SEGUIR AL ESPÍRITU CON LIBERTAD, NO ENJAULARLO CON EXCESO DE REGLAS: PALABRAS DEL PAPA A LA CONGREGACIÓN DE SAN JOSÉ (17/03/2023)

El Papa Francisco se reunió esta mañana del 17 de marzo en la Sala Clementina del Vaticano, con la Congregación de San José. En su mensaje, destacó algunos rasgos de la vida consagrada según las palabras del fundador San Leonardo Murialdo: “la caridad es mirar y decir lo hermoso de cada uno, perdonar de corazón, tener serenidad de rostro, afabilidad, dulzura”. Transcribimos a continuación, el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco de corazón al Padre Tullio Locatelli por las palabras que me ha dirigido, saludo a los Obispos presentes y a la Madre General y le doy la bienvenida a todos ustedes.

Nos encontramos en el 150º aniversario de fundación de su Congregación. De hecho, el 19 de marzo de 1873 San Leonardo Murialdo fundaba la Pía Sociedad Turinense de San José para el cuidado y formación sobre todo de los jóvenes trabajadores. A mí me hace pensar mucho este tiempo, allí, en el “fuego” – digámoslo así –, en el centro de la masonería, en Turín, en el Piamonte, tantos santos, ¡tantos! Y debemos estudiar por qué, por qué en ese momento. Y precisamente en el centro de la masonería y de los “come curas”, los santos, y muchos, no uno, muchos. Entonces fundó en Turín, en este contexto duro, marcado por tanta pobreza moral, cultural y económica, ante la cual no permaneció indiferente: captó el desafío y se puso a trabajar, en medio de la masonería.

Así nació una realidad que en el curso de un siglo y medio se ha enriquecido con personas, obras, experiencias culturales distintas y sobre todo mucho amor. Una realidad compuesta hoy de cerca de 150 religiosos – son pocos, ¡deben crecer un poco! – y, además, las hermanas Murialdinas de San José – a quienes también felicitamos, en el 70º aniversario de su fundación –, el Instituto secular y muchos laicos, todos unidos en una única Familia. ¡Tanto creció la semilla puesta por Dios en la iglesia por medio de las manos generosas de San Leonardo Murialdo!

El año pasado, en ocasión de la apertura de esta celebración jubilar, escribí a su Superior General y les deseaba que continuarán creciendo en el «arte de captar las exigencias de los tiempos y proveerlas con la creatividad del Espíritu Santo». No se puede controlar al Espíritu, es Él que nos lleva adelante. Se necesitan sólo discernimiento y fidelidad. Los exhortaba a cuidar especialmente de «los más jóvenes, los cuales, hoy más que nunca, necesitan testigos creíbles». Y los animaba a nunca dejar de soñar, a ejemplo de San José, su patrono, y de San Leonardo, en espíritu de auténtica paternidad [1].

Hoy, mientras les renuevo esta invitación, quisiera subrayarles tres aspectos, que me parecen importantes para nuestra vida y para su apostolado. Ellos son: la primacía del amor de Dios, la atención al mundo que cambia y la dulzura paterna de la caridad.

La experiencia del amor de Dios marcó profundamente la vida de San Leonardo. Lo sentía fuerte en sí mismo, concreto, irresistible, como él mismo atestigua, escribiendo: «Dios me ama. ¡Qué alegría! [...] ¡Nunca se olvida de mí, me sigue y me guía siempre!». E invitaba a los hermanos ante todo a dejarse amar por Dios. Dejarse amar por Dios: este fue el secreto de su vida y de su apostolado. No sólo amar, no, dejarse amar. Esa pasividad – subrayo – esa pasividad de la vida consagrada, que crece en el silencio, en la oración, en la caridad y el servicio. Y la invitación es válida también para nosotros: dejémonos amar por Dios para ser testigos creíbles de su amor; dejemos que sea cada vez más su amor el que guíe nuestros afectos, pensamientos y acciones. No las reglas, no las disposiciones.

Una anécdota: cuando un General de la Compañía de Jesús, el Padre Ledochowski, quiso juntar toda la espiritualidad de la Compañía en un libro, para “regular” todo – se regulaba todo, estaba la regla del cocinero, todo regulado, para que la Compañía de Jesús tuviera ante sí el ideal –, envió el primer ejemplar al Abad benedictino y él le respondió: “Querido Padre General, ¡con este documento a asesinado a la Compañía de Jesús!”. Cuando se quiere regular todo, se “enjaula” al Espíritu Santo. Y son tantos – religiosos, consagrados, sacerdotes y obispos – los que han enjaulado al Espíritu Santo. Por favor, dejen libertad, dejen creatividad. Siempre caminen con la guía del Espíritu.

San Leonardo Murialdo era ciertamente un hombre profundamente místico. Precisamente eso, sin embargo, lo hizo también muy atento y sensible a las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo (cf. 2 Cor 5, 14), de las que fue un observador agudo y un profeta valiente. Supo darse cuenta de la existencia, a su alrededor, de malestares nuevos, graves y a menudo ocultos y no dudó en hacerse cargo de ellos. Enseñó en particular a los jóvenes trabajadores a proyectar su futuro, a hacer escuchar su voz y a ayudarse mutuamente. Se hizo portavoz de la palabra profética de la Iglesia en un mundo dominado por intereses económicos y de poder, dando voz a los más marginados. Supo además captar el valor del laicado en la vida y el apostolado del Pueblo de Dios. En la segunda mitad del siglo XIX, un siglo antes del Vaticano II, decía: «El laico, de cualquier clase social, puede ser [...] un apóstol no menos que el sacerdote y, para algunos ambientes, más que el sacerdote» [2]. Para esa época eso suena a protestantismo. ¡Era valiente! ¡Era un hombre de Dios inteligente, abierto! Los invito a cultivar su misma pasión y su misma valentía: juntos, laicos, religiosos y religiosas, por caminos compartidos de oración, discernimiento y trabajo, para ser artesanos de justicia y comunión.

A este respecto, quisiera hacer referencia a un último valor importante de su carisma: la dulzura paterna de la caridad. Que puedan reencontrar la y vivirla entre ustedes, con espíritu de fraternidad y ejercerla con todos. Ser como María nuestra Madre: al mismo tiempo fuertes en el testimonio y dulces en el amor. San Leonardo decía: «La caridad es mirar y decir lo hermoso de cada uno, perdonar de corazón, tener serenidad de rostro, afabilidad, dulzura». Y para hacer esto es necesario saber cargar la cruz. Se necesita oración, se requiere sacrificio. Y además: «Como sin fe no se agrada a Dios, así también sin dulzura no se agrada al prójimo». Son palabras suyas: un sencillo y poderoso programa de vida y apostolado.

Quisiera también dar testimonio de sus estudiantes. Cuando era profesor en San Miguel, ellos estudiaban ahí y tenían un Superior muy práctico y muy bueno. ¡Nosotros decíamos que ese Josefino, el Superior, era el “premio Nobel” de la astucia! ¡Porque era un hombre de Dios, pero un astuto! ¡Se movía bien! Recuerdo bien, un lindo grupo de estudiantes.

Quisiera concluir recordando precisamente la invitación de Murialdo a la santidad: «Háganse santos – decía –y háganlo pronto... Porque el santo tiene una mirada de largo plazo, hace que la vida sea más humana, como única esperanza y confianza y sabe compartir su experiencia de que Dios es Amor».

Queridos hermanos, queridas hermanas, les agradezco por lo que son y por lo que hacen en la Iglesia, siguiendo las huellas de San Leonardo e inspirados por San José. Los bendigo a todos de corazón. Y, les pido, no se olviden de orar por mí. Gracias.


[1] cf. Carta al Padre General de la Congregación de San José en el 150º aniversario de fundación, 2 de marzo 2022.

[2] San Leonardo Murialdo, Discurso en una conferencia de San Vicente, París, 1865.

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