LA GUERRA ES EL FRACASO DE LA POLÍTICA: PALABRAS DEL PAPA A JÓVENES DEL PROYECTO POLICORO (18/03/2023)

Hace falta una “política mejor” que eduque para la paz. El Papa Francisco destacó el tema de la paz en la formación sociopolítica, al recibir este 18 de marzo en la Sala Clementina a los jóvenes del Proyecto Policoro de la Iglesia italiana. El Proyecto Policoro es un proyecto orgánico de la Iglesia italiana que intenta dar una respuesta concreta al problema del desempleo en Italia. En medio de la actividad política, – dijo el Papa – los más pequeños, los más débiles, los más pobres “deben” enternecernos. Es necesario “invertir en las generaciones venideras, iniciar procesos en lugar de ocupar espacios”. Reproducimos a continuación el texto pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Querido Monseñor Baturi, queridos jóvenes, bienvenidos:

Gracias por los saludos que me dirigieron. Este encuentro me da la ocasión de animar el camino de formación sociopolítica que da continuidad al “Proyecto Policoro” de la Iglesia italiana. Me agrada subrayar que la exigencia de este camino nació desde abajo, desde su necesidad de formarse para un servicio en la sociedad y la política; y también para poder, a su vez, colaborar en la formación de otros jóvenes.

Este año tienen como tema la paz. Es un tema que no puede faltar en la formación sociopolítica y desafortunadamente también es urgente debido a la situación actual. La guerra, es el fracaso de la política. Esto debe subrayarse: la guerra es el fracaso de la política. Se alimenta del veneno que considera al otro como enemigo. La guerra nos hace tocar con la mano lo absurdo de la carrera armamentista y de su uso para la resolución de conflictos. Me decía un técnico que si durante un año no se hicieran armas se podría eliminar el hambre en el mundo. Por tanto, se necesita una “mejor política” (cf. Enc. Fratelli tutti, cap. 5), que presupone precisamente lo que están haciendo ustedes, es decir educarse para la paz. Eso es responsabilidad de todos. Hacer la guerra pero otra guerra, una guerra interior, una guerra sobre sí mismos para trabajar por la paz.

Hoy la política no goza de óptima fama, sobre todo entre los jóvenes, porque ven los escándalos, tantas cosas que todos conocemos. Las causas son múltiples, pero ¿cómo no pensar en la corrupción, la ineficacia, la distancia de la vida de la gente? Precisamente por eso hay aún más necesidad de buena política. Y la diferencia la hacen las personas. Lo vemos en las administraciones locales: una cosa es un alcalde o un asesor disponible, y otra es el que es inaccesible; una cosa es la política que escucha la realidad, que escucha a los pobres, y otra la que está encerrada en los palacios, la política “destilada”.

Me viene a la mente el episodio bíblico del rey Acab y de la viña de Nabot. El rey quiere apropiarse de la viña de Nabot, para ensanchar su jardín; pero Nabot no quiere y no puede venderla, porque esa viña es la herencia de sus padres. El rey se enoja y “frunce la boca”, como un niño consentido. Entonces su mujer, la reina Jezabel – ¡que es un diablillo! – Resuelve el problema haciendo eliminar a Nabot con una falsa acusación. Así Nabot es asesinado y el rey toma su viña. Acab representa la peor política, la de avanzar y abrirse paso quitando del camino a los demás, la que persigue no el bien común sino intereses particulares y usa cualquier medio para satisfacerlos. Acab no es padre, es patrón, y su gobierno es el dominio. San Ambrosio escribió un librito sobre esta historia bíblica, titulado La viña de Nabot. En un cierto punto, dirigiéndose a los poderosos, Ambrosio escribe: «¿Por qué expulsan a los que son copartícipes de los bienes de la naturaleza y reivindican para ustedes solos la posesión de los bienes naturales? La tierra fue creada en comunión para todos, para ricos y pobres. [...] la naturaleza no sabe qué son los ricos, ella que engendra a todos igualmente pobres. Cuando nacemos no tenemos vestidos, no venimos al mundo cargados de oro y plata. Esta tierra nos pone en el mundo desnudos, necesitados de alimento, de vestidos y bebidas. La naturaleza [...] nos crea a todos iguales y a todos igualmente nos encierra en el vientre de un sepulcro» (1, 2). Esta pequeña pero preciosa obra de San Ambrosio será útil para su formación. La política que ejerce el poder como dominio y no como servicio no es capaz de cuidar, pisotea a los pobres, explota la tierra y enfrenta los conflictos con la guerra, no sabe dialogar.

Como ejemplo bíblico positivo podemos tomar la figura de José hijo de Jacob. Recuerden que él es vendido como esclavo por sus hermanos, que le tenían envidia y es llevado a Egipto. Ahí, después de algunas peripecias, es liberado, entra al servicio del Faraón y se convierte en una especie de Virrey. José no se comporta como amo, sino como padre: cuida el país; cuando llega la hambruna organiza las reservas de trigo para el bien común, tanto que el Faraón dice al pueblo: «Hagan lo que [José] les diga» (Gen 41, 55) – La misma frase que María dirá a los sirvientes en las bodas de Caná refiriéndose a Jesús –. José, que sufrió la injusticia personalmente, no busca el propio interés sino el del pueblo, paga en persona por el bien común, se hace artesano de paz, teje relaciones capaces de innovar la sociedad. Escribía Don Lorenzo Milani: «El problema de los demás es igual al mío. Salir de ellos todos juntos es la política. Salir de ellos solos es la avaricia». [1] Es así, es sencillo.

Estos dos ejemplos bíblicos, uno negativo, el otro positivo, nos ayudan a entender qué espiritualidad puede alimentar la política. Tomo de ellos solo dos aspectos: la ternura y la fecundidad. La ternura «es el amor que se hace cercano y concreto. […] Es el camino que han recorrido los hombres y mujeres más valientes y fuertes. En medio de la actividad política, los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de robarnos el alma y el corazón» (Enc. Fratelli tutti, 194). La fecundidad está hecha del compartir, de una mirada a largo plazo, de diálogos, de confianza, de comprensión, de escucha, de tiempo transcurrido, de respuestas rápidas y no pospuestas. Significa mirar el porvenir e invertir en las generaciones futuras; iniciar procesos más que ocupar espacios. Esa es la regla de oro: ¿tu actividad es para ocupar un espacio para ti? No sirve. ¿Para tu grupo? No sirve. Ocupar espacios no sirve, iniciar procesos sí. El tiempo es superior al espacio.

Queridos amigos, quisiera concluir proponiéndoles las preguntas que todo buen político debería hacerse: «¿Cuánto amor he puesto en mi trabajo? ¿En qué he hecho progresar al pueblo? ¿Qué huella he dejado en la vida de la sociedad? ¿Qué vínculos reales he construido? ¿Qué fuerzas positivas he liberado? ¿Cuánta paz social es sembrado? ¿Que he producido en el lugar que me fue encomendado?» (ibid., 197). Que su preocupación no sea el consenso electoral ni el éxito personal, sino involucrar a las personas, generar la actitud emprendedora, hacer florecer sueños, hacer sentir la belleza de pertenecer a una comunidad. La participación es el bálsamo para las heridas de la democracia. Los invito a hacer su contribución, a participar e invitar a sus contemporáneos a hacerlo, siempre con el fin y el estilo del servicio. El político es un servidor; cuando el político no es un servidor es un mal político, no es un político.

Gracias por su compromiso. Sigan adelante y que la Virgen los acompañe. De corazón los bendigo, y les pido por favor orar por mí. Gracias.


[1] Carta a una profesora, Florencia 1994, 14.

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