CATEQUESIS DEL PAPA: SE GASTA DINERO EN ARMAS Y NO EN ALIMENTOS (28/06/2023)

El Papa Francisco volvió a la Plaza de San Pedro para la Audiencia General de los miércoles, la primera después de la operación del 7 de junio y la última antes de la pausa veraniega de julio. La catequesis continuó el ciclo inaugurado el mes pasado sobre el tema del “celo apostólico”, centrado hasta ahora en figuras “ejemplares” de hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares que han dado su vida por el Evangelio y la reflexión de hoy del Papa estuvo enteramente dedicada a Mary MacKillop (1842-1909), santa australiana, fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón, comprometida toda su vida en la formación intelectual y religiosa de los pobres de la Australia rural. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Testigos: Santa Mary MacKillop

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

¡Hoy debemos tener un poco de paciencia, con este calor! ¡Gracias por haber venido con este calor, con este sol, muchas gracias por su visita!

En esta serie de catequesis sobre el celo apostólico, estamos encontrando algunas figuras ejemplares de hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, que han dado la vida por el Evangelio. Hoy vamos lejos, a Oceanía, un continente formado por muchísimas islas, grandes y pequeñas. La fe en Cristo, que tantos emigrantes europeos llevaron a esas tierras, echó raíces pronto y produjo frutos abundantes (cf. Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Oceania, 6). Entre ellos está una religiosa extraordinaria, Santa Mary MacKillop (1842-1909), fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón, que dedicó su vida a la formación intelectual y religiosa de los pobres en la Australia rural.

Mary MacKillop nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde Escocia. De joven, se sintió llamada por Dios a servirlo y a dar testimonio suyo no sólo con las palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de Dios (cf. Evangelii gaudium, 259). Como María Magdalena, que fue la primera en encontrar a Jesús resucitado y fue enviada por Él a llevar el anuncio a los discípulos, Mary estaba convencida de ser ella también enviada a difundir la Buena Noticia y a atraer a otros al encuentro con el Dios vivo.

Leyendo con sabiduría los signos de los tiempos, entendió que para ella la mejor forma de hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, en la conciencia de que la educación católica es una forma de evangelización. Es una gran forma de evangelización. Así, si podemos decir que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19), Mary MacKillop lo fue sobre todo a través de la fundación de escuelas.

Una característica esencial de su celo por el Evangelio consistía en cuidar a los pobres y los marginados. Y esto es muy importante: en el camino de la santidad, que es el camino cristiano, los pobres y los marginados son protagonistas y una persona no puede ir adelante en la santidad si no se dedica también a ellos, de una forma u otra. Ellos, que necesitan de la ayuda del Señor, llevan la presencia del Señor. Una vez leí una frase que me impresionó; decía así: “El protagonista de la historia es el mendigo: los mendigos son aquellos que atraen la atención sobre la injusticia, que es la gran pobreza en el mundo”, se gasta el dinero para fabricar armas y no para producir alimentos…. Y no olviden: no hay santidad si, de una manera u otra, no hay cuidado a los pobres, a los necesitados, a aquellos que están un poco a los márgenes de la sociedad. Este cuidar a los pobres y los marginados impulsaba a Mary a ir allí donde otros no querían o no podían ir. El 19 de marzo de 1866, fiesta de San José, abrió la primera escuela en un pequeño suburbio al sur de Australia. Le siguieron muchas otras que ella y sus hermanas fundaron en las comunidades rurales en Australia y Nueva Zelanda. Se multiplicaron, porque el celo apostólico hace así: multiplica las obras.

Mary MacKillop estaba convencida de que el objetivo de la educación es el desarrollo integral de la persona tanto como individuo que como miembro de la comunidad; y que esto requiere sabiduría, paciencia y caridad por parte de todo profesor. La educación, en efecto, no consiste en llenar la cabeza de ideas: no, no es sólo esto. ¿En qué consiste la educación? En acompañar y animar a los estudiantes en el camino de crecimiento humano y espiritual, mostrándoles cuánto la amistad con Jesús Resucitado dilata el corazón y hace la vida más humana. Educar es ayudar a pensar bien: a sentir bien – el lenguaje del corazón – y a hacer bien – el lenguaje de las manos. Esta visión es plenamente actual hoy, cuando sentimos la necesidad de un “pacto educativo” capaz de unir a las familias, a las escuelas y a toda la sociedad.

El celo de Mary MacKillop por la difusión del Evangelio entre los pobres la condujo también a emprender otras obras de caridad, a partir de la “Casa de la Providencia” abierta en Adelaide para acoger ancianos y niños abandonados. Mary tenía mucha fe en la Providencia de Dios: siempre confiaba que en cualquier situación Dios provee. Pero esto no le ahorraba las preocupaciones y las dificultades derivadas de su apostolado, y María tenía buenas razones: tenía que pagar las cuentas, tratar con los Obispos y los sacerdotes locales, administrar las escuelas y cuidar la formación profesional y espiritual de las Hermanas; y, más tarde, los problemas de salud. Sin embargo, en todo esto, permanecía tranquila, llevando con paciencia la cruz que es parte integral de la misión.

En una ocasión, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, Mary dijo a una de sus hermanas: “Hija mía, desde hace muchos años he aprendido a amar la Cruz”. No se rindió en los momentos de prueba y de oscuridad, cuando su alegría era silenciada por la oposición y el rechazo. Vean: todos los santos han encontrado oposiciones, incluso dentro de la Iglesia. Es curioso, esto. También ella las tuvo. Permanecía convencida de que, también cuando el Señor le asignaba «el pan de la aflicción y el agua de la tribulación» (Is 30, 20), el mismo Señor respondería pronto a su grito y la rodearía con su gracia. Este es el secreto del celo apostólico: la relación continua con el Señor.

Hermanos y hermanas, que el discipulado misionero de Santa Mary MacKillop, su respuesta creativa a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, su compromiso por la formación integral de los jóvenes, nos inspiren hoy a todos nosotros, llamados a ser levadura del Evangelio en nuestras sociedades en rápida transformación. Que su ejemplo y su intercesión sostengan el trabajo cotidiano de los padres, de los profesores, de los catequistas y de todos los educadores, por el bien de los jóvenes y por un futuro más humano y lleno de esperanza. Gracias.

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