CATEQUESIS DEL PAPA: RECUPERAR LA ACTITUD CONTEMPLATIVA (16/09/2020)

“Para salir de una pandemia, es necesario cuidarse y cuidarnos mutuamente” expresó el Papa Francisco en la Audiencia General de este 16 de septiembre en el Patio de San Dámaso, continuando con las catequesis sobre cómo sanar el mundo. El Santo Padre, comenzó destacando el papel esencial de los “cuidadores” en la sociedad, “aunque a menudo no reciban ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen”. “El cuidado es una regla de oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza”, afirmó. Concluyó su catequesis, recordando que este cuidado es tarea de todo ser humano: “Cada uno de nosotros puede y debe convertirse en un ‘custodio de la casa común’, capaz de alabar a Dios por sus criaturas, de contemplar las criaturas y protegerlas”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Para salir de una pandemia, es necesario cuidarse y cuidarnos mutuamente. Y se necesita apoyar a quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los ancianos. Existe la costumbre de dejar a un lado a los ancianos, de abandonarlos: es terrible, esto. Estas personas — bien definidas por el término español “cuidadores”, aquellos que cuidan a los enfermos— desempeñan un papel esencial en la sociedad actual, aunque a menudo no reciban el reconocimiento y la remuneración que merecen. El cuidado es una regla de oro de nuestro ser humanos, y trae consigo salud y esperanza (cf. Enc. Laudato si’ [LS], 70). Cuidar a quien está enfermo, a quien lo necesita, a quien ha sido dejado a un lado: esta es una riqueza humana y también cristiana.

Este cuidado, debemos dirigirlo también a nuestra casa común: a la tierra y a toda criatura. Todas las formas de vida están interconectadas (cf. ibíd., 137-138), y nuestra salud depende de la de los ecosistemas que Dios ha creado y que nos ha encargado cuidar (cf. Gn 2, 15). Abusar de ellos, en cambio, es un grave pecado que daña, que perjudica y hace enfermar (cf. LS, 8; 66). El mejor antídoto contra este abuso de nuestra casa común es la contemplación (cf. ibíd., 85; 214). ¿Pero cómo? ¿No hay una vacuna para esto, para el cuidado de la casa común, para no dejarla a un lado? ¿Cuál es el antídoto contra la enfermedad de no cuidar la casa común? Es la contemplación. «Cuando no se aprende a detenerse a admirar y percibir lo bello, no es extraño que todo se transforme en objeto de uso y abuso sin escrúpulos» (ibíd.,215). Incluso en objeto de “usar y tirar”. Sin embargo, nuestro hogar común, la creación, no es un mero “recurso”. Las criaturas tienen un valor en sí y «reflejan, cada una a su manera, un rayo de la infinita sabiduría y bondad de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, 339). Este valor y este rayo de luz divina hay que descubrirlo y, para descubrirlo, necesitamos hacer silencio, necesitamos escuchar, necesitamos contemplar. También la contemplación cura el alma.

Sin contemplación, es fácil caer en un antropocentrismo desequilibrado y soberbio, el “yo” en el centro de todo, que sobredimensiona nuestro papel de seres humanos, posicionándonos como dominadores absolutos de todas las demás criaturas. Una interpretación distorsionada de los textos bíblicos sobre la creación ha contribuido a esta visión equivocada, que lleva a explotar la tierra hasta asfixiarla. Explotar la creación: este es el pecado. Creemos que estamos en el centro, pretendiendo ocupar el lugar de Dios y así arruinamos la armonía de la creación, la armonía del designio de Dios. Nos convertimos en depredadores, olvidando nuestra vocación de custodios de la vida. Es verdad, podemos y debemos trabajar la tierra para vivir y desarrollarnos. Pero el trabajo no es sinónimo de explotación, y siempre está acompañado de cuidados: arar y proteger, trabajar y cuidar... Esta es nuestra misión (cf. Gn 2,15). No podemos pretender seguir creciendo a nivel material, sin cuidar la casa común que nos acoge. Nuestros hermanos más pobres y nuestra madre tierra gimen por el daño y la injusticia que hemos provocado y reclaman otra ruta. Reclaman de nosotros una conversión, un cambio de camino: cuidar también de la tierra, de la creación.

Entonces, es importante recuperar la dimensión contemplativa, es decir mirar la tierra, la creación como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios. Cuando contemplamos, descubrimos en los demás y en la naturaleza algo mucho más grande que su utilidad. He aquí el núcleo del problema: contemplar es ir más allá de la utilidad de una cosa. Contemplar lo bello no quiere decir explotarlo: contemplar es gratuidad. Descubrimos el valor intrínseco de las cosas que les ha dado Dios. Como han enseñado muchos maestros espirituales, el cielo, la tierra, el mar, cada criatura posee esta capacidad icónica, esta capacidad mística para llevarnos de vuelta al Creador y a la comunión con la creación. Por ejemplo, San Ignacio de Loyola, al final de sus Ejercicios Espirituales, invita a realizar la “Contemplación para llegar al amor”, es decir, a considerar cómo Dios mira a sus criaturas y a regocijarse con ellas; a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y gracia, amarlas y cuidarlas.

La contemplación, que nos conduce a una actitud de cuidado, no es un mirar a la naturaleza desde el exterior, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero nosotros estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Se hace más bien desde dentro, reconociéndonos como parte de la creación, haciéndonos protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo serviría para explotaría. Quien contempla de esta manera se maravilla no sólo por lo que ve, sino también porque se siente parte integrante de esta belleza; y también se siente llamado a custodiarla, a protegerla. Y hay algo que no debemos olvidar: quien no sabe contemplar la naturaleza y la creación, no sabe contemplar a las personas en su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza, termina por explotar a las personas y tratarlas como esclavos. Esta es una ley universal: si no sabes contemplar la naturaleza, será muy difícil que sepas contemplar a la gente, la belleza de las personas, al hermano, a la hermana.

Quien sabe contemplar, más fácilmente pondrá manos a la obra para cambiar lo que produce degradación y daños a la salud. Se comprometerá en educar y promover nuevos hábitos de producción y consumo, en contribuir a un nuevo modelo de crecimiento económico que garantice el respeto a la casa común y el respeto a las personas. El contemplativo en acción tiende a convertirse en custodio del medio ambiente: ¡es hermoso esto! Cada uno de nosotros debe ser custodio del ambiente, de la pureza del ambiente, buscando conjugar saberes ancestrales de las culturas milenarias con los nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro estilo de vida sea sustentable.

Finalmente, contemplar y cuidar: estas dos actitudes muestran el camino para corregir y equilibrar de nuevo nuestra relación como seres humanos con la creación. Muchas veces, nuestra relación con la creación parece ser una relación entre enemigos: destruir la creación para mi ventaja; explotar la creación para mi ventaja. No olvidemos que esto se paga caro; no olvidemos aquel dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos a veces; la naturaleza no perdona nunca”. Hoy leía en el periódico acerca de los dos grandes glaciares de la Antártida, cerca del Mar de Amundsen: están a punto de caer. Será terrible, porque el nivel del mar subirá y esto acarreará muchas, muchas dificultades y muchos males. ¿Y por qué? Por el sobrecalentamiento, por no cuidar del medio ambiente, por no cuidar de la casa común. En cambio, cuando tenemos esta relación — me permito la palabra — “fraternal” en sentido figurado con la creación, nos convertiremos en custodios de la casa común, custodios de la vida y custodios de la esperanza, custodiaremos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que puedan disfrutarlo las generaciones futuras. Y alguno puede decir: “Pero, yo me las arreglo así”. Pero el problema no es cómo te las arreglas hoy — esto lo decía un teólogo alemán, protestante, muy bueno: Bonhoeffer — el problema no es cómo te las arreglas hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la futura generación? Pensemos en los hijos, en los nietos: ¿qué les dejaremos si explotamos la creación? Custodiemos este camino para así convertirnos en “custodios” de la casa común, custodios de la vida y de la esperanza. Custodiemos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que puedan disfrutarlo las futuras generaciones. Pienso de manera especial en los pueblos indígenas, con los que todos tenemos una deuda de gratitud, – incluso de penitencia, para reparar el daño que les hemos hecho. Pero también pienso en aquellos movimientos, asociaciones, grupos populares, que se esfuerzan por proteger su territorio con sus valores naturales y culturales. No siempre estas realidades sociales son apreciadas, a veces incluso son obstaculizadas, porque no producen dinero; pero en realidad contribuyen a una revolución pacífica, podríamos llamarla la “revolución del cuidado”. Contemplar para cuidar, contemplar para custodiar, custodiarnos nosotros, a la creación, a nuestros hijos, a nuestros nietos y custodiar el futuro. Contemplar para curar y para custodiar y para dejar una herencia a la futura generación.

No se necesita sin embargo delegarlo en algunos: esta es la tarea de todo ser humano. Cada uno de nosotros puede y debe convertirse en un “custodio de la casa común”, capaz de alabar a Dios por sus criaturas, de contemplar a las criaturas y protegerlas.

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