LA DIGNIDAD HUMANA NO SE MIDE CON UN ALGORITMO: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN LOS “MINERVA DIALOGUES” (27/03/2023)

Al dirigirse por la mañana de este 27 de marzo en la Sala del Consistorio a un grupo de expertos del mundo de la tecnología, funcionarios de la Curia, teólogos y moralistas que se reúnen anualmente para los Minerva Dialogues, el Papa Francisco les recomendó que el progreso técnico sea el resultado de elecciones éticas y responsables. El valor de una persona no puede depender de una serie de datos a menudo recogidos subrepticiamente, dijo, porque pueden estar “contaminados por prejuicios e ideas preconcebidas”. Compartimos a continuación el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos amigos:

Bienvenidos todos ustedes, que están reunidos en Roma para su encuentro anual. Éste convoca a expertos del mundo de la tecnología – científicos, ingenieros, directivos de empresas, juristas y filósofos – junto con representantes de la Iglesia – oficiales de la Curia, teólogos y moralistas –, con el objetivo de favorecer una mayor conciencia y considerar el impacto social y cultural de las tecnologías digitales, en particular de la inteligencia artificial. Aprecio mucho este camino de diálogo que, en los últimos años, ha permitido compartir contribuciones e intuiciones y atesorar la sabiduría de los demás. Su presencia testifica el esfuerzo por garantizar un enfoque serio e incluyente a nivel global sobre el empleo responsable de estas tecnologías, un enfoque abierto a los valores religiosos. Estoy convencido de que el diálogo entre los creyentes y los no creyentes sobre cuestiones fundamentales de la ética, la ciencia y el arte, y sobre la investigación del significado de la vida, es un camino para la construcción de la paz y el desarrollo humano integral.

La tecnología es de gran ayuda para la humanidad. Pensemos en los innumerables progresos en los campos de la medicina, la ingeniería y las comunicaciones (cf. Enc. Laudato si’, 102). Y mientras reconocemos los beneficios de la ciencia y la técnica, vemos en ellos una prueba de la creatividad del ser humano y también de la nobleza de su vocación a participar responsablemente en la acción creadora de Dios (cf. ibid., 131).

En esta perspectiva, considero que el desarrollo de la inteligencia artificial y del aprendizaje automático tiene el potencial para dar una contribución benéfica al futuro de la humanidad, no podemos descartarlo. Estoy seguro, sin embargo, de que este potencial se realizará solo si existe una voluntad coherente por parte de aquellos que desarrollan las tecnologías para actuar de manera ética y responsable. Consuela en tal sentido el compromiso de muchos que trabajan en estos campos para garantizar que la tecnología esté centrada en el hombre, fundamentada en bases éticas en la planeación y encaminada al bien. Me alegra que haya surgido un consenso para que los procesos de desarrollo respeten valores como la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la confidencialidad y la confiabilidad. Acojo con placer también los esfuerzos de las organizaciones internacionales para reglamentar estas tecnologías, para que promuevan un progreso auténtico, es decir que contribuyan a dejar un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior (cf. ibid., 194).

No será fácil llegar a un acuerdo en estas áreas. De hecho, «el inmenso crecimiento tecnológico no ha sido acompañado por un desarrollo del ser humano en cuanto se refiere a la responsabilidad, los valores y la conciencia» (ibid., 105). Además, el mundo actual está caracterizado por una gran pluralidad de sistemas políticos, culturas, tradiciones, concepciones filosóficas y éticas y creencias religiosas. Las discusiones están cada vez más polarizadas y, en ausencia de confianza y una visión compartida de lo que hace digna a la vida, los debates públicos corren el riesgo de ser polémicos y sin conclusiones.

Solo un diálogo incluyente, en el que las personas busquen juntas la verdad, puede hacer surgir un verdadero consenso; y ello puede ocurrir si se comparte la convicción de que «en la realidad misma del ser humano y de la sociedad […] hay una serie de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su supervivencia» (Enc. Fratelli tutti, 212). El valor fundamental que debemos reconocer y promover es el de la dignidad de la persona humana (cf. ibid., 213). Los invito, por tanto, en sus deliberaciones, a hacer de la dignidad intrínseca de todo hombre y toda mujer el criterio clave en la valoración de las tecnologías emergentes, las cuales revelan su positividad ética en la medida en que ayudan a manifestar tal dignidad y a incrementar su expresión, a todos los niveles de la vida humana.

Me preocupa el hecho de que los datos hasta ahora obtenidos parecen sugerir que las tecnologías digitales han servido para aumentar las desigualdades en el mundo. No solo las diferencias de riqueza material, que son importantes, sino también las de acceso a la influencia política y social. Nos preguntamos: ¿nuestras instituciones nacionales e internacionales son capaces de hacer responsables a las empresas tecnológicas por el impacto social y cultural de sus productos? ¿Existe el riesgo de que el aumento de la desigualdad pueda comprometer nuestro sentido de solidaridad humana y social? En realidad, nuestra meta es que el crecimiento de la innovación científica y tecnológica esté acompañado por una mayor igualdad e inclusión social (cf. Video mensaje a la conferencia TED en Vancouver, 26 de abril 2017).

Este problema de la desigualdad puede agravarse por una falsa concepción de la meritocracia que disminuye la noción de dignidad humana. El reconocimiento y la recompensa del mérito y el esfuerzo humano tienen un fundamento, pero existe el riesgo de concebir a la ventaja económica de pocos como ganada o merecida, mientras que la pobreza de muchos es vista, en un cierto sentido, como culpa suya. Este enfoque subestima las desigualdades de inicio entre las personas en términos de riqueza, oportunidades educativas y relaciones sociales y trata al privilegio y a la ventaja como conquistas personales. Como consecuencia – en términos esquemáticos – si la pobreza es culpa de los pobres, los ricos son exonerados de hacer algo (cf. Discurso al mundo del trabajo, Génova, 27 de mayo 2017).

El concepto de dignidad humana – este es el centro – nos impone reconocer y respetar el hecho de que el valor fundamental de una persona no puede ser medido por un conjunto de datos. En los procesos de decisión sociales y económicos, debemos ser cautos en confiar los juicios a algoritmos que trabajan sobre datos obtenidos, a menudo de forma subrepticia, sobre los individuos y sus características y sus comportamientos pasados. Tales datos pueden estar contaminados por prejuicios y preconceptos sociales. Especialmente porque el comportamiento pasado de un individuo no debería ser utilizado para negarle las oportunidades de cambiar, de crecer y contribuir en la sociedad. No podemos permitir que los algoritmos limiten o condicionen el respeto a la dignidad humana, ni que excluyan la compasión, la misericordia, el perdón y, sobre todo, la apertura a la esperanza de un cambio de la persona.

Queridos amigos, concluyó reiterando la convicción de que solo formas de diálogo verdaderamente incluyentes pueden permitir el discernimiento con sabiduría de cómo poner la inteligencia artificial y las tecnologías digitales al servicio de la familia humana. La historia bíblica de la Torre de Babel (cf. Gen 11) Ha sido utilizada a menudo para advertir sobre las ambiciones excesivas de la ciencia y la tecnología. En realidad, la Escritura nos advierte sobre el orgullo de querer “tocar el cielo” (v. 4), es decir aferrar y apropiarse del horizonte de valores que identifique y garantiza nuestra dignidad humana. Y siempre, cuando esto existe se termina en una gran injusticia en la misma sociedad. En el mito de la Torre de Babel, hacer un ladrillo es difícil: hacer la arcilla, la paja, amasar, después cocer... Cuando se caía un ladrillo era una gran pérdida, se lamentaban mucho: “Perdimos un ladrillo”. Si se caía un trabajador, nadie decía nada. Esto nos debe hacer pensar: ¿qué es más importante? ¿El ladrillo o el hombre o la mujer que trabajan? Esta es una distinción que nos debe hacer pensar. Y después de la Torre de Babel, la consecuente creación de lenguas distintas se convierte, como toda intervención de Dios, en una nueva posibilidad. Ésta nos invita a considerar la diferencia y la diversidad como una riqueza, porque la uniformidad no deja crecer, la uniformidad impuesta. Solamente una cierta uniformidad disciplinaria es correcta – puede darse – pero la impuesta no está bien. La falta de diversidad es falta de riqueza, porque la diversidad nos impone el tener que aprender juntos unos de otros y redescubrir con humildad el sentido auténtico y las implicaciones de nuestra dignidad humana. No olvidemos que las diferencias estimulan la creatividad, «crean tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad» (Enc. Fratelli tutti, 203), cuando las tensiones se resuelven en un plano superior, que no aniquila a los polos en tensión sino que los hace madurar.

Deseo toda clase de bienes para sus diálogos y les agradezco por su compromiso de escuchar y crecer en la comprensión de la contribución de cada uno. Los bendigo y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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