NO HAY ECOLOGÍA SIN EQUIDAD: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO DE LAS COMUNIDADES LAUDATO SI’ (12/09/2019)

El hombre no puede separarse del entorno en el que vive, y “es evidente”, también, que el cambio climático no sólo altera el equilibrio de la naturaleza, sino que causa pobreza y hambre. “El descuido de la creación y las injusticias sociales se influyen mutuamente”, dijo el Papa a las Comunidades Laudato si’, recibidas la mañana de este 12 de septiembre en audiencia. El Pontífice afirmó que “no hay ecología sin equidad y no hay equidad sin ecología” y que nuestro desafío hoy es “cómo será la vida de la próxima generación”. Reproducimos a continuación, el texto completo del mensaje de Su Santidad, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Les doy la bienvenida, y al saludarlos deseo unirme a todos los miembros de las Comunidades Laudato si’ en Italia y el mundo. Agradezco al señor Carlo Pertini en mi lengua paterna, no en la materna: “Carlin”. Han puesto como centro propulsor de toda su iniciativa a la ecología integral propuesta por la Encíclica Laudato si’. Integral, porque todos somos criaturas y todo en la creación está en relación, todo está conectado. Es más, me atrevería a decir, todo es armónico. Incluso la pandemia lo ha demostrado: la salud del hombre no puede prescindir de la del ambiente en el que vive. También es evidente que los cambios climáticos no sólo alteran los equilibrios de la naturaleza, sino que causan pobreza y hambre, golpean a los más vulnerables y a veces los obligan a abandonar su tierra. El desprecio de la creación y las injusticias sociales se influyen mutuamente: se puede decir que no hay ecología sin equidad y no hay equidad sin ecología.

Están motivados para ocuparse de los últimos y de la creación, juntos, y quieren hacerlo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, con mansedumbre y laboriosidad. Les agradezco por ello, y renuevo el llamado a comprometerse para salvaguardar nuestra casa común. Es una tarea que concierne a todos, especialmente a los responsables de las naciones y de las actividades productivas. Hace falta la voluntad real de enfrentar desde la raíz las causas de los trastornos climáticos en curso. No bastan compromisos genéricos – palabras, palabras… – y no se puede mirar sólo al consenso inmediato de los propios votantes o financiadores. Se necesita mirar lejos, de lo contrario la historia no perdonará. Hay que trabajar hoy para el mañana de todos. Los jóvenes y los pobres nos pedirán cuentas. Es nuestro desafío. Tomo una frase del teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer: nuestro desafío, hoy, no es “cómo nos las arreglamos”, cómo salimos de esta realidad; nuestro verdadero desafío es “cómo podrá ser la vida de la próxima generación”: ¡debemos pensar en esto!

Queridos amigos, ahora me gustaría compartir con ustedes dos palabras-clave de la ecología integral: contemplación y compasión.

Contemplación. Hoy, la naturaleza que nos rodea ya no es admirada, contemplada, sino “devorada”. Nos hemos vuelto voraces, dependientes de los beneficios y de los resultados inmediatos y a cualquier costo. La mirada sobre la realidad es cada vez más rápida, distraída, superficial, mientras que en poco tiempo se queman las noticias y los bosques. Enfermos de consumo. ¡Esta es nuestra enfermedad! Enfermos de consumo. Nos afanamos por la última “app”, pero ya no sabemos los nombres de los vecinos, y mucho menos sabemos distinguir un árbol de otro. Y, lo que es más grave, con este estilo de vida se pierden las raíces, se pierde la gratitud por lo que existe y por quien nos lo ha dado. Para no olvidar, hay que volver a contemplar; para no distraerse con mil cosas inútiles, es necesario reencontrar el silencio; para que el corazón no enferme hay que detenerse. No es fácil. Es necesario, por ejemplo, liberarse de la prisión del celular, para mirar a los ojos a los que están a nuestro lado y la creación que se nos ha dado.

Contemplar es regalarse tiempo para hacer silencio, para orar, para que al alma regrese la armonía, el equilibrio sano entre a la cabeza, el corazón y las manos; entre el pensamiento, el sentimiento y la acción. La contemplación es el antídoto para las decisiones precipitadas, superficiales y sin pies ni cabeza. Quien contempla aprende a sentir el terreno que lo sostiene, comprende que no está en el mundo solo y sin sentido. Descubre la ternura de la mirada de Dios y entiende que es precioso. Cada uno es importante a los ojos de Dios, cada uno puede transformar un poco del mundo contaminado por la voracidad humana en la realidad buena querida por el Creador. Quien sabe contemplar, en efecto, no se queda de brazos cruzados, sino que actúa de forma concreta. La contemplación te lleva a la acción, a hacer.

He aquí la segunda palabra: compasión. Es el fruto de la contemplación. ¿Cómo se entiende que uno es contemplativo, que ha asimilado la mirada de Dios? Si tiene compasión por los demás – compasión no es decir: “esto me da pena…”; compasión es “padecer con” –, se va más allá de excusas y teorías, para ver en los demás a hermanos y hermanas a los que hay que custodiar. Es lo que ha dicho al final Carlo Pertini sobre la fraternidad. Esta es la prueba, porque esto es lo que hace la mirada de Dios, que no obstante todo el mal que pensamos y hacemos, siempre nos ve como hijos amados. No ve individuos, sino hijos, nos ve como hermanos y hermanas de una sola familia, que vive en la misma casa. Nunca somos extraños a sus ojos. Su compasión es lo contrario de nuestra indiferencia. La indiferencia – me permito la palabra un poco vulgar – es esa indiferencia que entra en el corazón, en la mentalidad y que termina con un “que se las arregle”. La compasión es lo contrario a la indiferencia.

Es lo mismo para nosotros: nuestra compasión es la mejor vacuna contra la epidemia de la indiferencia. “No me incumbe”, “no me toca”, “no tengo nada que ver”, “es su problema”: he aquí los síntomas de la indiferencia. Hay una bella fotografía –lo he dicho otras veces –, tomada por un fotógrafo romano, está en la Limosnería. Una noche de invierno, se ve que sale de un restaurante de lujo a una señora de cierta edad, con pieles, sombrero, guantes, bien cubierta del frío sale, después de comer bien – lo cual no es pecado, ¡comer bien! [se ríen] – y hay otra mujer en la puerta, con una muleta, mal vestida, se ve que siente el frío... una “homeless”, con la mano extendida... Y la señora que sale del restaurante mira para otro lado. La foto se llama “Indiferencia”. Cuando la vi, llamé al fotógrafo para decirle: “Fuiste muy bueno al captar esto de manera instantánea”, y le dije que la pusiera en la Limosnería. Para no caer en el espíritu de la indiferencia. En cambio, quien tiene compasión, pasa del “no me importas” a    . O por lo menos “tú tocas mi corazón”. Pero la compasión no es un bello sentimiento, no es pietismo, es crear un nuevo vínculo con el otro. Es hacerse cargo, como el Buen Samaritano que, movido por la compasión, se ocupa de aquel desgraciado al que ni siquiera conoce (cf. Lc 10, 33-34). El mundo necesita esta caridad creativa y activa, gente que no está delante de una pantalla comentando, sino gente que se ensucia las manos para remover la degradación y restaurar dignidad. Tener compasión es una decisión: es elegir no tener ningún enemigo para ver en cada uno a mi prójimo. Y esta es una decisión.

Esto no quiere decir volverse blandos y dejar de luchar. Al contrario, quien tiene compasión entra en una dura lucha diaria contra el descarte y el despilfarro, el descarte de los demás y el despilfarro de las cosas. Duele pensar en cuánta gente es descartada sin compasión: ancianos, niños, trabajadores, discapacitados... Pero es escandaloso también el despilfarro de cosas. La FAO ha documentado que, en los países industrializados, se tiran más de mil millones – ¡más de mil millones! – de toneladas de alimento comestible. Esta es la realidad. Ayudémonos, juntos, a luchar contra el descarte y el despilfarro, exijamos opciones políticas que conjuguen progreso y equidad, desarrollo y sustentabilidad para todos, para que nadie sea privado de la tierra en que vive, del buen aire que respira, del agua que tiene derecho a beber y del alimento que tiene derecho a comer.

Estoy seguro de que los miembros de cada una de sus comunidades no se contentarán con vivir como espectadores, sino que siempre serán protagonistas humildes y determinados en construir el futuro de todos. Y todo esto hace la fraternidad. Trabajar como hermanos. Construir la fraternidad universal. Y este es el momento, este es el desafío de hoy. Les deseo que alimenten la contemplación y la compasión, ingredientes indispensables de la ecología integral. Les agradezco de nuevo por su presencia y por su compromiso. Les agradezco por sus oraciones. A aquellos de ustedes los que oran, les pido orar, y a quien que no hace oración, por lo menos mándenme buenas ondas, ¡lo necesito! [ríen, aplausos].

Y ahora me gustaría pedirle a Dios que bendiga a cada uno de ustedes, que bendiga el corazón de cada uno de ustedes, sean creyentes o no creyentes, de cualquier tradición religiosa que sea. Que Dios bendiga a todos ustedes. Amén.

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