LA RESPONSABILIDAD DEL GOBIERNO EN LAS ASOCIACIONES DE LAICOS: PALABRAS DEL PAPA EN ENCUENTRO DE MOVIMIENTOS ECLESIALES (16/09/2021)

Este 16 de septiembre, el Papa Francisco se encontró en el Aula del Sínodo en el Vaticano, con unos 80 moderadores de diferentes Asociaciones de fieles, Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades que se encuentran reunidos gracias a un evento organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, para reflexionar sobre el tema “La responsabilidad del Gobierno en las Asociaciones de Laicos: un servicio eclesial”. “La pertenencia a una asociación, a un movimiento o a una comunidad, sobre todo si se refieren a un carisma, no debe encerrarnos en un ‘barril de hierro’, hacernos sentir seguros, como si no fuera necesario responder a los desafíos y a los cambios”, fue uno de los varios consejos que hoy el Papa Francisco, les dio en su mensaje, que transcribimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Saludo cordialmente a S.E. el Card. Kevin Farrell y le agradezco por las palabras que me ha dirigido. Y gracias a todos ustedes, por estar presente a pesar de las incomodidades debidas a la pandemia – y a veces del “no buen humor” que quizá este decreto sembró en el corazón de alguno. Pero vamos adelante juntos. Saludo y agradezco también a aquellos que participan en videoconferencia, muchos de los cuales no pudieron viajar a causa de las limitaciones que aún se tienen en muchos países. No sé cómo el Secretario logro volver de Brasil. Después me lo debe explicar.

1 Quise estar aquí hoy ante todo para decirles gracias. Gracias por su presencia como laicos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, comprometidos a vivir y dar testimonio del Evangelio en las realidades ordinarias de la vida, en su trabajo, en muchos contextos distintos – educativos, de compromiso social y otros, en la calle, en las terminales de ferrocarril, ahí están todos ustedes –: este es el vasto campo de su apostolado, es su evangelización.

Debemos entender que la evangelización es un mandato que viene del Bautismo; el Bautismo que nos hace en conjunto sacerdotes, en el sacerdocio de Cristo: el pueblo sacerdotal. Y no debemos esperar que venga el sacerdote, el cura a evangelizar, el misionero… Sí, esto lo hacen muy bien, pero quien tiene el Bautismo tiene la tarea de evangelizar. Ustedes han despertado esto con sus movimientos, y es muy bueno. Gracias.

En los meses pasados, han visto con sus ojos y tocado con la mano los sufrimientos y las angustias de muchos hombres y mujeres, debido a la pandemia, sobre todo en los países más pobres, en los que muchos de ustedes están presentes. Uno de ustedes me hablaba de esto. Tanta pobreza, miseria… Pienso en nosotros que aquí en el Vaticano nos lamentamos cuando el alimento no está bien cosido, cuando hay gente que no tiene qué comer. Les estoy agradecido porque no se han detenido: no han dejado de llevar su solidaridad, su ayuda, el testimonio evangélico incluso en los meses más duros, cuando los contagios eran muy altos. A pesar de las restricciones debidas a las necesarias medidas preventivas, no se detuvieron, más aún, sé que muchos multiplicaron su compromiso, adecuándose a las situaciones concretas que tenían en frente, con esa creatividad que proviene del amor, porque quien se siente amado por el Señor ama sin medida.

Este “sin medida” es lo que viene en estos momentos críticos. Y este “sin medida” lo hemos visto también en muchas hermanas, en muchas consagradas, en muchos curas y en muchos Obispos. Estoy pensando en un Obispo que terminó intubado por estar siempre con la gente. Ahora se está recuperando lentamente. Son ustedes y todo el pueblo de Dios el que se ha desplegado en esto, y ustedes han estado ahí. Ninguno de ustedes dijo: “No, no puedo ir, porque mi fundador piensa de otro modo”. Entonces, ningún fundador: aquí estaba el Evangelio que llamaba y todos fueron. ¡Muchas gracias! Han sido testigos de «esa (bendita) pertenencia común a la que no podemos sustraernos: la pertenencia como hermanos» (Meditación en tiempo de pandemia, 27 de marzo 2020). ¡O somos hermanos o somos enemigos! «No, no. Yo me separo: o hermanos o enemigos”. No hay camino de en medio.

2 Como miembros de asociaciones de fieles, de movimientos eclesiales internacionales y de otras comunidades, ustedes tienen una verdadera y propia misión eclesial. Con dedicación buscan vivir y hacer fructificar esos carismas que el Espíritu Santo, a través de los fundadores, entregó a todos los miembros de sus realidades de conjunto, a beneficio de la Iglesia y de muchos hombres y mujeres a los que se dedican en el apostolado. Pienso especialmente en aquellos que, encontrándose en las periferias existenciales de nuestras sociedades, experimentan en su carne el abandono y la soledad, y sufren por las muchas necesidades materiales y las pobrezas morales y espirituales. Nos hará bien a todos nosotros recordar cada día no sólo las pobrezas de los demás, sino también, y ante todo, las nuestras.

Hay algo de la Madre Teresa que me viene con frecuencia a la mente. Sí, ella era religiosa, pero esto sucede a todos si estamos en el camino. Cuando vas a orar y no sientes nada. Yo lo llamo así, ese “ateísmo espiritual”, donde todo es obscuro, todo parece decir: “He fallado, este no es el camino, esta es una bella ilusión”. La tentación del ateísmo, cuando viene en la oración. La pobre Madre Teresa sufrió mucho porque es la venganza del diablo por el hecho de que nosotros vamos ahí, a las periferias, donde está Jesús, justo donde nació Jesús. Preferimos un Evangelio sofisticado, un Evangelio destilado, pero no es Evangelio, el Evangelio es esto. Gracias. Nos hará bien a todos pensar en estas pobrezas.

Ustedes son también, aún con los límites y los pecados de cada día – gracias a Dios, que somos pecadores y que Dios nos da la gracia de reconocer nuestros pecados y también la gracia de pedir o ir con el confesor: esta es una gracia grande, ¡no la pierdan! –, aún con estos límites, ustedes son un claro signo de la vitalidad de la Iglesia: representan una fuerza misionera y una presencia de profecía que nos hace bien esperar para el futuro. También ustedes, junto a los pastores y a todos los demás fieles laicos, tienen la responsabilidad de construir el futuro del santo pueblo fiel de Dios. ¡Pero recuerden siempre que construir el futuro no significa salir de hoy que vivimos! Al contrario, el futuro se prepara aquí y ahora, “en la cocina”, aprendiendo a escuchar y discernir el tiempo presente con honestidad y valentía y con la disponibilidad a un constante encuentro con el Señor, a una constante conversión personal. De otra manera se corre el riesgo de vivir en un “mundo paralelo”, destilado, lejano de los desafíos reales de la sociedad, de la cultura y de todas esas personas que viven junto a ustedes y que esperan su testimonio cristiano. De hecho, pertenecer a una asociación, a un movimiento o una comunidad, sobre todo si hacen referencia a un carisma, no debe encerrarnos en un “barril de hierro”, hacernos sentir seguros, como si no necesitáramos alguna respuesta a los desafíos y a los cambios. Todos nosotros cristianos estamos siempre en camino, siempre en conversión, siempre en discernimiento.

Muchas veces encontramos a los así llamados “agentes pastorales”, que son Obispos, sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos. Esa palabra no me gusta: el laico está comprometido o no está comprometido. Los laicos activos en cualquier cosa. Pero encontramos algunos que confunden el camino con un viaje turístico o confunden el camino con un girar siempre sobre sí mismos, sin poder avanzar. El camino evangélico no es un viaje turístico. Es un desafío: cada paso es un desafío y cada paso es una llamada de Dios, cada paso es – como decimos en nuestra tierra – “poner la carne en el asador”. Avanzar siempre. Estamos siempre en camino, siempre en conversión, siempre en discernimiento para hacer la voluntad de Dios.

Pensar en ser “la novedad” en la Iglesia – es una tentación que muchas veces sucede a las nuevas congregaciones o a los movimientos nuevos – y por ello no necesitados de cambios, puede convertirse en una falsa seguridad. ¡También las novedades envejecen pronto! Por eso también el carisma al que pertenecemos, debemos profundizarlo siempre mejor, reflexionar siempre juntos para encarnarlo en las nuevas situaciones que vivimos. Para hacer esto, se requiere de nosotros una gran docilidad, gran humildad, para reconocer nuestros límites y aceptar cambiar formas de hacer y de pensar superadas, o métodos de apostolado que ya no son eficaces, o formas de organización de la vida interna que se revelan como inadecuadas o incluso dañinas. Por ejemplo, este en uno de los servicios que nos dan siempre los Capítulos Generales. Cuando no son buenos [las formas y los métodos] los deben revisar en asamblea.

Pero ahora vayamos al grano, que es lo que esperaban.

3 El Decreto “Las Asociaciones Internacionales de Fieles”, promulgado el 11 de junio de este año, es un paso en esta dirección. Pero ¿nos mete en la cárcel este Decreto? ¿Nos cierra la libertad? No, este Decreto nos impulsa a aceptar cualquier cambio y a preparar el futuro a partir del presente. Al origen de este Decreto no está alguna teoría sobre la Iglesia o las asociaciones laicales que se quiere aplicar o imponer. No, no la hay. Es la realidad misma de los últimos decenios que nos ha mostrado la necesidad de cambios que el Decreto nos pide.

Y les digo una cosa sobre esta experiencia de las últimas décadas del post Concilio. En la Congregación para los religiosos están estudiando a las congregaciones religiosas, las asociaciones que nacieron en este período. Es curioso, es muy curioso. Muchas, muchas, con una novedad que es grande, terminaron en situaciones durísimas; terminaron bajo visita apostólica, terminaron con pecados inmundos, comisariados… Y están haciendo un estudio. No sé si se puede publicar esto, pero ustedes conocen mejor que yo por el parloteo clerical cuáles son estas situaciones. Son muchas y no sólo estas grandes que conocemos y son escandalosas – las cosas que han hecho para sentirse una Iglesia aparte, ¡parecían los redentores! – sino también pequeñas. En mi país, por ejemplo, tres de estas ya fueron disueltas y todas por haber terminado en las cosas más sucias. Eran la salvación, ¿no? Parecían… Siempre con ese hilo [rojo] de la rigidez disciplinaria. Esto es importante. Y esto me llevó… Esta realidad de las últimas décadas nos mostró una serie de cambios para ayudar, cambios que el Decreto pide.

Hoy, entonces, justamente partiendo de tal Decreto se detienen en un tema importante no sólo para cada uno de ustedes, sino para toda la Iglesia: «La responsabilidad del gobierno al interior de las asociaciones laicales. Un servicio eclesial». Gobernar es servir. El ejercicio del gobierno al interior de las asociaciones y movimientos es un tema que me es particularmente importante, sobre todo considerando – lo dije antes – los casos de abuso de distinta naturaleza que se han verificado también en estas realidades y que encuentran su raíz siempre en el abuso de poder. Este es el origen: el abuso de poder. No pocas veces la Santa Sede, en estos años, ha debido intervenir, iniciando no fáciles procesos de curación. Y pienso no sólo en estas situaciones tan terribles, que hacen ruido; sino también en las enfermedades que vienen del debilitamiento del carisma fundacional, que se hace tibio y pierde la capacidad de atracción.

4 Los encargos de gobierno que les son confiados en las agrupaciones laicales a las que pertenecen, no son más que una llamada a servir. Pero ¿qué significa para un cristiano, servir? En algunas ocasiones he tenido la forma de indicar dos obstáculos que un cristiano puede encontrar en su camino y que le impiden convertirse en un verdadero servidor de Dios y los demás (cf. Meditación matutina en Santa Martha, 8 de noviembre 2016).

5 El primero es el “deseo de poder”: cuando este deseo de poder te hace cambiar la naturaleza del servicio del gobierno. ¿Cuántas veces hemos hecho sentir a los demás nuestro “deseo de poder”? Jesús nos enseñó que aquel que manda debe convertirse en el que sirve (cf. Lc22, 24-26) y que «si uno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos» (Mc 9, 35). Jesús, entonces, pone de cabeza los valores de la mundanidad, del mundo.

Nuestro deseo de poder se expresa de muchas formas en la vida de la Iglesia; por ejemplo, cuando creemos, en vista del papel que jugamos, que debemos tomar decisiones sobre todos los aspectos de la vida de nuestra asociación, de la Diócesis, de la parroquia, de la congregación. Se delegan a los demás las tareas y responsabilidades para determinados ámbitos, ¡pero sólo teóricamente! En la práctica la delegación a los demás se vacía por el deseo de estar por todos lados. Y este deseo de poder anula cualquier forma de subsidiariedad. Esta actitud es mala y termina por vaciar de fuerza al cuerpo eclesial. Es un mal modo de “disciplinar”. Y lo hemos visto. Muchos – y pienso en las congregaciones que conozco más – superiores, superiores generales que se eternizan en el poder y hacen miles, miles de cosas para ser reelectos y reelectos, incluso cambiando las constituciones. Y detrás hay un deseo de poder. Esto no ayuda; esto es el inicio del fin de una asociación, de una congregación.

Quizá alguno piensa que este “deseo” no le atañe, que esto no sucede en la propia asociación. Tengamos presente que el Decreto “Las Asociaciones Internacionales de Fieles” no está dirigido sólo a algunas de las realidades aquí presentes, sino es para todas, sin excluir ninguna. Para todas. No hay más buenas o menos buenas, perfectas o no: todas las realidades eclesiales están llamadas a la conversión, a comprender y a realizar el espíritu que anima las disposiciones que nos dan en el Decreto. Me viene dos imágenes sobre esto. Dos imágenes históricas. Aquella religiosa que entraba al Capítulo y decía: “Si votan por mí, haré esto…”. Compran el poder. Y después, un caso que me parece extraño, como “el espíritu del fundador descendió sobre mí”. ¡Parece una profecía de Isaías! “¡Me lo dio a mí! Debo continuar sola o solo porque el fundador me ha dado su manto, como Elías a Eliseo. Y ustedes, sí, hagan las votaciones, pero yo soy el mandato”. ¡Y esto sucede! No estoy hablando de fantasías. Esto sucede hoy en la Iglesia.

La experiencia de cercanía a sus realidades ha enseñado que es beneficioso y necesario prever una rotación en los encargos de gobierno y una representatividad de todos los miembros en sus elecciones. También en el contexto de la vida consagrada hay institutos religiosos que, teniendo siempre a las mismas personas en los encargos de gobierno, no han preparado el futuro; han permitido que se insinuaran abusos y atraviesan ahora grandes dificultades. Estoy pensando, ustedes seguro no lo conocen, pero es un instituto donde su superior se llamaba Amabilia. El instituto termino por llamarse “odiobilia”, porque los miembros se dieron cuenta que esa mujer era un “Hitler” con hábito.

6 Hay después otro obstáculo para el verdadero servicio cristiano, y este es muy sutil: la deslealtad. Lo encontramos cuando alguien quiere servir al Señor, pero sirve también a otras cosas que no son el Señor (y detrás de otras cosas, siempre está el dinero). ¡Es un poco como hacer un doble juego! De palabra decimos querer servir al Señor y a los demás, pero en los hechos servimos a nuestro ego, y nos plegamos a nuestro deseo de aparentar, de obtener reconocimientos, aprecio… No olvidemos que el verdadero servicio es gratuito e incondicional, no conoce de cálculos o pretensiones. Además, el verdadero servicio se olvida habitualmente de las cosas que ha hecho para servir a los demás. Sucede, todos ustedes tienen la experiencia, cuando les agradecen [y dicen]: “¿Por qué?” – “Por lo que ha hecho” – “Pero ¿qué hice?”… Y después viene a la memoria. Es un servicio, punto.

Y caemos en la trampa de la deslealtad cuando nos presentamos a los demás como los únicos intérpretes del carisma, los únicos herederos de nuestra asociación o movimiento – ese caso que mencioné antes –; o también cuando, considerándonos indispensables, hacemos todo para ocupar puestos de por vida; o incluso cuando pretendemos decidir a priori quién debe ser nuestro sucesor. ¿Esto sucede? Sí, sucede. Y más a menudo de lo que creemos. Ninguno es dueño de los dones recibidos para el bien de la Iglesia – somos administradores –, ninguno debe ahogarlos, sino dejarlos crecer, conmigo o con quien viene después de mí. Cada uno, ahí donde es puesto por el Señor, está llamado a hacerlos crecer, a hacerlos fructificar, confiado en el hecho de que es Dios quien hace todo en todos (cf. 1 Cor 12,6) y que nuestro verdadero bien fructifica en la comunión eclesial.

7 Queridos amigos, en el desarrollar entonces el rol de gobierno que nos es confiado, aprendemos a ser auténticos siervos del Señor y los hermanos, aprendemos a decir «somos siervos inútiles» (Lc 17, 10). Tengamos presente esta expresión de humildad, de docilidad a la voluntad de Dios que hace tanto bien a la Iglesia y pide la actitud correcta para actuar en ella: el servicio humilde, del que nos ha dado ejemplo Jesús, lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13, 3-17; Ángelus, 6 de octubre 2019).

8 En el documento del Dicasterio se hace referencia a los fundadores. Me parece muy sabio. El fundador no cambia, continúa, adelante. Simplificando un poco, diré que hace falta distinguir, en los movimientos eclesiales (y también en las congregaciones religiosas), entre los que están en proceso de formación y los que ya han adquirido una cierta estabilidad orgánica y jurídica. Son dos realidades distintas. Los primeros, los institutos, tienen incluso al fundador o la fundadora vivos.

Aunque todos los institutos – sean religiosos o movimientos laicales – tienen el deber de verificar, en las asambleas o en los capítulos, el estado del carisma fundacional y hacer cambios necesarios en las propias legislaciones (que después serán aprobadas por el respectivo Dicasterio); en cambio en los institutos en formación – y digo en formación en sentido más amplio: los institutos que tienen vivo al fundador, y por ello se habla del fundador en vida en el Decreto – que están en fase fundacional, esta verificación del carisma es más continua, por así decirlo. Por ello, en el documento, se habla de una cierta estabilidad de los superiores durante esta fase. Es importante hacer tal distinción para poder moverse con más libertad en el discernimiento.

Somos miembros vivos de la Iglesia y por esto necesitamos confiar en el Espíritu Santo, que actúa en la vida de cada asociación de cada miembro, actúa en cada uno de nosotros. De aquí, la confianza en el discernimiento de los carismas confiado a la autoridad de la Iglesia. Sean conscientes de la fuerza apostólica y el don profético que les son entregados hoy de manera renovada.

Gracias por su escucha. Y una cosa: cuando leí el borrador del Decreto, que después firmé – el primer borrador –, pensé: “¡Pero esto es muy rígido! Falta vida, falta…”. Pero queridos, ¡el lenguaje del Derecho Canónico es así! Y aquí es una cosa de derecho, es una cosa de lenguaje. Pero debemos, como he buscado hacer yo, ver qué significa este lenguaje, el derecho. Por eso he querido explicarlo bien. Y también explicar las tentaciones que están detrás, que hemos visto y que hacen tanto mal a los movimientos y también a los institutos religiosos y laicales.

Gracias por su escucha, y gracias al Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida por haber organizado este encuentro. Deseo a todos ustedes buen trabajo y buen camino, y una buena reunión. Digan todo lo que les venga decir desde el corazón en esto. Pregunten las cosas que quieran preguntar, aclaren las situaciones. Este es un encuentro para hacer esto, para hacer Iglesia, para nosotros. Y no se olviden de orar por mí, porque lo necesito. No es fácil ser Papa, pero Dios ayuda. Dios ayuda siempre.

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