NECESITAMOS UNA CONVERSIÓN ECOLÓGICA: PALABRAS DEL PAPA A UN GRUPO DE ECOLOGISTAS FRANCESES (03/09/2020)

La mañana de este 3 de septiembre, el Papa Francisco se reunió con un grupo de ecologistas franceses en la Biblioteca del Palacio Vaticano. Este encuentro es continuación de las reflexiones emprendidas por los Obispos de Francia con respecto a la Carta Encíclica Laudato si’, con la participación de expertos comprometidos en la causa ecológica. El Papa Francisco tenía el texto del discurso que había preparado, pero optó por improvisar unas palabras que, desafortunadamente, no tenemos en su totalidad.

El Papa, en sus palabras improvisadas, relató su cambio de visión hacia la creación e hizo referencia a la poca importancia que daba a dichos asuntos cuando en 2006, en el Encuentro del CELAM en Aparecida, se recibían las propuestas de la Amazonia, pensando que no tenían relación con la evangelización. El Papa dijo que desde esa fecha hasta el 2015, fecha de publicación de Laudato si’, vivió un proceso de conversión, que le permitió entender el problema ecológico y su relación con la fe.

El Obispo de Roma entregó el texto que había preparado a los participantes en el encuentro, para una lectura posterior. Compartimos a continuación dicho texto, traducido del italiano:

Excelencia, señoras, señores:

Me alegra recibirlos y les doy una cordial bienvenida a Roma. Agradezco a Monseñor de Moulins Beaufort que haya tomado la iniciativa de este encuentro, tras las reflexiones que la Conferencia de los Obispos de Francia ha desarrollado sobre la encíclica Laudato si’, reflexiones en las que participó un cierto número de expertos comprometidos con la causa ecológica.

Somos parte de una sola familia humana, llamada a vivir en una casa común de la que constatamos, juntos, la inquietante degradación. La crisis de salud que atraviesa actualmente la humanidad nos recuerda nuestra fragilidad. Comprendemos hasta qué punto estamos ligados unos a otros, insertos en un mundo cuyo devenir compartimos, y que maltratarlo no puede más que implicar graves consecuencias, no sólo ambientales, sino también sociales y humanas.

Alegra el hecho de que una toma de conciencia de la urgencia de la situación se haga sentir un poco en todas partes, de que el tema de la ecología impregne cada vez más las formas de pensar a todos niveles y empiece a influir en las opciones políticas y económicas, aunque queda mucho por hacer y asistimos aún a la demasiada lentitud e incluso a retrocesos. Por su parte, la Iglesia Católica intenta participar plenamente en el compromiso por la protección de la casa común. No tiene soluciones preestablecidas que proponer y no ignora las dificultades de las cuestiones técnicas, económicas y políticas que están en juego, ni todos los esfuerzos que este compromiso implica. Pero quiere actuar concretamente ahí donde sea posible, y sobre todo quiere formar las conciencias para favorecer una profunda y duradera conversión ecológica, que es la única que puede responder a los importantes desafíos que debemos enfrentar.

En relación con tal conversión ecológica, quisiera compartir con ustedes el modo en que las convicciones de fe ofrecen a los cristianos grandes motivaciones para la protección de la naturaleza, así como de los hermanos y las hermanas más frágiles, porque estoy seguro de que la ciencia y la fe, que proponen diferentes aproximaciones a la realidad, pueden desarrollar un diálogo intenso y fecundo. (cf. Enc. Laudato si’, 62).

La Biblia nos enseña que el mundo no nació del caos o del azar, sino de una decisión de Dios que lo llamó y siempre lo llama a la existencia, por amor. El universo es bello y bueno, y contemplarlo nos permite vislumbrar la belleza y bondad infinitas de su Autor. Toda criatura, incluso la más efímera, es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. El cristiano no puede mas que respetar la obra que el Padre le ha confiado, como un jardín para cultivar, para proteger, para hacer crecer según sus potencialidades. Y si el hombre tiene el derecho de hacer uso de la naturaleza para sus propios fines, no puede de ninguna manera considerarse como su propietario o como un déspota, sino sólo como el administrador que tendrá que rendir cuentas de su gestión. En este jardín que Dios nos ofrece, los seres humanos están llamados a vivir en armonía en la justicia, en la paz y en la fraternidad, ideal evangélico propuesto por Jesús (cf. LS 82). Y cuando se considera a la naturaleza únicamente como objeto de lucro e intereses – una visión que consolida el arbitrio del más fuerte – entonces la armonía se rompe y se producen graves desigualdades, injusticias y sufrimientos.

San Juan Pablo II afirmaba: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención original de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y debe, por tanto, respetar la estructura natural y moral, de la que ha sido dotado» (Enc. Centesimus Annus, 38). Todo, entonces, está conectado. Son la misma indiferencia, el mismo egoísmo, la misma codicia, el mismo orgullo, la misma pretensión de ser el amo y el déspota del mundo la que llevan a los seres humanos, por una parte, a destruir las especies y a saquear los recursos naturales, por otra, a explotar la miseria, a abusar del trabajo de las mujeres y de los niños, a abrogar las leyes de la célula familiar, a no respetar más el derecho a la vida humana desde la concepción hasta el fin natural.

Por lo tanto, «si la crisis ecológica es un surgir o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones humanas fundamentales» (LS, 119). Por tanto, no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un ser humano nuevo, y es sanando el corazón del hombre cómo se puede esperar sanar al mundo de sus desórdenes tanto sociales como ambientales.

Queridos amigos, les renuevo mi ánimo por sus esfuerzos a favor del cuidado del medio ambiente. Mientras las condiciones del planeta pueden parecer catastróficas y ciertas situaciones parecen incluso irreversibles, nosotros los cristianos no perdemos la esperanza, porque tenemos la mirada puesta en Jesucristo. El es Dios, el Creador en persona, que vino a visitar su creación y a habitar entre nosotros (cf. LS, 96-100), para curarnos, para hacernos reencontrar la armonía que habíamos perdido, armonía con nuestros hermanos y armonía con la naturaleza. «No nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor nos conduce siempre a encontrar nuevos caminos» (LS, 245).

Pido a Dios que los bendiga. Y les pido, por favor, que oren por mí.

Comentarios