CATEQUESIS DEL PAPA: QUE EL SEÑOR REAVIVE NUESTRA FE Y NOS AYUDE A SER FIELES (11/112/2019)

Continuando con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco se reunió con miles de fieles y peregrinos este 11 de diciembre en al Aula Pablo VI para la Audiencia General. El Santo Padre, al comentar el capítulo 21 del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se describe la llegada del Apóstol a Jerusalén, dijo que este evento desencadenó un odio feroz hacia él, como lo fue para Jesús, haciendo de Jerusalén también una ciudad hostil para San Pablo. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, prosigue el camino del Evangelio en el mundo y el testimonio de San Pablo está cada vez más marcado por el sello del sufrimiento. Pero esto es algo que crece con el tiempo en la vida de Pablo. Pablo no es sólo el evangelizador ardiente, el misionero intrépido entre los paganos que da vida a nuevas comunidades cristianas, sino es también el testigo sufriente del Resucitado (cf. Hch 9, 15-16).

La llegada del apóstol a Jerusalén, descrita en el capítulo 21 de los Hechos, desencadena un odio feroz en quienes lo confrontan, que le reprochan: “¡Pero éste era un perseguidor! ¡No se fien!”. Como lo fue para Jesús, Jerusalén también para él es la ciudad hostil. Cuando fue al templo, es reconocido, conducido fuera para ser linchado y salvado in extremis por soldados romanos. Acusado de enseñar contra la Ley y el Templo, es arrestado y comienza su peregrinaje de encarcelado, primero ante el sanedrín, luego ante el procurador romano en Cesarea, y finalmente ante el rey Agripa. Lucas hace evidente la semejanza entre Pablo y Jesús, ambos odiados por sus adversarios, acusados públicamente y reconocidos como inocentes por las autoridades imperiales; y así Pablo es asociado a la pasión de su Maestro, y su pasión se convierte en un evangelio vivo. Yo vengo de la Basílica de San Pedro y allí tuve una primera audiencia esta mañana, con peregrinos ucranianos, de una diócesis ucraniana. ¡Cómo ha sido perseguida, esta gente; cuánto han sufrido por el Evangelio! Pero no negociaron la fe. Son un ejemplo. Hoy en el mundo, en Europa, tantos cristianos son perseguidos y dan la vida por su fe, o son perseguidos con guantes blancos, o sea hechos a un lado, marginados… El martirio es el aire de la vida de un cristiano, de una comunidad cristiana. Siempre habrá mártires entre nosotros: esta es la señal de que vamos por el camino de Jesús. Es una bendición del Señor, que haya en el pueblo de Dios, alguno o alguna que dé este testimonio del martirio.

Pablo es llamado a defenderse de las acusaciones, y al final, en presencia del rey Agripa II, su apología se convierte en un eficaz testimonio de fe (cf. Hch 26, 1-23).

Después Pablo relata su propia conversión: Cristo resucitado lo hizo cristiano y le confió la misión entre los gentiles, «para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y obtengan el perdón de los pecados y la herencia, entre aquellos que son santificados por la fe» en Cristo (v. 18). Pablo obedeció a este encargo y no hizo otra cosa que mostrar cómo los profetas y Moisés preanunciaron lo que él ahora anuncia: que «el Cristo debía sufrir y que, primero entre los resucitados de la muerte, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles» (v. 23). El testimonio apasionado de Pablo toca el corazón del rey Agripa, a quien sólo le falta el paso decisivo. Y dice así, el rey: «¡Por poco y me convences de hacerme cristiano!» (v. 28). Pablo es declarado inocente, pero no puede ser liberado porque se ha apelado al César. Así continúa el viaje imparable de la Palabra de Dios hacia Roma. Pablo, encadenado, terminará aquí en Roma.

A partir de este momento, el retrato de Pablo es el del prisionero cuyas cadenas son el signo de su fidelidad al Evangelio y del testimonio dado al Resucitado.

Las cadenas son ciertamente una prueba humillante para el Apóstol, que aparece a los ojos del mundo como un «malhechor» (2 Tim 2, 9). Pero su amor a Cristo es tan fuerte que incluso estas cadenas se leen con los ojos de la fe; fe que para Pablo no es «una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo», sino «el impacto del amor de Dios en su corazón, […] es amor a Jesucristo» (Benedicto XVI, Homilía con ocasión del Año Paulino, 28 de junio 2008).

Queridos hermanos y hermanas, Pablo nos enseña la perseverancia en la prueba y la capacidad de leer todo con los ojos de la fe. Pidamos hoy al Señor, por intercesión del Apóstol, que reviva nuestra fe y nos ayude a ser fieles hasta el final a nuestra vocación de cristianos, de discípulos del Señor, de misioneros.

Comentarios