PIDAMOS A DIOS LA HUMILDAD PARA ADORARLO EN TORNO AL MISMO ALTAR: HOMILÍA DEL PAPA EN LAS VÍSPERAS DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO (25/01/2022)

En la celebración de las Segundas Vísperas de la Solemnidad de la Conversión de San Pablo Apóstol, que concluyen la 55ma. Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el Papa Francisco exhortó a tomar de los Magos las indicaciones para el camino ecuménico: “Como Saulo antes del encuentro con Cristo, necesitamos cambiar de camino, invertir la ruta de nuestras costumbres y nuestras conveniencias para encontrar el camino que el Señor nos muestra”. Compartimos a continuación el texto de su homilía, traducido del italiano:

Antes de compartir algunos pensamientos, quisiera expresar mi gratitud a Su Eminencia el Metropolita Polykarpos, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia Ian Ernest, representante personal del Arzobispo de Canterbury en Roma, y a los representantes de las demás comunidades cristianas presentes. Y gracias a todos ustedes, hermanos y hermanas, por haber venido a orar. Saludo en particular a los estudiantes: los del Ecumenical Institute of Bossey, que profundizan el conocimiento de la Iglesia Católica; los anglicanos del Nashotah College en los Estados Unidos de América; los ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian con la otorgada por el Comité de Colaboración Cultural con las Iglesias Ortodoxas. Acojamos el apremiante deseo de Jesús, que quiere «que todos seamos uno» (cf. Jn 17, 21) y, con su gracia, caminemos hacia la plena unidad.

En este camino nos ayudan los Magos. Miremos esta tarde su itinerario, que tiene tres etapas: comienza en oriente, pasa por Jerusalén y por último llega a Belén.

1 Ante todo, los Magos parten «del oriente» (Mt 2, 1), porque desde allí ven aparecer la estrella. Se ponen en viaje desde oriente, donde surge la luz solar, pero van en busca de una luz más grande. Estos sabios no se contentan con sus conocimientos y sus tradiciones, sino que desean algo más. Por eso afrontan un viaje arriesgado, animados por la inquietud de la búsqueda de Dios. Queridos hermanos y hermanas, sigamos también nosotros la estrella de Jesús. No nos dejemos deslumbrar por los resplandores del mundo, estrellas brillantes pero estrellas fugaces. No sigamos las modas del momento, meteoros que se apagan; no caigamos en la tentación de brillar con luz propia, o sea de encerrarnos en nuestro grupo y auto-conservarnos. Que nuestra mirada esté fija en Cristo, en el Cielo, en la estrella de Jesús. Sigámoslo a Él, a su Evangelio, a su invitación a la unidad, sin preocuparnos de lo largo y difícil que será el viaje para alcanzarla plenamente. No olvidemos que mirando la luz, la Iglesia, nuestra Iglesia, en el camino de la unidad, sigue siendo el “mysterium lunae”. Deseemos y caminemos juntos, apoyándonos mutuamente, como lo hicieron los Magos. La tradición nos los ha descrito frecuentemente vestidos con trajes diferentes, para simbolizar pueblos diversos. En ellos podemos ver reflejadas nuestras diferencias, las distintas tradiciones y experiencias cristianas, pero también nuestra unidad, que nace del mismo deseo: mirar al Cielo y caminar juntos en la tierra. Caminar.

El oriente nos hace pensar también en los cristianos que viven en varias regiones devastadas por la guerra y la violencia. Precisamente el Consejo de las Iglesias de Medio Oriente ha preparado los subsidios para esta Semana de Oración. Estos hermanos y hermanas nuestros tienen muchos desafíos difíciles que afrontar y, sin embargo, con su testimonio nos dan esperanza: nos recuerdan que la estrella de Cristo brilla en las tinieblas y no se oculta; que el Señor desde lo alto acompaña y anima nuestros pasos. Alrededor de Él, en el cielo, brillan juntos, sin distinciones de confesión, muchísimos mártires: ellos nos indican a a nosotros en la tierra, un camino preciso, el de la unidad.

2 Desde oriente los Magos llegan a Jerusalén con el deseo de Dios en el corazón, diciendo: «Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo» (v. 2). Pero del deseo por el Cielo son llevados de regreso a la dura realidad de la tierra: «Al oír esto, – afirma el Evangelio – el rey Herodes se preocupó y con él, toda Jerusalén» (v. 3). En la ciudad santa los Magos, en vez de ver reflejada la luz de la estrella, experimentan la resistencia de las fuerzas oscuras del mundo. No es solo Herodes el que se siente amenazado por la novedad de una realeza distinta de la corrompida por el poder mundano, es toda Jerusalén la que se turba por el anuncio de los Magos.

También a lo largo de nuestro camino hacia la unidad puede suceder que nos detengamos por el mismo motivo que paralizó a aquella gente: la perturbación, el miedo. Es el temor a la novedad, que sacude las costumbres y las seguridades adquiridas; es el miedo a que el otro desestabilice mis tradiciones y mis esquemas consolidados. Pero, en la raíz, es el miedo que habita en el corazón del hombre, del que el Señor Resucitado quiere liberarnos. Dejemos resonar en nuestro camino de comunión su exhortación pascual: «¡No teman!» (Mt 28, 5.10). No temamos anteponer al hermano a nuestros miedos. El Señor quiere que confiemos los unos en los otros y que caminemos juntos, a pesar de nuestras debilidades y nuestros pecados, a pesar de los errores del pasado y las heridas recíprocas.

La vivencia de los Magos nos anima también a esto. En Jerusalén, lugar de decepción y de oposición, precisamente donde el camino indicado por el Cielo parece estrellarse contra los muros erigidos por los hombres, ellos descubren el camino hacia Belén. Son los sacerdotes y los escribas quienes proveen las indicaciones, escrutando las Escrituras (cf. Mt 2, 4). Los Magos encuentran a Jesús no solo gracias a la estrella, que entretanto había desaparecido; sino necesitan la Palabra de Dios. Tampoco nosotros, los cristianos, podemos llegar al Señor sin su Palabra viva y eficaz (cf. Hb 4, 12). Ella fue dada a todo el Pueblo de Dios, para que sea escuchada, orada, para que sea meditada junto a todo el Pueblo de Dios. Acerquémonos entonces a Jesús a través de su Palabra, pero acerquémonos también a los hermanos a través de la Palabra de Jesús. Su estrella surgirá de nuevo en nuestro camino, y nos dará alegría.

3 Esto es lo que ocurrió a los Magos, al llegar a su última etapa: Belén. Allí entran en la casa, se postran y adoran al Niño (cf. Mt 2, 11). Así concluye su viaje: juntos, en la misma casa, en adoración. Los Magos anticipan así a los discípulos de Jesús, los cuales, diversos pero unidos, al final del Evangelio se postran delante del Resucitado en el monte de Galilea (cf. Mt 28, 17). Se convierten así en un signo de profecía para nosotros, deseosos del Señor, compañeros de viaje por los caminos del mundo, buscadores a través de la Sagrada Escritura de los signos de Dios en la historia. Hermanos y hermanas, también para nosotros la unidad plena, en la misma casa, no puede alcanzarse más que a través de la adoración al Señor. Queridas hermanas y queridos hermanos, la etapa decisiva del camino hacia la plena comunión requiere de una oración más intensa, requiere adorar, requiere la adoración a Dios.

Los Magos nos recuerdan entonces que para adorar hay un paso que dar: es necesario primero postrarse. Este es el camino, inclinarnos hacia abajo, dejar de lado las propias pretensiones para dejar al centro sólo al Señor. ¡Cuántas veces el orgullo ha sido el verdadero obstáculo para la comunión! Los Magos tuvieron el valor de dejar en casa prestigio y reputación, para abajarse en la pobre casita de Belén; así descubrieron «una alegría grandísima» (Mt 2, 10). Abajarse, dejar, simplificar: pidamos a Dios esta tarde esta valentía, la valentía de la humildad, único camino para llegar a adorar a Dios en la misma casa, en torno al mismo altar.

En Belén, después de estar postrados en adoración, los Magos abren sus cofres y aparecen oro, incienso y mirra (cf. v. 11). Esto nos recuerda que, sólo después de haber orado juntos, sólo ante Dios, en su luz, nos damos realmente cuenta de los tesoros que cada uno posee. Pero son tesoros que pertenecen a todos, que deben ser ofrecidos y compartidos. Son, en efecto, dones que el Espíritu destina para el bien común, para la edificación y la unidad de su pueblo. Y de nos damos cuenta orando, pero también sirviendo: cuando damos a quien tiene necesidad, se lo damos a Jesús, que se identifica con quien es pobre y marginado (cf. Mt 25, 33-40); y Él nos une entre nosotros.

Los dones de los Magos simbolizan lo que el Señor desea recibir de nosotros. A Dios hay que ofrecerle el oro, el elemento más precioso, porque Dios está en el primer lugar. Es a Él a quien necesitamos mirar, no a nosotros; a su voluntad, no a la nuestra; a sus caminos, no a los nuestros. Si el Señor está realmente en el primer lugar, nuestras opciones, incluso eclesiásticas, ya no pueden basarse en las políticas del mundo, sino en los deseos de Dios. Y después está el incienso, para recordar la importancia de la oración, que sube a Dios como perfume agradable (cf. Sal 141, 2). No nos cansemos de orar los unos por los otros y los unos con los otros. Y, por último, la mirra, que se usará para honrar el cuerpo de Jesús depuesto de la cruz (cf. Jn 19, 39), nos recuerda el cuidado por la carne sufriente del Señor, desgarrada en los miembros de los pobres. Sirvamos a los necesitados, sirvamos juntos a Jesús que sufre.

Queridos hermanos y hermanas, recibamos de los Magos las indicaciones para nuestro camino; y hagamos como ellos, que volvieron a casa «por otro camino» (Mt 2, 12). Sí, como Saulo antes del encuentro con Cristo, necesitamos cambiar de camino, invertir la ruta de nuestras costumbres y de nuestras conveniencias para encontrar el camino que el Señor nos muestra, el camino de la humildad, el camino de la fraternidad, de la adoración. Danos, Señor, el valor de cambiar camino, de convertirnos, de seguir tu voluntad y no nuestras oportunidades; de ir hacia adelante juntos, hacia Ti, que con tu Espíritu quieres hacer de nosotros una sola cosa. Amén.

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