TRANSMITAN LA EXPERIENCIA DE VIDA: PALABRAS DEL PAPA EN SU ENCUENTRO CON TRABAJADORES ANCIANOS (16/12/2019)

Al reunirse con la “Asociación Nacional de Trabajadores Ancianos” este 16 de diciembre en la Sala Clementina, el Papa Francisco los alentó a seguir en este camino, dado que “el compromiso a favor de los demás es capaz de contrarrestar la percepción de la soledad, mejora el rendimiento cognitivo y aumenta el bienestar mental”. Los ancianos, además, deben “transmitir la propia experiencia de vida”, y “todos estamos llamados a contrarrestar la cultura del descarte”. Compartimos a continuación el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarlos en ocasión del 70mo. aniversario de fundación de su “Asociación Nacional de Trabajadores Ancianos”. Los saludo a todos, comenzando con el Presidente, a quien agradezco por su introducción. Quiero retomar sobretodo el subrayado que hizo sobre la ancianidad como estación del don y también como estación del diálogo.

Que las personas ancianas, en el plano social, no sean consideradas como un peso, sino por aquello que son verdaderamente, o sea un recurso y una riqueza. ¡Son la memoria de un pueblo! Lo demuestra su aporte a la actividad de voluntariado, ocasión preciosa para vivir la dimensión de la gratuidad. Los ancianos en buenas condiciones de salud pueden ofrecer alguna hora de su tiempo para ocuparse de personas que tienen necesidad, enriqueciéndose así también a ellos mismos. El voluntariado es una experiencia que hace bien tanto a quien la recibe como a quien la realiza. De hecho, el compromiso a favor de los demás está en posibilidad de contrastar la percepción de soledad, mejora las capacidades cognitivas e incrementa el bienestar menta. En otras palabras, comprometerse en el voluntariado promueve lo que se define como “envejecimiento activo”, contribuyendo a mejorar la calidad de vida una vez que empiezan a faltar dimensiones importantes de la propia identidad, como el papel de padres o el profesional con la jubilación.

En estos últimos años hemos asistido a una expansión del compromiso de los ancianos en el voluntariado y en la formación de asociaciones, como un terreno óptimo para la realización de una ancianidad activa y protagonista en la construcción de una comunidad solidaria. Los setenta años de su Asociación son la demostración de cómo los ancianos son capaces de auto-organizarse y de participar. El desafío mayor que, para los próximos años, se presentará a la sociedad es promover con eficacia siempre mayor los recursos humanos de que son portadores los ancianos hacia el interior de una comunidad. Se trata de activar, en el territorio, redes de solidaridad que tengan como referencia a los ancianos como sujetos activos protagonistas y no sólo como objeto de intervenciones de tipo asistencial. Será entonces importante que los ancianos sean considerados portadores no sólo de necesidades, sino también de nuevas instancias, o como ya a menudo he dicho – haciendo eco de la Biblia – de “sueños” (cf. Gl 3,1) – que los ancianos sean soñadores – sueños pero llenos de memoria, no vacíos, vanos, como los de algunos anuncios; los sueños de los ancianos están impregnados de memoria y, por tanto son fundamentales para el camino de los jóvenes porque son las raíces. De las personas mayores viene aquella savia que hace crecer al árbol, que lo hace florecer, dar nuevos frutos.

Y llegamos así al segundo aspecto: la vejez como estación del diálogo. El futuro de un pueblo supone necesariamente un diálogo y un encuentro entre ancianos y jóvenes para construir una sociedad más justa, más bella, más solidaria, más cristiana. Los jóvenes son la fuerza del camino de un pueblo y los ancianos revitalizan esta fuerza con la memoria y la sabiduría. La vejez es un tiempo de gracia, en el cual el Señor renueva su llamada: nos llama a preservar y transmitir nuestra fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar junto a quienes están en la necesidad. Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad única y especial para comprender las situaciones más problemáticas. Y cuando oran por estas situaciones, su oración es fuerte, ¡es poderosa! A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128, 6), se les confía una tarea grande: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo.

Considerando y viviendo la vejez como la estación del don y la estación del diálogo, se contrastará el estereotipo tradicional del anciano: enfermo, inválido, dependiente, aislado, asediado por los miedos, hecho a un lado, con una identidad débil por la pérdida de un papel social. Al mismo tiempo, se evitará focalizar la atención general principalmente en los costos y riesgos, haciendo más evidentes los recursos y el potencial de los ancianos. Desgraciadamente, muchas veces se descarta a los jóvenes, porque no tienen trabajo, y se descarta a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico “equilibrado”, en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. Y esto no está bien. El futuro ― y esto no es exagerado ― estará en el diálogo entre jóvenes y ancianos. Si los abuelos no dialogan con los nietos, no habrá futuro. Todos estamos llamados a contrastar esta venenosa cultura del descarte. Estamos llamados a construir con tenacidad una sociedad diferente, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no tenga necesidad de descartar a quien es débil de cuerpo y mente, sino una sociedad que mida su “paso” precisamente sobre estas personas.

Queridos amigos, les agradezco por lo que hacen en el campo de la promoción de las personas ancianas. Sean en todas partes presencia alegre y sabia. Mañana la Iglesia comienza a orar en preparación de la Navidad invocando la sabiduría, el día de la sabiduría, invocando la sabiduría. Necesitamos la sabiduría y la experiencia de los ancianos, para construir un mundo más respetuoso de los derechos de todos. Continúen llevando con valentía a los diferentes ambientes en los que trabajan su precioso testimonio. Por mi parte, los acompaño con la oración, e invoco sobre ustedes y sobre sus propósitos y proyectos de bien la bendición del Señor. Y, mi recomendación, hablen con los jóvenes, pero no para regañarlos, no: para escucharlos, y después sembrar algo. ¡Este diálogo es el futuro! Y no se olviden de orar por mí. ¡Gracias!

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