EL CONSUMISMO ES UN VIRUS QUE AFECTA A LA FE: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA CON RITO CONGOLEÑO EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO (01/12/2019)

El Santo Padre celebró la Santa Misa este 1º. de diciembre por la mañana, en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, este primer domingo de Adviento, para la Comunidad Católica Congoleña que reside en Roma e Italia, y en la que participaron, aproximadamente, mil quinientas personas. Lo hizo en su rito, animado por sus típicos colores y cantos. El rito congoleño que fue aprobado por la Santa Sede el 30 de abril de 1988, se caracteriza por la danza y el canto del pueblo de Dios que de este modo participa alegremente. En su Homilía el Papa comenzó recordando a los fieles congoleños que Adviento significa venida, el Señor viene, y que hoy, primer día del nuevo tiempo litúrgico, “el Señor viene también hoy en mi vida”. Reproducimos a continuación el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Papa Francisco: Boboto [paz]

Asamblea: Bondeko [fraternidad]

Papa Francisco: Bondeko

Asamblea: Esengo [alegría]

En las lecturas de hoy aparece a menudo un verbo, venir, presente tres veces en la primera lectura, mientras que el Evangelio para concluye diciendo que «viene el Hijo del Hombre» (Mt 24, 44). Jesús viene: el Adviento nos recuerda esta certeza ya desde su nombre, porque la palabra Adviento significa venida. El Señor viene: esta es la raíz de nuestra esperanza, la seguridad de que entre las tribulaciones del mundo llega a nosotros el consuelo de Dios, un consuelo que no está hecho de palabras, sino de presencia, de su presencia que viene en medio de nosotros.

El Señor viene; hoy, primer día del Año Litúrgico, este anuncio marca nuestro punto de partida: sabemos que, más allá de cualquier evento favorable o contrario, el Señor no nos deja solos. Él vino hace dos mil años y vendrá de nuevo al final de los tiempos, pero viene también hoy en mi vida, en tu vida. Sí, esta vida nuestra, con todos sus problemas, sus angustias y sus incertidumbres, es visitada por el Señor. Esta es la fuente de nuestra alegría: el Señor no se ha cansado y no se cansará nunca de nosotros, desea venir, visitarnos.

Hoy el verbo venir no se conjuga sólo para Dios, sino también para nosotros. De hecho en la primera lectura Isaías profetiza: «Vendrán muchos pueblos y dirán: “Vengan, vayamos al monte del Señor”» (2, 3). Mientras que el mal en la tierra viene del hecho de que cada uno sigue su propio camino sin los demás, el profeta ofrece una visión maravillosa: todos vienen juntos al monte del Señor. En el monte estaba el templo, la casa de Dios. Isaías nos transmite entonces una invitación de Dios a su casa. Somos los invitados de Dios, y quien es invitado es esperado, deseado. “Vengan – dice Dios – porque en mi casa hay lugar para todos. Vengan, porque en mi corazón no hay un solo pueblo, sino todos los pueblos”.

Queridos hermanos y hermanas, han venido desde lejos. Han dejado sus casas, han dejado sus afectos y cosas queridas. Cuando llegaron aquí, encontraron acogida junto a dificultades e imprevistos. Pero para Dios siempre son invitados bienvenidos. Para Él nunca somos extraños, sino hijos esperados. Y la Iglesia es la casa de Dios: aquí, por lo tanto, siéntanse siempre en casa. Aquí venimos para caminar juntos hacia el Señor y realizar las palabras con las que concluye la profecía de Isaías: «Vengan, caminemos en la luz de la Señor» (v. 5).

Pero a la luz del Señor se pueden preferir las tinieblas del mundo. Al Señor que viene y a su invitación a ir hacia Él se puede responder “no, no iré”. A menudo, no se trata de un “no” directo, descarado, sino furtivo. Es el “no” del que nos advierte Jesús en el Evangelio, exhortándonos a no hacer como en los «tiempos de Noé» (Mt 24, 37). ¿Qué pasó en los tiempos de Noé? Sucedió que, mientras algo nuevo e impresionante estaba por llegar, nadie le prestaba atención, porque todos pensaban sólo en comer y beber (cf. v.38). En otras palabras, todos reducían la vida a sus necesidades, se contentaban con una vida plana, horizontal, sin impulso. No había espera de alguien, sólo la pretensión de tener algo para sí mismo, para consumir. Espera del Señor que viene, y pretensión de tener algo para consumir. Esto es el consumismo.

El consumismo es un virus que ataca la fe desde la raíz, porque te hace creer que la vida depende sólo de lo que tienes, y así te olvidas de Dios que viene a tu encuentro y de quienes te rodean. El Señor viene, pero sigues más bien los apetitos que te llegan; el hermano llama a tu puerta, pero te molesta, esta es la actitud, ¿no? egoísta del consumismo. El hermano llama a tu puerta, pero te molesta porque perturba tus planes – y esta es la actitud egoísta del consumismo. En el Evangelio, cuando Jesús señala los peligros para la fe, no se preocupa de enemigos poderosos, de las hostilidades y de las persecuciones. Todo esto ha existido, existe y existirá, pero no debilita la fe. El verdadero peligro, en cambio, es lo que anestesia el corazón: es depender de los consumos, es dejarse apesadumbrar y disipar el corazón por las necesidades (cf. Lc 21, 34).

Entonces se vive de cosas y ya no se sabe para qué; se tienen muchos bienes pero ya no se hace el bien; las casas se llenan de cosas pero se vacían de hijos. Este es el drama de hoy: casas llenas de cosas pero vacías de hijos, el invierno demográfico que estamos sufriendo. Se pierde el tiempo en pasatiempos, pero no se tiene tiempo para Dios y para los demás. Y cuando se vive para las cosas, las cosas no bastan jamás, la codicia crece y los demás se convierten en obstáculos en la carrera y así se termina por sentirse amenazado y, siempre insatisfecho y enojado, se eleva el nivel de odio. “Quiero más, quiero más, quiero más…” Lo vemos hoy allí donde el consumismo impera: ¡cuánta violencia, incluso sólo verbal, cuánta rabia y ganas de buscar un enemigo a toda costa! Así, mientras el mundo está lleno de armas que provocan muerte, no nos damos cuenta de que seguimos armando nuestros el corazón de rabia.

De todo esto Jesús quiere despertarnos. Lo hace con un verbo: «Velen» (Mt 24, 42) “Estén atentos, velen”. Velar era el trabajo del centinela, que vigilaba quedándose despierto mientras todos dormían. Velar es no ceder al sueño que envuelve a todos. Para poder velar, se necesita tener una esperanza cierta: que la noche no durará para siempre, que pronto llegará el alba. Es así también para nosotros: Dios viene y su luz aclarará hasta las tinieblas más espesas. Pero a nosotros hoy nos toca vigilar, velar: vencer la tentación de que el sentido de la vida es acumular – esta es una tentación, el sentido de la vida no es acumular –, a nosotros nos toca desenmascarar el engaño de que se es feliz si se tienen muchas cosas, resistir a las luces deslumbrantes del consumo, que brillarán por todas partes en este mes, y creer que la oración y la caridad no son una pérdida de tiempo, sino los tesoros más grandes.

Cuando abrimos el corazón al Señor y a los hermanos, viene el bien precioso que las cosas no podrán darnos jamás y que Isaías anuncia en la primera lectura, la paz: «Romperán sus espadas y las harán arados, de sus lanzas harán guadañas; una nación no levantará jamás la espada contra otra nación; no aprenderán más el arte de la guerra» (Is 2, 4). Son palabras que nos hacen pensar también en su patria. Hoy oramos por la paz, gravemente amenazada en el este del país, especialmente en los territorios de Beni y de Minembwe, donde estallan los conflictos, alimentados también desde fuera, en el silencio cómplice de muchos. Conflictos alimentados por aquellos que se enriquecen vendiendo las armas.

Hoy recuerden a una figura bellísima, la Beata María Clementina Anuarite Nengapeta, violentamente asesinada no sin antes haber dicho a su verdugo, como Jesús: «¡Te perdono, porque no sabes lo que haces!». Pidamos por su intercesión que, en nombre de Dios-Amor y con la ayuda de las poblaciones vecinas, se renuncie a las armas, por un futuro que no sea más los unos contra los otros, sino los unos con los otros, y se convierta de una economía que se sirve de la guerra a una economía que sirva a la paz.

Papa Francisco: Quién tenga oídos para entender

Asamblea: Entienda

Papa Francisco: Quién tenga corazón para consentir

Asamblea: Consienta

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