LA VERDADERA REVOLUCIÓN ES AMARSE PARA TODA LA VIDA: PALABRAS DEL PAPA EN SU ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN KOŠICE (14/09/2021)

La tarde de este 14 de septiembre, el Santo Padre Francisco se encontró con los jóvenes de Eslovaquia, en el Estadio Lokomotiva de Košice, y los animó a “rebelarse contra la cultura de lo provisorio, e ir más allá del instante y del instinto”. “La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz”, dijo el Papa a los jóvenes, después de varios testimonios y preguntas que le formularon. Reproducimos a continuación, el texto completo de sus palabras, traducido del italiano:

Queridos jóvenes, queridos hermanos y hermanas, dobrý večer! [¡buenas tardes!]

Me alegró escuchar las palabras de Mons. Bernard, sus testimonios y sus preguntas. Han hecho tres y quiero tratar de encontrar las respuestas con ustedes.

Inicio con Peter y Zuzka, de su pregunta sobre el amor en pareja. El amor es el sueño más grande la vida, pero no es un sueño con “buen mercado”. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las cosas grandes de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar. Les robo una frase: «Hemos comenzado a percibir este don con ojos totalmente nuevos». En verdad, como han dicho, se necesitan ojos nuevos, ojos que no se dejen engañar por las apariencias. Amigos, no banalicemos el amor, porque el amor no es sólo emoción y sentimiento, esto cuando mucho es el inicio. El amor no es tener todo y de inmediato, no responde a la lógica de usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad.

La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución, es rebelarse a la cultura de lo provisional, e ir más allá del instinto, más allá del instante, es amar para toda la vida y con todo lo que se es. No estamos aquí para hacer como que vivimos, sino para hacer que la vida deje huella. Todos ustedes tendrán en mente grandes historias, que han leído en novelas, que han visto en alguna película inolvidable, o escuchado en algún relato conmovedor. Si lo piensan, en las grandes historias hay siempre dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Miremos a Jesús, miremos al Crucificado, están los dos elementos: un amor sin límites y el valor de dar la vida hasta el final, sin medias tintas. Está aquí ante nosotros la Beata Anna, una heroína del amor. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no hagamos pasar los días de la vida como episodios de una telenovela.

Por ello, cuando sueñen en el amor, no crean en los efectos especiales, sino que cada uno de ustedes es especial, cada uno de ustedes. Cada uno es un don y puede hacer de la vida, de la propia vida, un don. Los demás, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá del maquillaje, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo en formar una familia, en engendrar y educar a los hijos, en pasar una vida compartiendo todo con ora persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque esta él, o ella, que las acoge y las ama, que te ama así como eres. Esto es el amor: amar al otro como es, ¡y esto es hermoso! Los sueños que tenemos nos dicen la vida que deseamos. Los grandes sueños no son el auto potente, el vestido a la moda o las vacaciones transgresoras. No presten oídos a quien habla de sueños y en cambio les vende ilusiones. Una cosa es el sueño, soñar, y otra cosa es tener ilusiones. Estos que venden ilusiones hablando de sueño, son manipuladores de la felicidad. Hemos sido creados para una alegría más grande: cada uno de nosotros es único y está en el mundo para sentirse amado en su unicidad y para amar a los demás como nadie puede hacerlo en su lugar. No se vive sentados en una banca como sustitutos de alguien más. No, cada uno es único a los ojos de Dios. No se dejen “homologar”; no somos hechos en serie, somos únicos, somos libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor, de amor con Dios, para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para aventurarnos en el riesgo maravilloso de amar. Les pregunto: ¿creen esto? Les pregunto: ¿sueñan esto? [responden: “¡Sí!”] ¿Seguros? [“¡Sí!”] ¡Muy bien!

Quiero darles otro consejo. Para que el amor de fruto, no se olviden de las raíces. ¿Y cuáles son sus raíces? Los padres y sobre todo los abuelos. Tengan cuidado: los abuelos. Ellos prepararon el terreno. Rieguen las raíces, vayan con los abuelos, les hará bien: háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus relatos. Hoy existe el peligro de crecer sin raíces, porque somos llevados a correr, a hacer todo de prisa: lo que vemos en internet puede llegarnos de inmediato a casa; basta un click y personas y cosas aparecen en la pantalla. Y después sucede que se convierten en más familiares que los rostros que nos han engendrado. Llenos de mensajes virtuales, nos arriesgamos a perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío, no hace bien, es una tentación del maligno. Dios no quiere bien plantados en la tierra, conectados a la vida; ¡nunca cerrados, sino siempre abiertos a todos! Enraizados y abiertos. ¿Entendieron? Enraizados y abiertos.

Sí, es verdad, pero – me dirán ustedes – el mundo piensa distinto. Se habla mucho de amor, pero en realidad hay otro principio: cada uno piense para sí mismo. Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que no funciona, por el mal que nos hace perversos. No se dejen aprisionar por la tristeza, por el desánimo resignado de quien dice que nada cambiará jamás. Si se cree esto se enferma de pesimismo. Y ustedes ¿han visto la cara de un joven, de un joven pesimista? ¿Han visto qué cara tiene? Una cara amargada, una cara de amargura. El pesimismo nos enferma de amargura, nos envejece por dentro. Y se envejece joven. Hoy hay muchas fuerzas disgregantes, tantas que inculpan a todos y a todo, amplificadores de negatividad, profesionistas de la queja. ¡No los escuchen!, no, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el victimismo. No fuimos hechos para tener el rostro en tierra, sino para alzar la mirada al Cielo, a los demás, a la sociedad.

Y cuando estamos decaídos – porque todos en la vida tenemos en ciertos momentos un poco de decaimiento, todos conocemos esta experiencia – y cuando estamos decaídos, ¿qué podemos hacer? Hay un remedio infalible para levantarnos de nuevo. Es lo que nos contaste tú, Petra: la Confesión. ¿Escucharon a Petra, ustedes? [“¡Sí!”] El remedio de la Confesión. Me preguntaste: «¿Cómo puede un joven traspasar los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios?». También acá es cuestión de miradas, de mirar a lo que cuenta. Si yo les pregunto: “¿En qué piensan cuando van a confesarse?” – no lo digan en voz alta, – estoy casi seguro de la respuesta: “En los pecados”. Pero – les pregunto, respondan – los pecados ¿son en verdad el centro de la Confesión? [“¡No!”] No escucho… [“¡No!”] ¡Muy bien! Dios quiere que te acerques a Él ¿pensando en ti, en tus pecados, o en Él? ¿Qué quiere Dios? ¿Qué te acerques a Él o a tus pecados? ¿Qué quiere? Respondan. [“¡A Él!”] Más fuerte, que estoy sordo… [“¡A Él!”]. ¿Cuál es el centro, los pecados o el Padre que perdona todos los pecados? El Padre. No va uno a confesarse como los castigados que deben humillarse, son como los hijos que corren a recibir el abrazo del Padre. Y el Padre nos levanta en toda situación, nos perdona todo pecado. Escuchen bien esto: ¡Dios perdona siempre! ¿Entendieron? ¡Dios perdona siempre!

Les doy un pequeño consejo: después de cada Confesión, permanezcan un instante recordando el perdón que han recibido. Cuiden esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados, que ya no están, sino el perdón que Dios te ha regalado, la caricia de Dios Padre. Eso cuídenlo, no se lo dejen robar. Y cuando la próxima vez vayan a confesarse, recuérdenlo: voy a recibir otra vez ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy con un juez a hacer cuentas, voy con Jesús que me ama y me cura. En este momento me viene dar un consejo a los sacerdotes: diría a los sacerdotes que se sienten en el lugar de Dios Padre que perdona siempre y abraza y acoge. Demos a Dios el primer lugar en la Confesión. Si Dios, si Él es el protagonista, todo se vuelve hermoso y confesarse se convierte en el Sacramento de la alegría. Sí, de la alegría: no del miedo y del juicio, sino de la alegría. Y es importante que los curas sean misericordiosos. Nunca curiosos, nunca inquisidores, por favor, sino que sean hermanos que dan el perdón del Padre, que son hermanos que acompañan en este abrazo del Padre.

Pero alguno podría decir: “Yo comúnmente me avergüenzo, no logro superar la vergüenza de ir a confesarme”. ¡No es un problema, es algo bueno! Avergonzarse, en la vida, a veces hace bien. Si te avergüenzas, quiere decir que no aceptas lo que has hecho. La vergüenza es un buen signo, pero como todo signo pide ir más allá. No quedarse prisionero de la vergüenza, porque Dios no se avergüenza nunca de ti. El te ama justamente ahí, donde te avergüenzas de ti mismo. Y te ama siempre. Les digo algo que no está en la maxipantalla. En mi tierra, a aquellos descarados que hacen todo mal, los llamamos “sinvergüenzas”.

Y una última duda: “Pero, Padre, yo no logro perdonarme, entonces tampoco Dios podrá perdonarme, porque caigo siempre en los mismos pecados”. Pero – escucha – Dios ¿cuándo se ofende? ¿Cuando vas a pedirle perdón? No, nunca. Dios sufre cuando pensamos que no puede perdonarnos, porque es como decirle: “¡Eres débil en el amor!”. ¡Decir esto a Dios es muy feo! Decirle “eres débil en el amor”. En cambio, Dios se alegra al perdonarnos, cada vez. Cuando nos levanta cree en nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros los que nos desanimamos, Él no. No ve a pecadores que etiquetar, sino a hijos a los que amar. No ve personas equivocadas, sino a hijos amados; quizá heridos, y entonces tiene aún más compasión y ternura. Y cada vez que nos confesamos – no lo olviden nunca – en el Cielo se hace fiesta. ¡Que así sea también en la tierra!

Finalmente, Peter y Lenka, en la vida han experimentado la cruz. Gracias por su testimonio. Preguntaron como «animar a los jóvenes a no temer abrazar la cruz». Abrazar: ¡es un hermoso verbo! Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos confianza en nosotros mismos y también en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús abrazamos de nuevo la esperanza. La cruz no se puede abrazar sola; el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Entonces, es con Jesús que se abraza la cruz, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús, renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Queridos jóvenes, queridas jóvenes, les deseo esta alegría, más fuerte que cualquier cosa. Les deseo que la lleven a sus amigos. No sermones, sino alegría. ¡Lleven alegría! No palabras, son sonrisas, cercanía fraterna. Les agradezco por haberme escuchado y les pido una última cosa: no se olviden de orar por mí. Ďakujem! [¡Gracias!]

De pie, todos, y oramos a Dios que nos ama, recemos el Padre Nuestro: “Padre nuestro…” [en eslovaco]

[Bendición]

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