CATEQUESIS DEL PAPA: EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS CAMBIA LA VIDA (29/03/2023)

Fue la figura del Apóstol Pablo sobre la que el Papa Francisco reflexionó en la catequesis de este 29 de marzo dedicada al celo apostólico, y sobre la que reflexionará también el próximo miércoles, tal como él mismo anunció. Saulo – que era el primer nombre de Pablo – es una de las figuras que dio “testimonio ejemplar de qué quiere decir la pasión por el Evangelio”. “¿Qué ha sucedido, que pasó de la destrucción a la construcción?” invitó a preguntarse el Santo Padre, para explicar seguidamente que, en el caso de Pablo, lo que le cambió “no fue una simple idea o una convicción”, sino el “encuentro con el Señor Resucitado”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Los testigos: San Pablo 1

¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!

En el camino de catequesis sobre el celo apostólico, comenzamos hoy a mirar a algunas figuras que, en formas y tiempos diferentes, han dado testimonio ejemplar de qué quiere decir pasión por el Evangelio. Y el primer testigo es naturalmente, el Apóstol Pablo. A él quisiera dedicar dos catequesis.

La historia de Pablo de Tarso es emblemática sobre este argumento. En el primer capítulo de la Carta los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos detectar que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y toma el lugar de su precedente celo por el judaísmo. Era un hombre celoso por la ley de Moisés, por el judaísmo y después de la conversión este celo continúa, pero para proclamar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un enamorado de Jesús.  Saulo — el primer nombre de Pablo — ya era celoso, pero Cristo convierte su celo: de la Ley al Evangelio. Su impulso primero quería destruir la Iglesia, después, en cambio, la construye. Nos podemos preguntar: ¿qué ha sucedido, que sucede de la destrucción a la construcción? ¿Qué cambió en Pablo? ¿En qué sentido su celo, su impulso por la gloria de Dios fue transformado?

Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala [1]. En el caso de Pablo, lo que le ha cambiado no es una simple idea o una convicción: ha sido el encuentro con el Señor resucitado — no olviden esto, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor—, para Saulo fue el encuentro con el Señor resucitado lo que transformó todo su ser. La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida” por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo. Y así para cada aspecto de su vida. Precisamente como sucede en la Eucaristía: el pan y el vino no desaparecen, sino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El celo de Pablo permanece, pero se convierte en celo de Cristo. Cambia el sentido, pero el celo es el mismo. Al Señor se le sirve con nuestra humanidad, con nuestras prerrogativas y nuestras características, pero lo que cambia todo no es una idea, sino la vida auténtica, como dice el mismo Pablo: «Si uno está en Cristo, es una nueva creatura: lo viejo ha pasado; he aquí, han nacido de nuevo» (2 Cor 5,17). El encuentro con Jesús te cambia desde dentro, te hace otra persona. Si uno está en Cristo es una nueva creatura, este es el sentido de ser una nueva creatura. Convertirse en cristiano no es un maquillaje que te cambia la cara, ¡no! Si tú eres cristiano te cambia el corazón, pero si tú eres cristiano de apariencia, eso no está bien… cristianos de maquillaje no funcionan. El verdadero cambio es del corazón. Y esto le sucedió a Pablo.

La pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que también son sirven, pero no la generan; significa más bien recorrer esa misma experiencia de “caída y resurrección” que Saulo/Pablo vivió y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico. Tú puedes estudiar toda la teología que quieras, tú puedes estudiar la Biblia y todo eso y convertirte en ateo o mundano, no es una cuestión de estudios; ¡en la historia ha habido muchos teólogos ateos! Estudiar sirve, pero no genera la nueva vida de gracia. De hecho, como dice San Ignacio de Loyola: «No el mucho saber sacia y satisface al anima, sino el sentir y gustar de las cosas internamente» [2]. Se trata de las cosas que te cambian por dentro, que te hacen saber otra cosa, gustar otra cosa. Cada uno de nosotros piense en esto: “¿Yo soy religioso?” – “Está bien” – “¿Yo hago oración?” – “Sí” – “¿Yo trato de observar los mandamientos?” – “Sí” – “Pero ¿dónde está Jesús en mi vida?” – “Ah no, yo hago lo que manda la Iglesia”. Pero Jesús ¿dónde está? ¿Has encontrado a Jesús? ¿Has hablado con Jesús? ¿Tomas el Evangelio o hablas con Jesús? ¿Te acuerdas de quién es Jesús? Y esto es algo que nos falta muchas veces. Cuando Jesús entra en tu vida, como entró en la vida de Pablo, Jesús entra, cambia todo. Muchas veces hemos escuchado comentarios sobre la gente: “Mira ese otro, que era un desgraciado y ahora es un hombre bueno, una mujer buena…” ¿Quién lo ha cambiado? Jesús, ha encontrado a Jesús. Tu vida que es cristiana ¿ha cambiado?  “Eh, no, más o menos, sí…”. Si no ha entrado Jesús en tu vida no ha cambiado. Tú puedes ser cristiano por fuera solamente. No, debe entrar Jesús y esto te cambia y esto le sucedió a Pablo. Es necesario encontrar a Jesús y por esto Pablo decía que el amor de Cristo nos impulsa, lo que te lleva adelante. El mismo cambio les sucedió a todos los santos, que cuando encontraron a Jesús fueron adelante.

Podemos hacer una ulterior reflexión sobre el cambio que ocurre en Pablo, el cual de perseguidor se convirtió en apóstol de Cristo. Notemos que en él se lleva a cabo una especie de paradoja: de hecho, mientras él se considera justo delante de Dios, se siente autorizado a perseguir, a arrestar, incluso a matar, como en el caso de Esteban; pero cuando, iluminado por el Señor Resucitado descubre haber sido “un blasfemo y un violento” (cf. 1 Tim 1, 13) —así dice de sí mismo: “yo he sido un blasfemo y un violento”—, entonces empieza a ser realmente capaz de amar. Y este es el camino. Si uno de nosotros dice: “Ah gracias, Señor, porque soy una persona buena, yo hago cosas buenas, no cometo pecados grandes…”: Este no es un buen camino, este es un camino de autosuficiencia, es un camino que no te justifica, te hace un católico elegante, pero un católico elegante no es un católico santo, es elegante. El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, que cambia el corazón. Esta es la pregunta que les hago a todos ustedes hoy: ¿qué significa Jesús para mí? ¿Lo he dejado entrar en el corazón o solamente lo tengo al alcance de la mano pero que no vaya muy dentro? ¿Me he dejado cambiar por Él? O Jesús es solamente una idea, una teología que avanza… Y ese es el celo, cuando uno encuentra a Jesús siente el fuego y como Pablo debe predicar a Jesús, debe hablar de Jesús, debe ayudar a la gente, debe hacer cosas buenas. Cuando uno encuentra la idea de Jesús permanece como un ideólogo del cristianismo y esto no salva, solamente Jesús nos salva, si tú lo has encontrado y le has abierto la puerta de tu corazón. ¡La idea de Jesús no te salva! Que el Señor nos ayude a encontrar a Jesús, a encontrarnos con Jesús, y que este Jesús desde dentro nos cambie la vida y nos ayude a ayudar a los demás. Gracias.


[1] cf. Quaestio “De veritate” 24, 7.

[2] Ejercicios espirituales, Anotaciones, 2, 4.

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