dosis, agregando que los hombres están dispuestos a abaratar gustosos su libertad por una esclavitud más cómoda, la de sujetarse a alguien que decida por ellos, además de tener pan y seguridades. Y así llega a reclamar a Jesús el no haber querido convertirse en César para doblegar la conciencia de los hombres y establecer la paz con la fuerza. En cambio, siguió prefiriendo la libertad para el hombre, mientras la humanidad reclama “pan y poco más”.

Queridos hermanos, que no nos ocurra esto; ayudémonos a no caer en la trampa de contentarnos con pan y poco más. Porque este riesgo viene cuando la situación se normaliza, cuando nos estabilizamos y nos detenemos buscando mantener una vida tranquila. Entonces, a lo que se apunta no es ya «la libertad que tenemos en Cristo Jesús» (Gal 2, 4), su verdad que nos hace libres (cf. 8, 32), sino obtener espacios y privilegios. Que, según el Evangelio, es “pan y un poco más”. Aquí, desde el corazón de Europa, nos viene el preguntarse: nosotros los cristianos, ¿hemos perdido un poco el ardor del anuncio y la profecía del testimonio? ¿Es la verdad del Evangelio la que nos hace libres o nos sentimos libres cuando logramos una zona de confort que nos permite administrarnos y continuar tranquilos sin reacciones particulares? E incluso, contentándonos con pan y seguridad, ¿hemos quizá perdido el impulso en la búsqueda de la unidad implorada por Jesús, unidad que ciertamente requiere la libertad madura de elecciones fuertes, renuncias y sacrificios, pero es la premisa para que el mundo crea (cf. Jn 17, 21)? No nos interesemos sólo en cuanto puede beneficiar a nuestras comunidades particulares. La libertad del hermano y de la hermana es también nuestra libertad, porque nuestra libertad no es plena sin la suya.

Aquí la evangelización surgió de forma fraterna, llevando impreso el sello de los santos hermanos de Tesalónica, Cirilo y Metodio. Que ellos, testigos de una cristiandad todavía unida y encendida con el ardor del anuncio, nos ayuden a continuar en el camino cultivando la comunión fraterna entre nosotros en el nombre de Jesús. Sin embargo, ¿cómo podemos desear una Europa que retome las propias raíces cristianas si nosotros somos los primeros no enraizados a la plena comunión? ¿Cómo podemos soñar una Europa libre de ideologías, si no tenemos el valor de anteponer la libertad de Jesús a las necesidades de grupos particulares de creyentes? Es difícil exigir una Europa más fecundada por el Evangelio sin preocuparse del hecho de que no estamos aún plenamente unidos entre nosotros en el continente y sin cuidarnos unos a otros. Cálculos de conveniencia, razones históricas y vínculos políticos no pueden ser obstáculos inamovibles en nuestro camino. Que nos ayuden los Santos Cirilo y Metodio, «precursores del ecumenismo» (San Juan Pablo II, Carta enc. Slavorum Apostol, 14), a prodigarnos por una reconciliación de las diversidades en el Espíritu Santo; por una unidad que, sin ser uniformidad, sea signo y testimonio de la libertad de Cristo, el Señor que desata los lazos del pasado y nos cura de miedos y timideces.

En su tiempo, Cirilo y Metodio permitieron que la Palabra divina se encarnara en estas tierras )cf. Jn 1, 14). Quiero compartir con ustedes dos sugerencias en esta perspectiva, consejos fraternos para difundir el Evangelio de la libertad y la unidad, hoy. El primer consejo, la primera sugerencia se refiere a la contemplación. Un carácter distintivo de los pueblos eslavos, que les corresponde custodiar juntos, es el rasgo contemplativo, que va más allá de las conceptualizaciones filosóficas y también teológicas, a partir de una fe experiencial, que sabe acoger el misterio. Ayúdenlos a cultivar esta tradición espiritual, de la que Europa tiene tanta necesidad: en particular tiene sed el Occidente eclesial, para reencontrar la belleza de la adoración de Dios y la importancia de no concebir a la comunidad de fe ante todo con base en una eficiencia programática y funcional.

El segundo consejo se refiere en cambio a la acción. La unidad no se obtiene tanto con los buenos propósitos y con la adhesión a algún valor común, sino haciendo algo juntos para cuantos de acercan mayormente al Señor. ¿Quiénes son? Son los pobres, porque en ellos Jesús está presente (cf. Mt 25, 40). Compartir la cridad abre horizontes más amplios y ayuda a caminar de forma más expedita, superando prejuicios y mal entendidos. Y también eso es un rasgo que encuentra genuina acogida en este país, donde en la escuela se aprende de memoria una poesía, que contiene, entre otros, un pasaje muy hermoso: «Cuando a nuestra puerta toa una mano extranjera con sincera confianza: quien sea, si viene de cerca o de lejos, de día o de noche, sobre nuestra mesa estará el don de Dios para atenderlo» (Samo Chalupka, Mor ho!, 1864). Que el don de Dios esté presente sobre las mesas de cada uno para que, mientras aún no estamos en posibilidad de compartir la misma mesa eucarística, podamos recibir juntos a Jesús sirviéndolo en los pobres. Será un signo más evocativo que muchas palabras, que ayudará a la sociedad civil a comprender, especialmente en este período sufrido, que sólo estando de parte de los más débiles saldremos verdaderamente todos juntos de la pandemia.

Queridos hermanos, les agradezco por su presencia y por su camino: el carácter humilde y acogedor, típico del pueblo eslovaco, la tradicional convivencia pacífica entre ustedes y su colaboración para el bien del país son preciosos para el fermento del Evangelio. Los animo a avanzar en el camino ecuménico, tesoro precioso e irrenunciable. Les aseguro mi recuerdo en la oración y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

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