CATEQUESIS DEL PAPA: LA SOLIDARIDAD, MÁS NECESARIA QUE NUNCA (02/09/2020)

La mañana de este 2 de septiembre, los fieles comenzaron a llegar desde temprano a la Plaza de San Pedro para luego dirigirse al Patio de San Dámaso, donde tuvo lugar la Audiencia General. El Papa, al comenzar la catequesis valoró la belleza del encuentro cara a cara. El tema central de la catequesis de este día fue la solidaridad. El Papa afirmó, en relación con la pandemia: “para salir mejor de esta crisis, debemos hacerlo juntos, en solidaridad”. Para el Papa no hay solidaridad que se ubique fuera de la justicia, al contrario: “La solidaridad es una cuestión de justicia, un cambio de mentalidad que nos conduzca a pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes de parte de unos pocos”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de tantos meses retomamos nuestro encuentro cara a cara y no pantalla a pantalla. Cara a cara. ¡Esto es bello! La pandemia actual ha hecho evidente nuestra interdependencia: todos estamos vinculados, los unos con los otros, tanto en el bien como en el mal. Por eso, para salir mejores de esta crisis, debemos hacerlo juntos. Juntos, no solos, juntos. Solos no, ¡porque no se puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en la solidaridad. Esta palabra hoy quisiera subrayarla: solidaridad.

Como familia humana tenemos el origen común en Dios; vivimos en una casa común, el planeta-jardín, la tierra en la que Dios nos ha puesto; y tenemos un destino común en Cristo. Pero cuando olvidamos todo esto, nuestra interdependencia se convierte en dependencia de algunos hacia otros — perdemos esta armonía de interdependencia en la solidaridad — aumentando la desigualdad y la marginación; se debilita el tejido social y se deteriora el ambiente. Siempre es la misma forma de actuar.

Por tanto, el principio de solidaridad es hoy más necesario que nunca, como ha enseñado San Juan Pablo II (cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 38-40). De una forma interconectada, experimentamos qué significa vivir en la misma “aldea global”. Es hermosa esta expresión: el gran mundo no es otra cosa que una aldea global, porque todo está interconectado. Pero no siempre transformamos esta interdependencia en solidaridad. Hay un largo camino entre la interdependencia y la solidaridad. Los egoísmos — individuales, nacionales y de grupos de poder — y las rigideces ideológicas alimentan, al contrario, «estructuras de pecado» (ibíd., 36).

«La palabra “solidaridad” está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero indica mucho más que algún acto esporádico de generosidad. ¡Es más! Requiere crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos con respecto a la apropiación de los bienes por parte de algunos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 188). Esto significa solidaridad. No es solo cuestión de ayudar a los demás — esto está bien hacerlo, pero es más—: se trata de justicia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1938-1940). La interdependencia, para ser solidario y dar frutos, necesita raíces fuertes en lo humano y en la naturaleza creada por Dios, necesita respeto por los rostros y la tierra.

La Biblia, desde el principio, nos advierte. Pensemos en el relato de la Torre de Babel (cf. Gen 11, 1-9), que describe lo que sucede cuando tratamos de llegar al cielo — nuestra meta — ignorando el vínculo con lo humano, con la creación y con el Creador. Es una forma de decir: esto sucede cada vez que uno quiere subir, subir, sin tener en cuenta a los demás. ¡Yo solo! Pensemos en la torre. Construimos torres y rascacielos, pero destruimos la comunidad. Unificamos edificios y lenguas, pero mortificamos la riqueza cultural. Queremos ser amos de la Tierra, pero arruinamos la biodiversidad y el equilibrio ecológico. Les conté en alguna otra audiencia de esos pescadores de San Benedetto del Tronto que vinieron este año y me dijeron: “Hemos sacado del mar 24 toneladas de deshechos, de las cuales la mitad era plástico”. ¡Piensen! Estos tienen el espíritu de recoger los peces, sí, pero también los deshechos y sacarlos para limpiar el mar. Pero esta [contaminación] es arruinar la tierra, no tener solidaridad con la tierra que es un don y con el equilibrio ecológico.

Recuerdo un relato medieval que describe este “síndrome de Babel”, que es cuando no hay solidaridad. Este relato medieval dice que, durante la construcción de la torre, cuando un hombre caía — eran esclavos — y moría nadie decía nada, cuando mucho: “Pobrecito, se ha equivocado y ha caído”. Sin embargo, si caía un ladrillo, todos se lamentaban. ¡Y si alguno era culpable, era castigado! ¿Por qué? Porque un ladrillo era caro de hacer, de preparar, de cocer. Se necesitaba tiempo y trabajo para hacer un ladrillo. Un ladrillo valía más que la vida humana. Cada uno de nosotros piense en qué sucede hoy. Lamentablemente también hoy puede suceder algo parecido. Cae alguna cuota del mercado financiero — lo hemos visto en los periódicos estos días — y la noticia está en todas las agencias. Caen miles de personas por el hambre, la miseria y nadie habla de ello.

Diametralmente opuesto a Babel es Pentecostés (cf. Hch 2, 1-3), lo hemos escuchado al principio de la audiencia. El Espíritu Santo, descendiendo del alto como viento y fuego, inviste a la comunidad encerrada en el cenáculo, le infunde la fuerza de Dios, la impulsa a salir, a anunciar a todos a Jesús Señor. El Espíritu crea la unidad en la diversidad, crea la armonía. En el relato de la Torre de Babel no había armonía; había ese ir adelante para ganar. Allí, el hombre era un mero instrumento, mera “fuerza de trabajo”, pero aquí, en Pentecostés, cada uno de nosotros es un instrumento, pero un instrumento comunitario que participa con todo su ser a la edificación de la comunidad. San Francisco de Asís lo sabía bien, y animado por el Espíritu daba a todas las personas, es más, a las criaturas, el nombre de hermano o hermana (cf. LS, 11; cr. San Buenaventura, Legenda maior, VIII, 6: FF 1145). También el hermano lobo, recordemos.

Con Pentecostés, Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y en la solidaridad. Diversidad y solidaridad unidas en armonía, este es el camino. Una diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la singularidad de cada uno — que es un don, único e irrepetible — no se enferme de individualismo, de egoísmo. La diversidad solidaria posee también los anticuerpos para sanar estructuras y procesos sociales que han degenerado en sistemas de injusticia, en sistemas de opresión (cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 192). Por tanto, la solidaridad hoy es el camino por recorrer hacia un mundo post-pandemia, hacia la curación de nuestras enfermedades interpersonales y sociales. No hay otra. O avanzamos con el camino de la solidaridad o las cosas serán peores. Quiero repetirlo: de una crisis no se sale igual que antes. La pandemia es una crisis. De una crisis se sale o mejores o peores. Debemos elegir nosotros. Y la solidaridad es precisamente un camino para salir de la crisis, mejores, no con cambios superficiales, con una barnizada así y todo está bien. No. ¡Mejores!

En medio de la crisis, una solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el amor de Dios en nuestra cultura globalizada, no construyendo torres o muros — y cuántos muros se están construyendo hoy — que dividen, pero después se desmoronan, sino tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y solidario. Y para esto ayuda la solidaridad. Hago una pregunta: ¿yo pienso en las necesidades de los demás? Cada uno responda en su corazón.

En medio de crisis y tempestades, el Señor nos interpela y nos invita a despertar y activar esta solidaridad capaz de dar solidez, apoyo y un sentido a estas horas en las que todo parece naufragar. Que la creatividad del Espíritu Santo pueda animarnos a generar nuevas formas de hospitalidad familiar, de fraternidad fecunda y de solidaridad universal. Gracias.

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