ÁNGELUS DEL PAPA: REDESCUBRAMOS LA SED DE DIOS Y DÉMONOS CUENTA DE LA SED DE LOS DEMÁS (12/03/2023)

En el “dame de beber” de Jesús a la samaritana, está su sed “de nuestro amor” pero también el hecho de compartir nuestra sed, el prometernos “el agua viva” del Evangelio para llegar a la vida eterna, pero también para “hacer que nos convirtamos en fuente de descanso para los demás”. ¿Somos capaces de entender su sed? ¿En verdad tengo “sed de Dios, me doy cuenta de que necesito su amor como necesito el agua para vivir?”. Así lo preguntó el Papa Francisco antes de la oración del Ángelus de este 12 de marzo, tercer domingo de Cuaresma, comentando el encuentro “hermoso y fascinante” de Jesús con una mujer en Samaria, descrito en el Evangelio de Juan. Compartimos a continuación el texto de su reflexión, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días, ¡feliz domingo!

Este domingo el Evangelio nos presenta uno de los encuentros más hermosos y fascinantes de Jesús, con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). Jesús y los discípulos hacen una parada junto a un pozo en Samaria. Llega una mujer y Jesús le dice: «Dame de beber» (v. 7). Quisiera detenerme precisamente en esta expresión: Dame de beber.

La escena nos muestra a Jesús sediento y cansado, que se encuentra en el pozo con la samaritana en la hora más calurosa, a mediodía, y como un mendigo pide algo fresco. Es una imagen del abajamiento de Dios: Dios se abaja en Jesucristo por la redención, viene a nosotros. En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, se abajó; sediento como nosotros, sufre nuestro propio calor. Contemplando esta escena, cada uno de nosotros puede decir: el Señor, el Maestro, «me pide de beber. Tiene, por lo tanto, sed como yo. Tiene mi sed. ¡Estas cerca de mí realmente, Señor! Estas vinculado a mi pobreza – ¡no puedo creerlo! – me has tomado desde abajo, desde lo más bajo de mí mismo, donde nadie puede alcanzarme» (P. Mazzolari, La Samaritana, Bolonia 2022, 55-56). Y tú viniste a mí, desde abajo, y me tomaste desde allí, porque tenías, y tienes, sed de mí. La sed de Jesús, de hecho, no es solo física, expresa las sequedades más profundas de nuestra vida: es sobre todo sed de nuestro amor. Es más que un mendigo, es un sediento de nuestro amor. Y emergerá en el momento culminante de la pasión, en la cruz; allí, antes de morir, Jesús dirá: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Aquella sed de amor que lo llevó a descender, a abajarse, a ser uno de nosotros.

Pero el Señor, que pide de beber, es Aquel que da de beber: al encontrarse con la samaritana le habla del agua viva del Espíritu Santo y desde la cruz derrama desde su costado atravesado sangre y agua (cf. Jn 19, 34). Jesús, sediento de amor, sacia nuestra sed con amor. Y hace con nosotros como con la samaritana: nos sale al encuentro en lo cotidiano, comparte nuestra sed, nos promete el agua viva que hace brotar en nosotros la vida eterna (cf. Jn 4, 14).

Dame de beber. Hay un segundo aspecto. Estas palabras no son solo la petición de Jesús a la samaritana, sino un llamado – a veces silencioso – que cada día se eleva hacia nosotros y nos pide que nos hagamos cargo de la sed de los demás. Dame de beber nos dicen quienes – en la familia, en el lugar de trabajo, en los otros lugares que frecuentamos – tienen sed de cercanía, de atención, de escucha; nos lo dice quien tiene sed de la Palabra de Dios y necesita encontrar en la Iglesia un oasis donde beber. Dame de beber es el llamado de nuestra sociedad, donde la prisa, la carrera por el consumo y, sobre todo, la indiferencia, esta cultura de la indiferencia, generan aridez y vacío interior. Y – no lo olvidemos – dame de beber es el grito de tantos hermanos y hermanas a los que les falta el agua para vivir, mientras se sigue contaminando y estropeando nuestra casa común; y también esta, agotada y reseca, “tiene sed”.

Frente a estos desafíos, el Evangelio de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros el agua viva que puede hacer que nos convirtamos en fuente de refrigerio para los demás. Y entonces, como la samaritana, que dejó su ánfora en el pozo y fue a llamar a la gente del pueblo (cf. v. 28), también nosotros no pensaremos sólo en saciar nuestra sed, nuestra sed material, intelectual o cultural, sino que, con la alegría de haber encontrado al Señor, podremos saciar la sed de los demás: dar sentido a la vida de los demás, no como amos, sino como servidores de esta Palabra de Dios que nos da sed, que nos da sed continuamente; podremos entender su sed y compartir el amor que Él nos dio a nosotros. Se me ocurre hacer esta pregunta, a mí y a ustedes: ¿somos capaces de entender la sed de los demás? ¿La sed de la gente, la sed de tantos de mi familia, de mi barrio? Hoy podemos preguntarnos: ¿Yo tengo sed de Dios, me doy cuenta de que necesito su amor como el agua para vivir? Y después, yo que estoy sediento, ¿me preocupo de la sed de los demás, la sed espiritual, la sed material?

Que la Virgen interceda por nosotros y nos sostenga en el camino.

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