DEJÉMONOS SORPRENDER POR LA SONRISA DE DIOS: SALUDOS NAVIDEÑOS DEL PAPA A LOS EMPLEADOS DE LA SANTA SEDE (21/12/2019)

En su audiencia con los empleados de la Santa Sede y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, al mediodía de este 21 de diciembre, para los intercambios de felicitaciones navideñas, el Papa les recordó que la calidad del trabajo va acompañada con la calidad humana de las relaciones y esto vale para todos. La felicitación de Navidad a los empleados vaticanos, que estaban todos con sus familias en el aula Pablo VI, el Papa lo resumió este año con una palabra: sonrisa. Dijo que la reciente visita en Tailandia le dio la idea, porque en ese país encontró “una especial gentileza” que le hizo pensar “en la sonrisa como expresión de amor y afecto, típicamente humana”. Un ejemplo es nuestra actitud frente a un bebé al que de inmediato le sonreímos, y cuya sonrisa nos da una enorme emoción que es signo de sencillez y pureza. Compartimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Estoy contento de encontrarme de nuevo con ustedes en nuestra cita navideña. Les agradezco por haber venido, también con sus familiares. ¡Gracias!

Mi deseo esta vez lo resumo en una palabra: sonrisa.

La señal me la dio uno de los últimos países que visité, el mes pasado: Tailandia. Es llamado el país de la sonrisa, porque ahí la gente es muy sonriente, tienen una especial gentileza, muy noble, que se resume en esta característica del rostro, que se refleja en su comportamiento. Esta experiencia me impresionó, y me hace pensar en la sonrisa como expresión de amor, expresión de afecto, típicamente humana.

Cuando miramos a un recién nacido, nos inspira a sonreírle, y si su pequeño rostro esboza una sonrisa, entonces sentimos una emoción simple, ingenua. Muchas veces lo acariciamos también con el dedo, así, para que sonrían. El bebé responde a nuestra mirada, pero su sonrisa es mucho más “poderosa”, porque es nueva, es pura, como agua de una fuente, y en nosotros adultos de revela una íntima nostalgia de infancia.

Esto sucedió de modo único entre María y José y Jesús. La Virgen y su esposo, con su amor, hacen esbozar la sonrisa en los labios de su bebé recién nacido. Pero cuando esto sucedió, sus corazones se llenaron de una alegría nueva, venida del Cielo. Y el pequeño establo de Belén quedó como iluminado.

Jesús es la sonrisa de Dios. Vino a revelarnos el amor del Padre, su bondad, y la primera manera en que lo hizo fue sonreír a sus padres, como todo recién nacido de este mundo. Y ellos, la Virgen María y San José, por su gran fe supieron acoger ese mensaje, reconocieron en la sonrisa de Jesús la misericordia de Dios por ellos y por todos los que esperaban su venida, la venida del Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Israel.

Aquí, muy queridos, en el pesebre también nosotros revivimos esta experiencia: mirar al Niño Jesús es sentir que ahí Dios nos sonríe, y sonríe a todos los pobres de la tierra, a todos aquellos que esperan la salvación, que esperan un mundo más fraterno, donde no haya más guerras y violencia, donde cada hombre y mujer pueda vivir en su dignidad de hijo e hija de Dios.

También aquí, en el Vaticano y en las muchas oficinas romanas de la Santa Sede, tenemos siempre necesidad de dejarnos renovar por la sonrisa de Jesús. Dejar que su bondad desarmada nos purifique de la escoria que a menudo se incrusta en nuestros corazones, y nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. Es verdad, el trabajo es trabajo, y hay otros lugares y momentos en que cada uno se expresa de manera más plena y más rica; pero también es verdad que en el ambiente de trabajo pasamos buena parte de nuestros días, y estamos convencidos de que la calidad del trabajo se acompaña con la calidad humana de las relaciones, del estilo de vida. Esto vale especialmente para nosotros, que trabajamos al servicio de la Iglesia y en el nombre de Cristo.

A veces se hace difícil sonreír, por muchos motivos. Entonces tenemos necesidad de la sonrisa de Dios: Jesús, sólo Él nos puede ayudar. Sólo Él es el Salvador, y a veces hacemos experiencia concreta de ello en nuestra vida.

Otras veces las cosas van bien, pero entonces está el peligro de sentirse muy seguros y de olvidar a los demás que tienen problemas. También entonces tenemos necesidad de la sonrisa de Dios, que nos quite las falsas seguridades y nos traiga de vuelta al gusto por la sencillez y la gratuidad.

Entonces, queridos, intercambiemos este deseo: en Navidad, participando en la Liturgia, y también contemplando el pesebre, dejémonos asombrar por la sonrisa de Dios, que Jesús vino a traer. Es Él mismo, esta sonrisa. Como María, como José y los pastores de Belén, acojámoslo, dejémoslo purificar, y podremos también nosotros llevar a los demás una humilde y sencilla sonrisa.

¡Gracias a todos! Lleven este deseo a sus seres queridos en casa, especialmente a los enfermos y a los más ancianos: que sientan la caricia de su sonrisa. Es una caricia. Sonreír es acariciar, acariciar con el corazón, acariciar con el alma. Y permanezcamos unidos en la oración. ¡Feliz Navidad!

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