EL ESPÍRITU ES EL VERDADERO PROTAGONISTA DE LA MISIÓN: PALABRAS DEL PAPA A LA COMISIÓN DE DIÁLOGO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LOS DISCÍPULOS DE CRISTO (28/06/2023)

El Espíritu Santo es “memoria y guía que abre caminos nuevos e impensados, allí donde creíamos que los caminos estaban cerrados o prohibidos”. Lo reiteró el Papa Francisco, que la mañana de este 28 de junio se reunió en audiencia con los miembros de la Comisión Internacional para el Diálogo entre la Iglesia católica y los Disciples of Christ (Discípulos de Cristo), Iglesia protestante arraigada en Estados Unidos y Canadá. Reproducimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos:

«Gracia y paz en abundancia» (1 Pe 1, 2). Los recibo con las palabras que el Apóstol Pedro, en tiempos difíciles para el Evangelio, dirigió a los fieles dispersos en el mundo. También nosotros, en estos tiempos no fáciles para la fe, estamos unidos en la misma confianza que el Apóstol quería transmitir: la de volver a poner la esperanza en el Dios de la consolación, en la medida en que hemos sido – escribía – «elegidos según el plan establecido por Dios Padre, mediante el Espíritu que santifica, para obedecer a Jesucristo» (1 Pe 1, 1-2). En la fe de la Trinidad, que es comunión y que nos exhorta a la comunión, los saludo fraternalmente, agradecidas por las palabras que me dirigió el Rvdo. Paul Tché a nombre de toda la Comisión. Me alegro de saber que, reafirmando el objetivo de la plena unidad visible que los ha caracterizado desde 1977, en esta sexta fase de sus trabajos se dedican a explorar “el ministerio del Espíritu”.

Como bien afirman en un anterior documento, «el Espíritu Santo no sólo da a la Iglesia esa memoria que le permite permanecer en la Tradición apostólica, sino que también está presente en la Iglesia guiando a los cristianos de toda la comunidad de bautizados para profundizar en el misterio de Cristo» (La Iglesia como comunión en Cristo, 39). El Espíritu es, entonces, memoria y guía.

Memoria. Él, nos dijo Jesús, «les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 26). Cuando nos acercamos en la oración y con corazón abierto a las Escrituras inspiradas por el Espíritu, dejamos que Él nos hable y actúe en nosotros. Entonces su memoria benéfica nos recuerda lo que vale la pena en la vida y nos reitera que «nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37); nos invita cada día a “renacer de lo alto” (cf. Jn 3, 1-21) y nos impulsa al amor por los hermanos.

Pero el Espíritu Santo, además de memoria viva, es guía. Como afirma el Concilio Vaticano II, «con la fuerza del Evangelio, hace rejuvenecer a la Iglesia; la renueva continuamente y la conduce a la perfecta unión con su Esposo; la impulsa a cooperar para que se realice el plan de Dios en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13); la unifica en la comunión y el ministerio; la provee y dirige con distintos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos» (Lumen gentium, 4). El Espíritu Santo, en resumen, mantiene joven a la comunidad cristiana. En Él, que es el verdadero protagonista de la misión – no olvidemos esto: el verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo –, tenemos la alegría de proclamar a Jesús Señor y Salvador, y encontramos la fuerza de ir adelante en la alabanza de su nombre, glorificándolo y magnificándolo. Así el Espíritu Santo preserva nuestro espíritu de las tentaciones de la tristeza y de la auto-referencialidad; de hecho «la mundanidad asfixiante que nos rodea se sana saboreando el aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de permanecer centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 97).

Queridos hermanos y hermanas, una mirada de fe sabe reconocer, en la vida y la realidad, la presencia y la semilla del Espíritu Santo, sabe ver su obra incluso más allá de las fronteras de nuestras comunidades. Si somos dóciles a Él, sabrá armonizar incluso lo que a nosotros nos parece difícil de conciliar, porque Él es en sí mismo, armonía. El Espíritu es armonía: no olvidemos esto. Él permite las “divisiones”: pensemos en la mañana de Pentecostés, cuando hubo una gran “división” de distintos carismas… Pero después Él hizo la armonía, que no es “una negociación de equilibrios”, no: la armonía va más allá. Y este es el camino del Espíritu. Por ello necesitamos siempre partir y volver a partir del Espíritu, memoria y guía que abre caminos nuevos e impensados, ahí donde nosotros pensábamos que los caminos estaban cerrados o prohibidos. No temamos entonces recorrer los caminos de concordia que el Espíritu señala: no los de la mundanidad espiritual, que quiere adecuarnos a las necesidades y las modas del tiempo, sino los caminos de la comunión y la misión. ¡Qué hermoso ser también hoy, como en los tiempos de los Apóstoles, “los que llevan el Evangelio mediante el Espíritu Santo, enviado del cielo” (cf. 1 Pe 1, 12)!

En el camino de la comunión eclesial, pero también en el diálogo con las demás Iglesias y comunidades cristianas, hay algo que siempre me ha hecho pensar: lo que, un poco bromeando, dijo el Patriarca Atenágoras a Pablo VI: mandemos a todos los teólogos a una isla y nosotros caminemos juntos. La unidad de los cristianos se hace caminando juntos. Los teólogos son necesarios, ciertamente: que estudien, que hablen, que discutan; pero, mientras tanto, nosotros caminemos, orando juntos y con las obras de caridad. Para mí, este es el camino que no defrauda.

Les agradezco por los pasos hacia delante que dan, bajo la guía del Espíritu, y les deseo que sigan con valentía el camino. Por esta intención, los invito a orar juntos con las palabras del Señor: Padre Nuestro…

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