QUE LO VIRTUAL NO SUSTITUYA LO REAL: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA (20/20/2023)

La Iglesia no cesa de alentar el progreso de la ciencia y de la técnica al servicio de la dignidad de la persona y para un desarrollo humano “integral e íntegrador”. Por eso el Papa Francisco, al recibir la mañana de este 20 de febrero en la Sala del Consistorio a los miembros de la Pontificia Academia para la Vida que estos días reflexionan sobre la relación entre la persona, las tecnologías emergentes y el bien común, se refirió a tres desafíos actuales: el cambio de las condiciones de la vida humana en el mundo tecnológico; el impacto de las nuevas tecnologías en la definición misma de “hombre” y de “relación”, con particular referencia a la condición de los más vulnerables y el concepto de “conocimiento” y las consecuencias que de él se derivan. Transcribimos a continuación, las palabras del Santo Padre, traducidas del italiano:

Ilustres señoras y señores, queridos hermanos y hermanas, señor Cardenal, queridos Obispos:

Les doy una cordial bienvenida. Agradezco a Mons. Paglia por las palabras que me ha dirigido y a todos ustedes por el esfuerzo que dedican a la promoción de la vida humana. ¡Gracias! En estos días reflexionarán sobre la relación entre la persona, las tecnologías emergentes y el bien común: es una frontera delicada, en la cual se encuentran progreso, ética y sociedad, y donde la fe, en su perenne actualidad, puede proporcionar una contribución valiosa. En este sentido la iglesia no deja de animar el progreso de la ciencia y la tecnología al servicio de la dignidad de la persona y para un desarrollo humano «integral e integrador» [1]. En la carta que les dirigí en ocasión del 25º año de fundación de la Academia los invitaba a profundizar precisamente en este tema [2]; ahora quisiera detenerme a reflexionar con ustedes sobre tres desafíos que considero importantes al respecto: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo tecnológico; el impacto de las nuevas tecnologías en la definición misma de “hombre” y de “relación”, con particular referencia a la condición de los sujetos más vulnerables; el concepto de “conocimiento” y las consecuencias que de él derivan.

Primer desafío: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo de la técnica. Sabemos que es propio del hombre actuar en el mundo de manera tecnológica, transformando el ambiente y mejorando en él las condiciones de vida. Lo recordó Benedicto XV, afirmando que en la técnica «responde a la vocación misma del trabajo humano» y que «en la técnica, vista como obra del propio genio, el hombre se reconoce a sí mismo y realiza su propia humanidad» [3]. Ésta entonces nos ayuda a comprender cada vez mejor el valor y las potencialidades de la inteligencia humana y, al mismo tiempo, nos habla de la gran responsabilidad que tenemos ante la creación.

En el pasado la conexión entre culturas, actividades sociales y medio ambiente, gracias a interacciones menos densas y en efecto más lentas, resultaba menos impactante. Hoy, en cambio, el rápido desarrollo de los medios técnicos hace más intensa y evidente la interdependencia entre el hombre y la “casa común”, como ya lo reconocía San Pablo VI en la Populorum progressio [4]. Más aún, la fuerza y la aceleración de las intervenciones es tal que produce mutaciones significativas – porque hay una aceleración geométrica, no matemática –, tanto en el medio ambiente como en las condiciones de vida del hombre, con efectos y desarrollos no siempre claros y previsibles. Lo están demostrando varias crisis, desde la pandémica a la energética, desde la climática a la migratoria, cuyas consecuencias repercuten unas en otras, amplificándose mutuamente. Un sano desarrollo tecnológico no puede no tener en cuenta estas complejas interacciones.

Segundo desafío: el impacto de las nuevas tecnologías en la definición de “hombre” y “relación”, sobre todo con respecto a las condiciones de los sujetos vulnerables. Es evidente que la forma tecnológica de la experiencia humana se está convirtiendo cada día en más generalizada: en las distinciones entre “natural” y “artificial”, “biológico” y “tecnológico”, los criterios con los cuales discernir lo propio del humano y de la técnica se vuelven cada vez más difíciles. Por ello es importante una serie de reflexión sobre el valor mismo del hombre. Es necesario, en particular, reiterar con decisión la importancia del concepto de conciencia personal como experiencia relacional, que no puede prescindir ni de la corporalidad ni de la cultura. En otras palabras, en la red de las relaciones, ya sean subjetivas o comunitarias, la tecnología no puede suplantar el contacto humano, lo virtual no puede sustituir lo real y mucho menos las redes sociales al ámbito social. Y estamos en la tentación de hacer prevalecer lo virtual sobre lo real: esta es una tentación terrible.

También al interior de los procesos de investigación científica la relación entre persona y comunidad señala hay implicaciones éticas cada vez más complejas. Por ejemplo en el ámbito de la salud, donde la calidad de la información y de la asistencia al individuo depende en gran parte de la recolección y el estudio de los datos disponibles. Aquí debe afrontarse el problema de conjugar la reserva de los datos de la persona con el compartir la información que le concierne en el interés de todos. Sería egoísta, de hecho, pedir ser atendidos con los mejores recursos y competencias de los que dispone la sociedad sin contribuir a acrecentarlos. Más en general, pienso en la urgencia de que la distribución de los recursos y el acceso a los tratamientos se realicen para ventaja de todos, para que sean reducidas las desigualdades y se garantice el apoyo necesario especialmente a los sujetos más frágiles, como las personas discapacitadas, enfermas y pobres.

Por eso es necesario vigilar la velocidad de las transformaciones, la interacción entre los cambios y la posibilidad de garantizarles un equilibrio inclusivo. No quiere decir que tal equilibrio sea igual en las distintas culturas, como a veces parece presumir la perspectiva tecnológica cuando se impone como lenguaje y cultura universal y homogénea – eso es un error –; el esfuerzo en cambio debe dirigirse a «actuar de manera que cada uno crezca con el estilo que le es peculiar, desarrollando las propias capacidades para innovar a partir de los valores de la propia cultura» [5].

Tercer desafío: la definición del concepto de conocimiento y las consecuencias que de él derivan. El conjunto de los elementos hasta aquí considerados nos lleva a interrogarnos sobre nuestros modos de conocer, conscientes del hecho de que ya el tipo de conocimiento que ponemos en acción tiene en sí mismo implicaciones morales. Es por ejemplo reductivo buscar la explicación de los fenómenos solo en las características de los elementos particulares que lo componen. Se requieren modelos más articulados, que consideren la interacción de relaciones de las cuales los eventos particulares están entretejidos. Es paradójico, por ejemplo, refiriéndose a tecnologías de potenciamiento de las funciones biológicas de un sujeto, hablar de hombre «aumentado» si se olvida que el cuerpo humano se refiere al bien integral de la persona y que por tanto no puede ser identificado con sólo el organismo biológico. Un enfoque equivocado en este campo termina en realidad no con “aumentar” sino con “comprimir” al hombre.

En la Evangelii gaudium y sobre todo en la Laudato si’ puse en relieve la importancia de un conocimiento a medida del hombre, orgánico, por ejemplo subrayando que «el todo es superior a las partes» y que «todo en el mundo está íntimamente conectado» [6]. Creo que tales aspectos pueden favorecer una renovada forma de pensar también en el ámbito teológico [7]; es bueno en efecto que la teología continúe en la superación de enfoques eminentemente apologéticos, para contribuir a la definición de un nuevo humanismo y favorecer la escucha recíproca y la mutua comprensión entre ciencia, tecnología y sociedad. La falta de un diálogo constructivo entre estas realidades, de hecho, empobrece la confianza recíproca que está en la base de toda convivencia humana y de toda forma de «amistad social» [8]. Quisiera también mencionar la importancia de la contribución que ofrece al respecto el diálogo entre las grandes tradiciones religiosas. Ellas disponen de una sabiduría secular, que puede ser de ayuda en estos procesos. Han demostrado saber captar el valor, por ejemplo al promover, también en tiempos recientes, encuentros interreligiosos sobre temas del «fin de la vida» [9] y de la inteligencia artificial [10].

Queridos hermanos y hermanas, ante desafíos actuales tan articulados la tarea que tienen por delante es enorme. Se trata de volver a empezar desde las experiencias que todos compartimos como seres humanos y estudiarlas, asumiendo las perspectivas de la complejidad, del diálogo transdisciplinario y de la colaboración entre sujetos distintos. Pero nunca hay que desanimarse: sabemos que el Señor no nos abandona y que todo lo que realizamos tiene su raíz en la confianza que volvemos a poner en Él, «amante de la vida» (Sab 11, 26). Se han comprometido en estos años para que el crecimiento científico y tecnológico se concilie cada vez más con un paralelo «desarrollo del ser humano en cuanto se refiere a la responsabilidad, los valores y la conciencia» [11]: los invito a continuar en este camino, mientras que los bendigo y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.


[1] Carta. enc. , n. 141.

[2] cf. Humana communitas, 6 enero 2019, nn. 12-13.

[3] Benedicto XVI, Carta. enc. Caritas in veritate, n. 69.

[4] cf. n. 65.

[5] Carta. enc. Fratelli tutti, n. 51.

[6] Exhort. ap. Evangelii gaudium, nn. 234-237; Carta. enc.  Laudato si’, n. 16.

[7] cf. Const. apost. Veritatis gaudium, nn. 4-5.

[8] cf. Carta. enc. Fratelli tutti, n. 168.

[9] cf. Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre las problemáticas del fin de la vida, 28 octubre 2019.

[10] cf. Firma de la Rome Call for AI Ethics, 10 enero 2023.

[11] Carta. enc. , n. 105 .

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