PARA JUZGAR BIEN SE REQUIERE ESCUCHA, CIENCIA Y ORACIÓN: PALABRAS DEL PAPA A CANONISTAS DE LA ROTA ROMANA (18/02/2023)

Al recibir este 18 de febrero en la Sala Clementina a los participantes en el Curso de formación jurídico-pastoral de la Rota Romana, el Pontífice recordó que “el núcleo del Derecho Canónico concierne a los bienes de comunión, en primer lugar la Palabra de Dios y los Sacramentos”. La misión del canonista, explicó el Papa, no es “un uso positivista de los cánones para buscar soluciones convenientes a problemas jurídicos”. Transcribimos a continuación el texto pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Decano por sus palabras; los saludo a todos ustedes: después de lo que él dijo, no sé qué decir, porque dijo todo y bien: gracias. Esta iniciativa del curso para canonistas y agentes de pastoral familiar se inserta en el servicio multiforme de la Curia Romana en la misión evangelizadora de la Iglesia, según el espíritu de la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium.

Podemos preguntarnos: ¿en qué sentido un curso de derecho está relacionado con la evangelización? Estamos acostumbrados a pensar que el Derecho Canónico y la misión de difundir la Buena Noticia de Cristo son dos realidades separadas. Se podría decir de forma esquemática: ni derecho sin evangelización, ni evangelización sin derecho. De hecho, el núcleo del derecho canónico se refiere a los bienes de la comunión, ante todo la Palabra de Dios y los Sacramentos. Toda persona y comunidad tiene derecho – tiene derecho – al encuentro con Cristo y todas las normas y los actos jurídicos tienden a favorecer la autenticidad y fecundidad de este derecho, es decir de tal encuentro. Por ello la ley suprema es la salvación de las almas, como afirma el último canon del Código de Derecho Canónico (cf. can. 1752). Por tanto el derecho eclesial aparece íntimamente ligado a la vida de la Iglesia, como un aspecto suyo necesario, el de la justicia en conservar y transmitir los bienes salvíficos. En este sentido evangelizar es el compromiso jurídico primordial, tanto de los Pastores como de todos los fieles. Es eso lo que hace la diferencia, por ejemplo, entre los sacerdotes, entre un Pastor y un clérigo de Estado. El primero, el Pastor del pueblo, va para evangelizar y da cumplimiento a este derecho primario; el clérigo de Estado, una especie de sacerdote de corte, desempeña una función pero no satisface el derecho que tienen los pueblos de ser evangelizados.

Queridos canonistas en la Iglesia, probablemente tienen presentes las palabras que el Papa Benedicto XVI escribió a los seminaristas. Decía así: «Aprendan también a comprender y – me atrevo a decir – a amar el derecho canónico en su necesidad intrínseca y en las formas de su aplicación práctica: una sociedad sin derecho sería una sociedad privada de derechos. El derecho es condición del amor» (Carta a los seminaristas, 18 de octubre 2010, n. 5). Su trabajo se ocupa de las normas, cuatro de los procesos y las sanciones, pero nunca debe perder de vista a los derechos, poniendo al centro de su trabajo a las personas, que son sujetos y “objetos” del derecho. Estos derechos no son pretensiones arbitrarias, más bien son bienes objetivos, cuya finalidad es la salvación, que hay que reconocer y proteger, sin olvidar el respeto de los bienes naturales al interior de la comunidad eclesial. Ustedes, como expertos del derecho, tienen una responsabilidad particular en hacer resplandecer la verdad de la justicia en la vida de las Iglesias particulares: esta tarea es una gran contribución a la evangelización.

En esta perspectiva están llamados a conocer y observar fielmente las normas canónicas, teniendo siempre presentes los bienes que están en juegos, como también es indispensable para interpretar y aplicar con justicia esas normas. La misión del canonista no es un uso positivista de los cánones para buscar soluciones cómodas a los problemas jurídicos o buscar ciertos “equilibrismos”. Así entendido, su acción se pondría al servicio de cualquier interés, o buscaría atrapar la vida enriquecidos esquemas formalistas y burocráticos que olvidan los verdaderos derechos. No hay que olvidar el principio más grande, el de la evangelización: la realidad es superior a la idea, lo “concreto” de la vida es superior a lo formal, siempre; la realidad es superior a cualquier idea y esta realidad debe ser servida con el derecho. La grandeza de su tarea surge de una visión en que la normativa canónica, sin olvidar la equidad del caso particular debe realizarse a través de las virtudes de la prudencia jurídica que discierne lo justo concreto. Llegar de lo universal a lo concreto universal y a lo concreto: ese es un camino de sabiduría judicial. Un juicio o una ayuda judicial no se hacen con equilibrios o desequilibrios, se hacen a través de esta sabiduría. Se requiere ciencia, se requiere capacidad de escucha; sobre todo, hermanos y hermanas, se requiere oración para juzgar bien. De tal forma no se olvidan ni las exigencias comunes de bien común inherentes a las leyes ni las debidas formalidades de los actos, sino que todo se coloca dentro de un verdadero ministerio de justicia.

Han insertado oportunamente la administración de Justicia en el contexto del actuar sinodal de la Iglesia. El año pasado hablé de la sinodalidad que es intrínseca al proceso de nulidad matrimonial (cf. Discurso a la Rota Romana, 27 de enero 2022). La misma consideración vale también para todos aquellos que participan en el procedimiento para conceder la dispensa del matrimonio rato y no consumado. Y el espíritu sinodal debe vivirse en cada una de sus tareas jurídicas. El caminar juntos, en la escucha recíproca y la invocación al Espíritu Santo, es condición indispensable para ser justos canonistas. Manifestación concreta de ello es la exigencia de pedir consejo, de recurrir al parecer de quien tiene más ciencia y experiencia, con ese deseo humilde y constante de aprender siempre para servir mejor a la Iglesia en este ámbito. Y quien te da el consejo es el Espíritu Santo: debes pedir consejo no solo para una interpretación legal específica, para tener equilibrio; no, pide consejo para recibir la creatividad que el Espíritu Santo, con el don de consejo, te da cada vez que debes emitir un juicio. Eso es importante.

Queridos agentes de la pastoral familiar, me dirijo también a ustedes y estoy contento por su participación en este Curso. A partir de dos motu proprio Mitis Iudex y Mitis et misericors Iesus ha ido creciendo la conciencia alrededor de la interacción entre pastoral familiar y tribunales eclesiásticos, vistos también ellos en su especificidad como organismos pastorales. Por un lado, una pastoral de la familia integral no puede ignorar las cuestiones jurídicas concernientes al matrimonio. Basta pensar, por ejemplo, en la tarea de prevenir la nulidad del matrimonio durante la fase previa a la celebración y también acompañar a las parejas en situaciones de crisis, incluyendo la orientación hacia los tribunales de la Iglesia cuando sea plausible la existencia de un caso de nulidad, o aconsejar el inicio de un procedimiento para la dispensa por no consumación. Por otro lado, los trabajadores de los tribunales no pueden nunca olvidar que están tratando cuestiones que tienen una fuerte relevancia pastoral, para las cuales las exigencias de verdad, accesibilidad y prudente celeridad deben siempre guiar su trabajo; y no debe olvidarse, además, el deber de hacer lo posible para la reconciliación entre las partes o la convalidación de su unión, como recordé también en el Discurso a la Rota del año pasado. Como dijo San Juan Pablo II, «la verdadera justicia en la Iglesia, animada por la caridad y atemperada por la equidad, merece siempre el atributo calificativo de pastoral» (Discurso a la Rota Romana, 18 de enero 1990, n. 4): en medio del rebaño, con el olor del rebaño y buscando el progreso del rebaño.

Son éstas, queridos hermanos y hermanas, las consideraciones que les encomiendo, conociendo el espíritu de fidelidad que los anima y el compromiso que ponen al dar cumplimiento pleno a las normas de la Iglesia, en la búsqueda del verdadero bien del Pueblo de Dios. Encomiendo a la Virgen, Espejo de Justicia, a cada uno de ustedes, encomiendo su trabajo cotidiano. Los bendigo de corazón; por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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