HAGAN CORO Y USEN LA INTELIGENCIA DE LAS MANOS: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS DE ROMA (25/02/2023)

Después de una intensa mañana de encuentros, el Papa Francisco recibió por último, este 25 de febrero en el Aula Pablo VI, a un vasto grupo de rectores y profesores de las Universidades e Instituciones Pontificias Romanas. A ellos, mujeres y hombres dedicados al estudio, les recordó unas palabras del santo Obispo y mártir Ignacio de Antioquía: “comprometeos a hacer coro”. “La Universidad – les dijo el Papa – es la escuela del acuerdo y de la consonancia entre las distintas voces e instrumentos, no es la escuela de la uniformidad: no, es el acuerdo y la consonancia entre las distintas voces e instrumentos”. Compartimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Señor Cardenal, ilustres rectores y profesores, queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Prof. Navarro por sus palabras y a todos ustedes por su presencia. Como recuerda la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium (cf. Proemio, 1), ustedes pertenecen a un vasto y purificarme sistema de estudios eclesiásticos, florecido a lo largo de los siglos gracias a la sabiduría del Pueblo de Dios, esparcido en todo el mundo y estrechamente ligado a la misión de evangelización de toda la Iglesia. Son parte de una riqueza crecida bajo la guía del Espíritu Santo en la investigación, el diálogo, el discernimiento de los signos de los tiempos y la escucha de muchas y diversas expresiones culturales. En ella destacan por su especial cercanía – también geográfica – al Sucesor de Pedro y a su ministerio de anuncio gozoso de la verdad de Cristo.

Son mujeres y hombres dedicados al estudio, algunos por algunos años, otros por toda la vida, con distintas proveniencias y competencias. Por eso quiero decirles ante todo, con las palabras del santo Obispo y mártir Ignacio de Antioquía: esfuércense por “hacer coro” [1]. ¡Hagan coro! La Universidad, de hecho, es la escuela del acuerdo y la consonancia entre voces e instrumentos distintos. No es la escuela de la uniformidad: no, es el acuerdo y la consonancia entre voces e instrumentos distintos. San John Henry Newman la describe como el lugar donde distintos saberes y perspectivas se expresan en sintonía, se completan, se corrigen, se balancean uno al otro [2].

Esta armonía pide ser cultivada ante todo en ustedes mismos, entre las tres inteligencias que vibran en el alma humana: la de la mente, la del corazón y la de las manos, cada una con su timbre y carácter, y todas necesarias. Lenguaje de la mente que esté unido al del corazón y al de las manos: lo que se piensa, lo que se siente, lo que se hace.

En particular quisiera detenerme un momento con ustedes en la última de las tres: la inteligencia de las manos. Es la más sensorial, pero no por eso la menos importante. Se puede decir, de hecho, que ella es como la chispa del pensamiento y el conocimiento y, en ciertos casos, también el resultado más maduro de ellos. La primera vez que salí a la Plaza, como Papa, me acerqué a un grupo de jóvenes ciegos. Y uno me dijo: “¿Puedo verlo? ¿Puedo mirarlo?” Yo no entendí. – le dije. Y con las manos buscaba... me vio tocándome con las manos. Eso me impactó mucho y me hizo entender la inteligencia de las manos. Aristóteles, por ejemplo, decía que las manos son “como el alma”, por el poder que tienen, gracias a su sensibilidad, de distinguir y explorar [3]. I Kant no dudaba en definirlas como «el cerebro externo del hombre» [4].

La lengua italiana, como otras lenguas neolatinas, subraya el mismo concepto, haciendo del verbo “prendere” (tomar, en español), que indica una acción típicamente manual, la raíz de palabras como “comprender”, “aprender”, “sorprender”, que en cambio indican acciones del pensamiento. Mientras que las manos toman (prendono, en italiano), la mente comprende, aprende y se deja sorprender. Sin embargo, para que esto ocurra, se requiere en manos sensibles. La mente no podrá comprender nada si las manos están cerradas por la avaricia, o si son “manos agujeradas”, que desperdician tiempo, salud y talentos, o incluso sí rechazan dar la paz, saludar y estrechar las manos. No podrá aprender nada si las manos tienen dedos que apuntan sin misericordia a los hermanos y hermanas que se equivocan. Y no podrá sorprenderse de nada, si las mismas manos no saben unirse y elevarse al Cielo en oración.

Miremos las manos de Cristo. Con ellas Él tomó el pan y, una vez recitada la bendición, lo parte y lo da a los discípulos, diciendo: «Este es mi cuerpo». Después toma el cáliz y, después de haber dado gracias, se los ofrece diciendo: «Esta es mi sangre» (cf. Mc 14, 23-24). ¿Qué es lo que vemos? Vemos manos que, mientras toman, dan gracias. Las manos de Jesús tocan el pan y el vino, el cuerpo y la sangre, la vida misma, y dan gracias, toman y dan gracias porque sienten que todo es don del Padre. No por casualidad los Evangelistas, para indicar su acción, usan el verbo lambano, que indica al mismo tiempo “tomar” y “recibir”. Hagamos entonces armonía en nosotros mismos, haciendo también que nuestras manos sean “eucarísticas” como las de Cristo y acompañando al tacto, en todo contacto y acción de tomar, con una humilde, gozosa y sincera gratitud.

En el cuidado de la armonía interior, los invito entonces a “hacer coro” también entre los distintos componentes de sus comunidades, y entre las distintas instituciones que representan. En el paso de los siglos, la generosidad y la longitud de miras de muchas órdenes religiosas, inspiradas por sus carismas, han enriquecido a Roma de un notable número de Facultades y Universidades. Hoy sin embargo, también ante el menor número de alumnos y profesores, esta multiplicidad de polos de estudio corre el riesgo de desperdiciar energías valiosas. Así, en lugar de favorecer la transmisión de la alegría evangélica del estudio, de la enseñanza y la investigación, existe la amenaza a veces de hacerla lenta y cansada. Debemos tomar acción. Especialmente después de la pandemia del COVID 19, urge iniciar un proceso que lleve a una sinergia efectiva, estable y orgánica entre las instituciones académicas, para honrar mejor los objetivos específicos de cada una y para favorecer la misión universal de la Iglesia [5]. Y no andar luchando entre nosotros para tomar un alumno, una hora más. Los invito, por tanto, a no conformarse con soluciones de corto plazo y a no pensar en este proceso de crecimiento simplemente como una acción “de defensa”, dirigida a enfrentar la disminución de recursos económicos y humanos. Debe verse, mucho más, como un impulso hacia el futuro, como una invitación a acoger los desafíos de una época nueva de la historia. La suya es una herencia riquísima, que puede promover vida nueva, pero que también puede inhibirla, si se vuelve demasiado autorreferencial, si se convierte en una pieza de museo. Si quieren que haya un futuro fecundo, su cuidado no puede limitarse al mantenimiento de cuanto han recibido, debe en cambio abrirse a desarrollos valientes y, si es necesario, incluso inéditos. Dicha herencia es como una semilla que, si no es esparcida en la tierra de la realidad concreta, se queda sola y no da fruto (cf. Jn 12, 24). Los animo entonces a iniciar cuanto antes un confiado proceso en esta dirección, con inteligencia, prudencia y audacia, teniendo siempre presente que la realidad es más importante que la idea (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 222-225). El Dicasterio para la Cultura y la Educación, con mi mandato, los acompañará en este camino.

Queridos hermanos y hermanas, ¡la esperanza es una realidad coral! Miren, a mis espaldas, la escultura del Cristo Resucitado, obra del artista Pericle Fazzini, encargada por San Pablo VI para que dominara este escenario y esta aula. Observen las manos del Cristo: son como las de un maestro de coro. La derecha está abierta: dirige a todo el conjunto de coristas y, moviéndose hacia lo alto, parece pedir un crescendo en la ejecución. La izquierda, en cambio, mientras se dirige a todo el coro, tiene el índice apuntando, como para convocar a un solista, diciendo: “¡Te toca!”. Las manos de Cristo involucran al mismo tiempo al coro y al solista, para que en el concierto el rol de uno esté de acuerdo con el del otro, en una constructiva complementariedad. Por favor: nunca solistas sin coro. “¡Les toca a todos ustedes!” Y al mismo tiempo: “¡Te toca a ti!”. Esto dicen las manos del Resucitado: ¡a todos ustedes y a ti! Mientras que contemplamos sus gestos, renovemos entonces nuestro compromiso de “hacer coro”, en la sintonía y el acuerdo de las voces, dóciles a la acción viva del Espíritu. Es lo que pido en la oración para cada uno de ustedes y para todos. De corazón los bendigo y les pido: no se olviden de orar por mí.


[1] cf. Carta a los Efesios, 2-5.

[2] cf. La idea de Universidad, Roma 2005, 101.

[3] cf. El alma, III, 8.

[4] Antropología pragmática, Roma-Bari 2009, 38.

[5] cf. Discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9 de febrero 2017.

Comentarios