FRENTE A LOS FOCOS DE ODIO Y VENGANZA, MULTIPLICAR LOS DE MISERICORDIA: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO (23/03/2023)

En el Aula Pablo VI, el Papa Francisco se encontró con los participantes en el Curso del Fuero Interno promovido estos días por la Penitenciaría Apostólica. Insistió en la necesidad de que, también en vista del Jubileo 2025, los confesionarios estén siempre atendidos por sacerdotes dispuestos a acoger al penitente con corazón magnánimo. Además insistió: nunca dialoguen con el diablo, los sacerdotes no deben actuar como psiquiatras al administrar el Sacramento de la Reconciliación. Compartimos a continuación, el texto pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos, buenos días, bienvenidos:

Gracias por haber venido en ocasión del Curso anual sobre el fuero interno, organizado por la Penitenciaría Apostólica, que ha llegado ya a la XXIII edición. Agradezco al Card. Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, le agradezco por sus corteses palabras y por lo que hace; lo mismo digo al Regente Mons. Nykiel, que trabaja tanto, a los prelados, a los oficiales y al personal de la Penitenciaría – ¡gracias a todos! –, a los Colegios de penitenciarios de las Basílicas Papales y a todos ustedes que participan en el Curso.

Desde ya más de tres décadas la Penitenciaría Apostólica ofrece este importante y valioso momento de formación, para contribuir a la preparación de buenos confesores, plenamente conscientes de la importancia del Ministerio al servicio de los penitentes. Renuevo a la Penitenciaría mi gratitud y mi apoyo para continuar en este esfuerzo formativo, que hace tanto bien a la Iglesia porque ayuda a hacer circular en sus venas la savia de la misericordia. Es bueno subrayarlo. El Cardenal lo repitió mucho: la savia de la misericordia. Si alguno no siente que es un dador de misericordia que se recibe de Jesús, no vaya al confesionario. En una de las Basílicas papales, por ejemplo, dije al Cardenal: “Hay uno que escucha y reclama, reclama y después te da una penitencia que no se puede hacer...”. Por favor, eso no está bien: no. Misericordia: tú estás ahí para perdonar y para dar una palabra para que la persona pueda seguir adelante renovada por el perdón. Tú estás ahí para perdonar: eso métetelo en el corazón.

La Exhortación apostólica Evangelii gaudium dice que la Iglesia en salida «vive un deseo inagotable de ofrecer misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza expansiva» (n. 24). Existe entonces un vínculo inquebrantable entre la vocación misionera de la Iglesia y el ofrecimiento de misericordia a todos los hombres. Viviendo de misericordia y ofreciéndola a todos, la Iglesia se realiza a sí misma y cumple su propia acción apostólica y misionera. Podríamos casi afirmar que la misericordia está incluida en los “rasgos” característicos de la Iglesia, en particular hace resplandecer la santidad y la apostolicidad.

Desde siempre la Iglesia, con estilos diferentes en las diversas épocas, ha expresado esta su “identidad de misericordia”, dirigida ya sea al cuerpo como al alma, deseando, con su señor, la salvación integral de la persona. Y la obra de la misericordia divina viene así a coincidir con la misma acción misionera de la Iglesia, con la evangelización, porque en ella se transparenta el rostro de Dios así como Jesús nos lo mostró.

Por esta razón no es posible, especialmente en este tiempo de Cuaresma, dejar que disminuya la atención al ejercicio de la caridad pastoral, que se expresa de manera concreta y eminente precisamente en la plena disponibilidad de los sacerdotes, sin ninguna reserva, al ejercicio del ministerio de la reconciliación.

La disponibilidad del confesor se manifiesta en algunas actitudes evangélicas. Ante todo en acoger a todos sin prejuicios, porque solo Dios sabe qué puede obrar la gracia en los corazones, en cualquier momento; después en escuchar a los hermanos con el oído del corazón, herido como el corazón de Cristo; en absolver a los penitentes, dispensando con generosidad el perdón de Dios; en acompañar el camino penitencial, sin actitudes forzadas, manteniendo el paso de los fieles, con paciencia y oración constantes.

Pensemos en Jesús, que ante la mujer adúltera escoge permanecer en silencio, para salvarla de la condena a muerte (cf. Jn 8, 6); que así también el sacerdote en el confesionario ame el silencio, sea magnánimo de corazón, sabiendo que todo penitente le recuerda su propia condición personal: ser pecador y ministro de misericordia. Esa es su verdad; si alguno no se siente pecador, por favor, que no vaya al confesionario: pecador y ministro de misericordia van juntos. Esta conciencia hará que los confesionarios no queden abandonados y que los sacerdotes no falten en disponibilidad. La misión evangelizadora de la Iglesia pasa en buena parte por el redescubrimiento del don de la Confesión, también en vista del ya próximo Jubileo del 2025.

Pienso en los planes pastorales de las Iglesias particulares, en los cuales nunca debería faltar un justo espacio para el servicio de la Reconciliación sacramental. En particular, pienso en él penitenciario en cada Catedral, en los penitenciarios de los santuarios; pienso sobre todo en la presencia regular de un confesor, con horario amplio, en cada zona pastoral, así como en las iglesias servidas por comunidades de religiosos, que haya siempre un penitenciario de turno. Siempre, ¡nunca confesionarios vacíos! “Pero –podrían decir – la gente no viene!”: lee algo, haz oración; pero espera, llegará.

Si la misericordia es la misión de la Iglesia, y es la misión de la Iglesia, debemos facilitar lo más posible el acceso de los fieles a este “encuentro de amor”, cuidándolo desde la primera Confesión de los niños y extendiendo tal atención a los lugares de cuidados y sufrimiento. ¡Cuando no se puede hacer mucho para sanar el cuerpo, siempre mucho se puede y se debe hacer para la salud del alma! En tal sentido, la Confesión individual representa el camino privilegiado a recorrer, porque favorece el encuentro personal con la Divina Misericordia, que todo corazón arrepentido espera. Todo corazón arrepentido espera la misericordia. En la Confesión individual, Dios quiere acariciar personalmente, con su misericordia, a cada pecador en lo individual: el Pastor, solo Él, conoce y ama a las ovejas una a una, especialmente a las más débiles y heridas. Y que las celebraciones comunitarias sean valoradas en algunas ocasiones, sin renunciar a las Confesiones individuales como forma ordinaria de la celebración del Sacramento.

En el mundo, lo vemos desafortunadamente cada día, no faltan los focos de odio y venganza. Nosotros los confesores debemos multiplicar entonces los “focos de misericordia”. No olvidemos que estamos en una lucha sobrenatural, una lucha que aparece particularmente virulenta en nuestro tiempo, incluso si conocemos ya el resultado final de la victoria de Cristo sobre los poderes del mal. La lucha, sin embargo, existe aún y la victoria se realiza realmente cada vez que un penitente es absuelto. Nada aleja y vence más al mal que la divina misericordia. Y sobre eso quiero decirles una cosa: Jesús nos ha enseñado que nunca se dialoga con el diablo, ¡nunca! En la tentación en el desierto Él respondió con la Palabra de Dios, pero no entró en diálogo. En el confesionario tengan cuidado: nunca dialoguen con el “mal”, nunca; se ofrece lo que es justo para el perdón y se abre alguna puerta para ayudar y seguir adelante, pero nunca se hagan el psiquiatra o el psicoanalista; por favor, ¡que no se entre en estas cosas! Si alguno de ustedes tiene esta vocación, que la ejerza en otra parte, pero no en el Tribunal de la penitencia. Ese es un diálogo que no es conveniente hacer en el momento de la misericordia. Ahí tú solamente debes pensar en perdonar y en cómo “arreglártelas” para hacer entrar en el perdón: “¿Estás arrepentido? – “No” – “¿Pero esto no te causa pesar?” – “No” – “Pero ¿al menos tendrías el deseo de estar arrepentido?” – “Quizá”. Hay una puerta, siempre debe buscarse la puerta para entrar con el perdón. Y cuando no se puede entrar por la puerta, se entra por la ventana: pero siempre es necesario buscar entrar con el perdón. Con un perdón magnánimo; “que sea la última vez, la próxima no te perdono”: no, eso no está bien. Hoy me toca a mí, a las 3 viene mi confesor. Y otra cosa: pensar que Dios perdona en abundancia. Dije esto el año pasado, pero quiero repetirlo: hubo un espectáculo hace algunos años sobre el hijo pródigo, ambientado en la cultura actual, donde el joven cuenta sus aventuras y cómo se alejó de casa. Y al final habla con un amigo, a quien le dice que siente nostalgia del papá y quiere volver a casa. Y el amigo le aconseja escribir a su papá, preguntándole si quiere recibirlo de nuevo y pidiendo, en caso afirmativo, de poner un pañuelo blanco en una ventana de la casa: será la señal de que será recibido. El espectáculo continúa y, cuando el joven se acerca a la casa, la ve llena de pañuelos blancos. El mensaje es este: la abundancia. Dios no dice: “Solamente esto...”; dice: “¡Todo!”. ¿Dios es ingenuo? No sé si es ingenuo, pero es abundante: perdona siempre más, ¡siempre! He conocido a grandes confesores y siempre el buen confesor sabe llegar ahí.

Queridos hermanos, sé que mañana, al término del Curso, tendrán una celebración penitencial. Eso es bueno y significativo: acoger y celebrar en primera persona el don que estamos llamados a llevar a los hermanos y hermanas; experimentar la ternura del amor misericordioso de Dios. Él nunca se cansa de demostrarnos su corazón misericordioso. Él nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él nunca se cansa.

Los acompaño con la oración y agradezco a la Penitenciaría por el trabajo que infatigablemente realiza en favor del Sacramento del Perdón. Y los invito a redescubrir, profundizar teológicamente y difundir pastoralmente – también en vista del Jubileo – esa ampliación natural de la misericordia que son las indulgencias, según la voluntad del Padre celestial de tenernos siempre y sólo consigo, ya sea en esta vida o en la vida eterna.

Gracias por su cotidiano compromiso y por los ríos de misericordia que, como humildes canales, derraman y derramarán en el mundo, para apagar los incendios del mal y encender el fuego del Espíritu Santo. Los bendigo a todos de corazón. Y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

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