LA CRISIS PANDÉMICA HA HECHO RESONAR EL GRITO DE LA TIERRA Y DE LOS POBRES: PALABRAS DEL PAPA A LA PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA (27/09/2021)

El Papa Francisco recordó, este 27 de septiembre en la Sala Clementina, a los participantes en la Asamblea plenaria de la Pontificia Academia para la vida que estos dos años de pandemia nos han “desgastado” y ya casi no se quiere hablar más de ello, sin embargo, les dijo que es imprescindible reflexionar con calma y “examinar en profundidad lo que ha ocurrido y ver el camino hacia un futuro mejor para todos”. Tras recordar que el horizonte de la salud pública, permite enfocar aspectos importantes para la convivencia de la familia humana y para el fortalecimiento de un tejido de amistad social, el Papa señaló además que la crisis pandémica ha puesto de manifiesto la profunda interdependencia entre nosotros y entre la familia humana y la casa común. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridas hermanas y hermanos:

Me alegra poder encontrarme con ustedes en ocasión de su Asamblea General y agradezco a Mons. Paglia por sus palabras. Dirijo un saludo también a los muchos académicos conectados.

El tema que han elegido para estos días de trabajo es particularmente actual: el de la salud pública en el horizonte de la globalización. En efecto, la crisis pandémica ha hecho resonar todavía con más fuerza “tanto el grito de la tierra como el grito de los pobres” (Enc. Laudato si', 49). ¡No podemos ser sordos a este doble grito, debemos escucharlo bien! Y eso es lo que quiero proponerles hacer.

El examen de las numerosas y graves cuestiones surgidas en estos últimos dos años no es una tarea fácil. Por una parte, estamos agotados por la pandemia de COVID-19 y por la inflación de discursos suscitados: ya casi no queremos oír hablar de ello y tenemos prisa por pasar a otros temas. Pero, por otra parte, es indispensable reflexionar con calma para examinar en profundidad lo que ha ocurrido y ver el camino hacia un futuro mejor para todos. En verdad, «peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla» (Homilía de Pentecostés, 31 de mayo de 2020). Y de una crisis sabemos que no se sale iguales: o saldremos mejores, o saldremos peores. Pero iguales, no. La decisión está en nuestras manos. Y, repito, peor que esta crisis, es sólo el drama de desaprovecharla. Los animo en este esfuerzo; y me parece sabia y oportuna la dinámica de discernimiento según la cual se desarrolla su encuentro: ante todo, escuchar atentamente la situación, para poder favorecer una verdadera y real conversión y llegar a decisiones concretas para salir mejores de la crisis.

La reflexión que han emprendido en los últimos años sobre la bioética global se está mostrando como muy valiosa. Los animé en esta perspectiva con la carta Humana communitas, en ocasión del XXV aniversario de su Academia. El horizonte de la salud pública permite, en efecto, enfocar aspectos importantes para la convivencia de la familia humana y para el fortalecimiento de un tejido de amistad social. Son temas centrales en la encíclica Fratelli tutti (cf. Cap. 6).

La crisis pandémica ha traído a la luz qué profunda es la interdependencia tanto entre nosotros como entre la familia humana y la casa común (cf. Encíclica Laudato si', 86; 164). Nuestras sociedades, sobre todo en Occidente, han tendido a olvidar esta interconexión. Y las amargas consecuencias están ante nuestros ojos. En este cambio de época es, por lo tanto, urgente invertir tal tendencia nociva, y es posible hacerlo mediante la sinergia entre diferentes disciplinas. Se requieren conocimientos de biología e higiene, de medicina y epidemiología, pero también de economía y sociología, antropología y ecología. Se trata, más allá de comprender los fenómenos, también de identificar criterios de acción, tecnológicos, políticos y éticos en relación con los sistemas de salud, la familia, el trabajo y el medio ambiente.

Tal enfoque es particularmente importante en el ámbito de la salud, porque la salud y la enfermedad están determinadas no sólo por los procesos de la naturaleza, sino también por la vida social. Además, no basta con que un problema sea grave para que llame la atención y así sea enfrentado: muchos problemas muy graves son ignorados por una falta de compromiso adecuado. Pensemos en el impacto devastador de ciertas enfermedades como la malaria y la tuberculosis: la precariedad de las condiciones higiénicas y sanitarias causa en el mundo cada año, millones de muertes evitables. Si comparamos esta realidad con la preocupación que la pandemia de COVID-19 ha provocado, vemos cómo la percepción de la gravedad del problema y la correspondiente movilización de energía y recursos es muy diferente.

Por supuesto, hacemos bien en tomar todas las medidas para contener y superar el COVID-19 a nivel global, pero esta coyuntura histórica en la que vemos amenazada de cerca nuestra salud debería hacernos conscientes de lo que significa ser vulnerables y vivir cotidianamente en la precariedad. Podremos así responsabilizarnos también de las graves condiciones en las que viven otras personas y por las que hasta ahora nos hemos interesado poco o nada. Aprenderemos así a no proyectar nuestras prioridades sobre poblaciones que viven en otros continentes, donde otras necesidades resultan más urgentes; donde, por ejemplo, no sólo faltan las vacunas, sino el agua potable y el pan cotidiano. No se sabe si reír o llorar, a veces llorar, cuando escuchamos a gobernantes o a líderes comunitarios aconsejar a los habitantes de las chabolas que se higienicen varias veces al día con agua y jabón... Pero, amigo, tú nunca has estado en una chabola: allí no hay agua, no conocen el jabón. “¡No, no salgan de casa!”: pero allí la casa es todo el barrio, porque viven… [hace un gesto].Por favor, ocupémonos de estas realidades, también cuando reflexionamos sobre la salud. Bienvenido, entonces, el compromiso de una justa y universal distribución de las vacunas – esto es importante –, pero teniendo en cuenta el campo más amplio en el que se exigen los mismos criterios de justicia, para las necesidades de salud y promoción de la vida.

Considerar la salud en sus múltiples dimensiones y a nivel global ayuda a comprender y asumir responsablemente la interconexión de los fenómenos. Y así se observa mejor cómo también las condiciones de vida, que son fruto de decisiones políticas, sociales y ambientales, producen un impacto en la salud de los seres humanos. Si examinamos, en diferentes países y en diferentes grupos sociales, la esperanza de vida – y de vida saludable – descubrimos fuertes desigualdades. Éstas dependen de variables como el nivel salarial, la titulación educativa, el barrio de residencia incluso en la misma ciudad. Nosotros afirmamos que la vida y la salud son valores igualmente fundamentales para todos, basados en la inalienable dignidad de la persona humana. Pero, si esta afirmación no va seguida del compromiso adecuado para superar las desigualdades, de hecho aceptamos la dolorosa realidad de que no todas las vidas son iguales y la salud no está protegida para todos de la misma manera. Y aquí quiero reiterar mi inquietud [preocupación] de que siempre haya un sistema de salud gratuito: que no lo pierdan los países que lo tienen, por ejemplo Italia y otros, que tienen un buen sistema de salud gratuito; no hay que perderlo, porque de otro modo se llegaría a que, en la población, tendrán derecho a los servicios de salud solamente los que puedan pagarlos, los demás no. Y este es un desafío muy grande. Esto ayuda a superar las desigualdades.

Por tanto, deben apoyarse las iniciativas internacionales – pienso, por ejemplo, en las recientemente promovidas por el G20 – destinadas a crear una gobernanza global para la salud de todos los habitantes del planeta, es decir, un conjunto de reglas claras y concertadas a nivel internacional, respetuosas de la dignidad humana. De hecho, el riesgo de nuevas pandemias seguirá siendo una amenaza también en el futuro.

También la Pontificia Academia para la Vida puede ofrecer una valiosa contribución en tal sentido, sintiéndose compañera de camino de otras organizaciones internacionales comprometidas con la misma finalidad. A este respecto, es importante participar en iniciativas comunes y, en las modalidades adecuadas, en el debate público. Esto requiere naturalmente, que, sin “diluir” los contenidos, se busque comunicarlos con un lenguaje idóneo y con argumentos comprensibles en el contexto social actual; para que la propuesta antropológica cristiana, inspirada en la Revelación, pueda ayudar también a los hombres y mujeres de hoy a redescubrir «como primario el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural». [1]

También aquí me gustaría mencionar que somos víctimas de una cultura del descarte. Mons. Paglia, en su presentación mencionó algo, pero existe el descarte de los niños que no queremos acoger, con esa ley del aborto que los envía al remitente y los mata directamente. Y hoy esto se ha convertido en una forma “normal”, una costumbre que es horrible, es propiamente un homicidio, y para entenderlo bien quizás nos ayude hacer una doble pregunta: ¿es justo eliminar, quitar una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? Esto es el aborto. Y luego, por otro lado, los ancianos: los ancianos que también son un poco “material de descarte”, porque no sirven... Pero son la sabiduría, son las raíces de sabiduría de nuestra civilización, ¡y esta civilización los descarta! Sí, en muchos lugares existe incluso la ley de la eutanasia “oculta”, como yo la llamo: es la ley que hace decir: “los medicamentos son caros, sólo se da la mitad”; y esto significa acortar la vida de los ancianos. Con esto negamos la esperanza: la esperanza de los niños que nos traen la vida que nos hace salir adelante, y la esperanza que está en las raíces que nos dan los ancianos. Descartamos ambas. Y luego, ese descarte de todos los días, en que la vida se descarta. Tengamos cuidado con esta cultura del descarte: no es un problema de una ley u otra, es un problema de descarte. Y en esta dirección ustedes, los académicos, las universidades católicas e incluso los hospitales católicos, no pueden permitirse el lujo de caminar. Este es un camino que no podemos recorrer: el camino del descarte.

Por ello, debe verse como algo positivo el estudio que su Academia ha elaborado en estos últimos años sobre el tema del impacto de las nuevas tecnologías en la vida humana y, específicamente, sobre la “algorética”, de forma tal que «la ciencia esté verdaderamente al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la ciencia». [2] Animo, a este respecto, el trabajo de la recién creada Fundación renAIssance, para la difusión y profundización de la Rome Call for AI Ethics, a la que espero, vivamente, se adhieran muchos,

Deseo, finalmente, agradecerles por el compromiso y la contribución que la Academia a provisto al participar activamente en la Comisión COVID del Vaticano. Gracias por esto. Es hermoso ver la cooperación que tiene lugar dentro de la Curia Romana en la realización de un proyecto compartido. Debemos desarrollar cada vez más estos procesos realizados conjuntamente, en los que sé que muchos de ustedes han participado, solicitando una mayor atención a las personas más vulnerables, como los ancianos, los discapacitados y los más jóvenes.

Con estos sentimientos de gratitud, encomiendo a la Virgen María los trabajos de esta Asamblea y también el conjunto de sus actividades como Academia para la defensa y promoción de la vida. Bendigo de corazón a cada uno de ustedes y a sus seres queridos. Y les pido, por favor, orar por mí porque lo necesito. ¡Gracias!


[1] Discurso a los participantes en el encuentro promovido por la Asociación Ciencia y Vida, 30 mayo 2015.

[2] ibíd.

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